La percepción de quien vivió una experiencia que al paso de los años entendió como un agravio, se ha deformado a través del escándalo y el morbo de quienes nada tienen que ver con lo que ocurrió entre dos personas. Un pasaje doloroso para Luis y su familia, que espero no deje marca en un ser humano valioso para todos quienes lo conocemos.
Las historias que contamos y cómo las contamos dicen mucho de quiénes somos. Nuestro pasado es algo que se reconstruye a base de los recuerdos guardados en la memoria selectiva; nunca será del todo fiel a la realidad, esta es imposible de reconstruir. Un relato está lleno de emociones, sensaciones, imágenes ficticias, ilusiones, traumas, miedos que, pasado el tiempo, se amplifican y se distorsionan. Con nuestra historia “personal” vamos conformando eso que somos o que creemos ser. Narrar hoy un acontecimiento del pasado, no significa que en el futuro no pueda cambiar e incluir o eliminar ciertos “datos”, ¿responden a la verdad de los hechos? Un testimonio depende de dónde nos coloquemos en el paso del tiempo y puede variar. Eso no tiene por qué ser grave, a todos nos gusta contar historias, y ponerles y quitarles según las contamos. El problema es cuando con esas historias podemos llegar a afectar a un tercero.
El final de los años ochenta fue vivido por nuestra generación como el último reducto de una “vida loca”; no había límites de ningún tipo, ni habían nacido lo políticamente correcto. Hombres y mujeres pasábamos de la niñez a la adultez sin ningún puente de aprendizaje. Explorábamos y conocíamos el mundo en la práctica, vivíamos de oído, y nos arriesgábamos y crecíamos. La madurez nos llegaba a golpes de vida. Los criterios que hoy se han vuelto normas, no existían.
Conocí a Luis en esos años locos. Una especie de rey Midas capaz de hacer cantar a quien no cantaba, de hacer aparecer a mujeres tontas como inteligentes, de poner a bailar auditorios completos con producciones que emocionaban a todo tipo de públicos. Un loco que inventaba grupos y series cada semana, que un día recibió la orden de producir una telenovela y terminó haciendo un montón de éxitos sin precedente.
Ese loco tenía una fórmula que, tal vez, ni él mismo podría explicar pero que ejercía un imán difícil de resistir. La gente se le acercaba tratando de obtener el secreto de su éxito. Los años que trabajé en su equipo vi de todo. Chicas que soñaban con el estrellato, que actuaban como fan fatales acompañadas por sus madres dispuestas a promoverlas a cualquier costo, jóvenes sin talento rogando por un papel o tal vez ser parte de un grupo musical. Vi desfilar por la oficina a los talentos que venían de fuera: Mecano, Bosé, Ana Belén y Víctor Manuel, Serrat, Miguel Ríos, Nacha Guevara, Paty Lupone; hasta Grace Jones pasó por ahí.
Luis era famoso. La fama arrastra multitud de fanáticos, también genera los odios más exacerbados. Como todos los famosos, ha sido querido y odiado. Lo curioso es que junto a este poder dado por el mundo del espectáculo también venían los innumerables relatos fantasiosos acerca de su persona. Me tocó escuchar de todo.
Pero detrás de esa cortina de polvo de estrellas, había y hay un hombre que, ante la fama y la fortuna, trató siempre de mantener una integridad que tiene que ver con su calidad como ser humano. Luis De Llano Macedo ha sido un buen hijo, tanto de Rita, que era su amiga y compañera de trabajo y aventuras, como de uno de los hombres más increíbles que he conocido, Don Luis De Llano Palmer. Ambos heredaron a Luis un tesoro: pensar en grande, vivir en grande y amar en grande. Como hermano de Julissa y Cecilia, me tocó verlo cuidarlas y darles trabajo. Más que hermano fue amigo de Miguel y de Isabel.
Luis fue mi pareja durante diez años y es el padre de Francisco, mi hijo. Mis años con él fueron de crecimiento personal. Tuve la oportunidad de volverme una profesional de la escritura y de la producción. El tiempo que llevamos separados hemos mantenido una buena relación, es un caballero. Con nuestro hijo, que ya es un hombre de 31 años, sigue siendo un padre admirable todos los días, y sé que es un buen marido de Faby y excelente padre de sus hijas Aitana y Roberta. Agradezco que un ser, al que considero íntegro y con un buen corazón, sea la guía e imagen de autoridad que nuestro hijo necesita todos los días. Desde pequeño creó un lazo indestructible con Fran, y lo ha sostenido y acompañado en su camino de aprendizaje.
En medio de todo esto, un desafortunado acontecimiento que lo lleva a estar en la boca de muchos y que en mi opinión no debería ser juzgado tan cruelmente sin tener todos los elementos pertinentes. Lo que sucedió está en un determinado contexto, una generación que actuaba con criterios distintos a los de ahora, de una manera de ver la vida y de entender las cosas que ha cambiado. Quienes vivimos aquellos años cometimos muchas acciones que hoy son consideradas incorrectas. Nos corresponde reflexionar y una vez más aprender del pasado.
Pero Luis no responde al patrón del que hoy se le acusa. Al que sí responde es al de un ser que protege, ayuda, respeta a las mujeres, que es buen amigo, padre, hermano e hijo y buen abuelo.
La percepción de quien vivió una experiencia que al paso de los años entendió como un agravio, se ha deformado a través del escándalo y el morbo de quienes nada tienen que ver con lo que ocurrió entre dos personas. Un pasaje doloroso para Luis y su familia, que espero no deje marca en un ser humano valioso para todos quienes lo conocemos.
Concluido el juicio, dentro de las dificultades para procesar lo que considero una injusticia, he recibido una lección de vida en la manera de afrontar las experiencias dolorosas. No puedo más que sentir un enorme orgullo por la carta que Fran, nuestro hijo, ha escrito y la quiero compartir con ustedes:
“Hoy me toca hablar desde un lugar difícil, pero necesario. Mi papá ha sido señalado y recientemente juzgado con una decisión que, aunque legalmente válida, no representa la verdad de quienes lo conocemos y llevamos en el corazón.
Quiero decirlo con claridad y sin rodeos: creo en su inocencia. No por costumbre, no por lazo familiar, sino porque he visto de cerca su forma de ser, de actuar, de vivir con principios y de mirar al mundo con integridad.
Esta experiencia ha sido dura, injusta y profundamente dolorosa. Pero también ha sido una prueba de carácter, de amor y de la firmeza que otorga la verdad, incluso cuando no es reconocida por muchos. No espero convencer a nadie. Solo comparto lo que sé: que la verdad no siempre gana en los papeles, pero sí permanece en la vida de quienes la sostienen con dignidad. Sigo creyendo en mi padre, y eso no cambiará.
Si de todo esto, aunque el proceso haya sido injusto para nosotros, surge un camino más claro para que quienes sí han sido realmente abusados encuentren justicia, entonces al menos algo bueno crecerá en medio del dolor”.
Autor:Susana Crowley
Fuente:sinembargo








