El clic o el sueño del dictador

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Si soy sincero, en vez de colocar el clic a ninguna señora, yo le pondría el clic a Trump o a Netanyahu o a los racistas del mundo, porque en un mundo donde estos personajes no hicieran tanto daño, seguro que todos podríamos amarnos con mayor libertad sin necesidad de controlar la voluntad de alguien.

El clic es una historieta gráfica de altísimo contenido erótico de Milo Manara, un genio de este género. «El clic» es un botón que indaga en el deseo femenino desde perspectivas que el psicoanálisis hubiera necesitado no menos de cien sesiones para llegar a alguna conclusión.

En esta obra Manara nos presenta a Claudia Cristiani, una bella y frígida burguesa que no logra sentir placer (todo para disfrute de los lectores). Todo cambia cuando un científico con mucho tiempo libre y pocos escrúpulos le implanta un dispositivo cerebral que, con sólo apretar un botón, activa su libido como si te sirvieras un café en una cafetera de cápsula.

A partir de ahí, Claudia se convierte en un títere del deseo, víctima (o protagonista involuntaria) de una cadena de encuentros sexuales donde se dan cita la crítica social, la fantasía y un deseo de alto voltaje. El mensaje es inquietante, porque más allá del juego erótico, lo real es que alguien tiene un control remoto para controlar el cuerpo de otra persona. En esta fantasía masculina se anula la voluntad de una persona y aunque la protagonista en el fondo hace lo que desea, queda abierta la pregunta de si no hay alguien que le ha robado su libertad. Un botón y logras que cualquier persona se ponga a tu servicio.

Si soy sincero, en vez de colocar el clic a ninguna señora, yo le pondría el clic a Trump o a Netanyahu o a los racistas del mundo, porque en un mundo donde estos personajes no hicieran tanto daño, seguro que todos podríamos amarnos con mayor libertad sin necesidad de controlar la voluntad de alguien.

El problema de fondo es que ahora nos han puesto a todos un clic en el teléfono móvil al incorporarle la Inteligencia Artificial. Como con tantas cosas, lo que se dice que viene a ayudarnos ¿en verdad nos ayuda a nosotros o es una herramienta más para controlar a la gente al tiempo que unos pocos, cada vez menos, ganan más y más dinero?

La tecnología, que todo lo intermedia, impide ver las causalidades, los fundamentos y los efectos en nuestras sociedades. Hay un desacoplamiento en nuestra manera de entender lo que nos rodea. Quizá por eso hace 20 años salieron millones de personas en el mundo a protestar contra la invasión de Irak y hoy desfila ante nuestras narices un genocidio en directo y no parece que reaccionemos, salvo los gobiernos de Sudáfrica y Colombia y la Relatora de Naciones Unidas para Palestina, Francesa Albanese.

Las cosas pasan, pero no sabemos cuáles son sus causas, igual que una calculadora nos dice el resultado de una raíz cuadrada sin que sepamos qué operación ha hecho en sus tripas binarias. Con una lógica similar a lo que nos ha hecho olvidar todos los teléfonos que antes nos sabíamos de memoria o aprendernos las calles antes del GPS, ahora tenemos dificultades para entender las vinculaciones entre lo que hacemos, votamos, consumimos, deseamos, rechazamos y la manera en la que se están desarrollando nuestras sociedades. Esta ocultación de la realidad que opera la tecnología es evidente en todo lo que promete la Inteligencia Artificial -que inventa situaciones, voces, cuerpos-, y se radicaliza en las redes sociales -que son amigas de lo grotesco, lo sensacionalista, el chisme y lo sorprendente- pero lleva operando decenios en los medios de comunicación, que nos muestran el desenlace, pero no nos ayudan a entender de dónde viene el problema.

La Inteligencia Artificial agarra todo lo que hemos dicho, escrito, pensado y hace su resumen para respondernos, a todos prácticamente igual, sobre cualquier pregunta que le hagamos. Por supuesto, con trampa. La Inteligencia Artificial de Elon Musk, Grok, te cuenta cuando le preguntas que los buenos van con Israel y no con Palestina, que es como si en los años treinta en Alemania el espejo de la madrastra de Blancanieves le dijera a todos los alemanes que eran unos benditos y que para hacer el bien cada día debieran estrangular con su manos a algún niño judío.

Todos tenemos un preceptor en el bolsillo que nos contesta todas las preguntas y, al tiempo, va recopilando información sobre cada uno de nosotros. Y saca conclusiones de cómo eres, cuáles son tus debilidades, qué tiene que ofrecerte para que te quedes más rato, cómo debes comportarte… Les hemos entregado el clic a los que les compramos el teléfono y le han metido dentro esa tecnología para que seamos nuestros propios carceleros.

En España estos días, a través de las redes sociales y con mentiras, muchas construidas con Inteligencia Artificial, la extrema derecha se ha lanzado a perseguir magrebíes.

El detonante fue una supuesta paliza que le habrían dado cinco inmigrantes a una persona de 68 años. Luego se supo que no habían sido cinco sino uno, de origen magrebí, mientras que dos grababan. El mensaje era que no había mediado ninguna razón, sino que le habían golpeado para subirlo a las redes. La extrema derecha se movilizó porque era la excusa que estaban esperando y empezaron a convocar a sus monstruos para que fueran a esa pequeña población, Torre Pacheco, de 40 mil habitantes, para que fueran a cazar inmigrantes. En Torre Pacheco hay muchos inmigrantes trabajando en la huerta, en el campo, porque los españoles no quieren ese trabajo tan duro. Y sin embargo, los españoles fascistas van a golpear a los inmigrantes porque dicen que les quitan los trabajos que ellos no quieren hacer. Hemos visto imágenes donde las fuerzas de seguridad no han hecho bien su trabajo para frenar a esos fascistas que han golpeado a niños y destrozado negocios de inmigrantes que ya no son inmigrantes, sino que son españoles que viven, trabajan y pagan impuestos en España.

Ese ataque a los que tienen la piel diferente es algo muy parecido a lo que ha pasado en Estados Unidos (EU) con los inmigrantes latinos. Odiar es muy fácil y con el clic que tienes en el bolsillo, mucho más fácil.

En EU, no es solamente el odio que se transmite por las redes que consultamos en el teléfono, sino que la Inteligencia Artificial sirve para perseguir mejor a los inmigrantes. Manuel Pascual publicaba en junio una nota sobre cómo la Administración Trump, continuando la de Biden, usaba las nuevas tecnologías para perseguir inmigrantes:

Escaneo masivo y no autorizado de las redes sociales. Análisis de datos biométricos, de renta, salud o seguridad social. Intervención de comunicaciones telefónicas. Geolocalización a través del móvil. Seguimiento de trayectos en coche mediante lectores de matrículas (…) El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas habría reconocido el uso de un programa, SocialNet, que agrega datos de más de 200 fuentes, incluyendo Facebook, Twitter/X, Instagram o Linkedin, así como aplicaciones de citas. Vamos, que crees que están negociando un encuentro y están dando información a los que te van a poner las esposas y no para ningún deseo sexual, sino para deportarte.

Thomson Reuters o Lexis Nexis elaboran perfiles exhaustivos de millones de personas con hasta 10 mil tipos de datos sobre cada individuo a partir de su rastro online. Nombre, dirección, nivel de renta o dónde hace la compra hasta tipo de ocio preferido, edad a la que se casan sus amigos, historial sexual o perfil emocional, toda esa información está disponible (…). “La infraestructura incluye herramientas como drones de vigilancia con reconocimiento facial, recopilación de datos biométricos, lectores de matrículas, torres de vigilancia equipadas con cámaras de alta resolución y sensores, herramientas de policía predictiva o seguimiento de ubicación, por nombrar sólo algunas”, cuenta Pascual que reconoce Al Shafei, fundadora de Surveillance Watch.

La IA puede hacer todo, menos sentir. La IA no puede sentir porque no puede tener la angustia de que se va a morir. Tampoco de que se va a enamorar y no va a ser correspondida, de que escribe un poema infame, pero disfruta íntimamente por hacerlo. La IA no va a tener pavor viendo a su nieta tan desvalida ni se le va a escapar una lágrima viendo a niños morir en Gaza, familias separadas en El Paso o inmigrantes deportados a El Salvador sin ningún tipo de derechos.

La IA no puede interrogarse con estremecimiento cuando escucha a un perro aullar en la tormenta ni conectar su propia biografía con la humanidad cuando ve un acto generoso. No se le eriza el vello ni se reconforta con su biografía en un instante de emotividad. La IA no va a interrogarse por su valentía en el pasado cuando escucha Yo pisaré las calles nuevamente o la Overtura 1812 de Tchaikovski.

La IA no puede tener miedo mirando una ventana por la noche porque tenga insomnio, porque la IA no tiene insomnio, ni va a sentir que se le para el corazón cuando intuye que no es tan lista como pensaba, pero ha entendido que esa es su vida y es con la que tiene que cruzar este tramo en el mundo que le ha sido concedido, no sabemos por quién ni por qué y ella tampoco.

Pero da lo mismo porque hace como si fuera así y, como ocurre con la mayoría de la gente que conocemos, tampoco sabemos siempre si fingen. Las ciudades se han convertido en anónimas.

Cuando ayudamos a los demás, cuando renunciamos a algo para compartirlo, cuando acariciamos a un perro, se nos está conectando nuestra vida con la vida. La IA puede hacer que siente eso robándoselo a los que lo han escrito o hablado. Nos equivocamos si comparamos lo real con lo impostado, pero también nos equivocaremos, y el precio puede ser impagable, cuando no entendemos que la IA sustituye a la humanidad porque la humanidad ha dejado de leer filosofía y poesía.

No podemos entregarle el clic a nadie y llevarlo en el bolsillo. O nos alfabetizamos para que la IA no haga con nosotros lo que quiera o el mundo va a ser un enorme campo de concentración.

Victor Frankl, sobreviviente de los campos de concentración, entendió que lo que buscamos puede estar no en la luz que creemos ver al fondo, sino en la manera que caminamos hacia ella. Sobrevives a cualquier campo de concentración, no debiéramos olvidarlo, sólo si nos obligamos a la búsqueda de algo más grande que nosotros mismos.

Y esa búsqueda está en la gente, no en un artilugio tecnológico.

Fuente: sin embargo

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