El dron que sobrevoló el Estado de México, buscando detectar el escondite y base de operación de miembros de un cártel operando en esa zona.
Después de tanto hablar de ese concepto tan escurridizo llamado “soberanía”, la racionalidad se impuso. Resulta que el concepto de “soberanía” depende de quién y cómo emite la palabra. Si es para el aplauso interno, es entendido como “aquí manda el pueblo”. Pero si es para otro público, es maleable y abierto a interpretación y, también, depende de la fuerza del otro.
El dron que sobrevoló el Estado de México, buscando detectar el escondite y base de operación de miembros de un cártel operando en esa zona, realizó acciones de espionaje “a solicitud de alguna institución mexicana”, según informó el secretario de Seguridad Pública Ciudadana federal, Omar García Harfuch. El mensaje del secretario fue, como todo lo que informa el gobierno federal, críptico, ambiguo, carente de especificidad y deliberadamente confuso. Y salpicado de mentiras. Se quiso decir que “no violó” (horror) la soberanía.
Es muy posible que si las redes sociales no hubiesen captado el vuelo del dron (un aparato volador autónomo y no-tripulado) desde una base militar de Estados Unidos hasta Valle de Bravo y de regreso a su base, no nos hubieran informado de su intrusión en el espacio aéreo nacional. Harfuch llegó a decir que no era un dron militar, sino civil. Otra vez las redes mostraron que decía una mentira: ese dron es específicamente militar y fue fabricado para el Ejército de los Estados Unidos.
Tantas mentiras y ocultamiento para no admitir que un dron militar estadounidense sobrevoló el territorio nacional, a petición expresa del gobierno de México. No lo querían admitir porque el hecho de haber autorizado ese vuelo de espionaje en territorio nacional va en contra de la narrativa sobre la defensa oficialista de la soberanía nacional. ¿Acaso podrá decir la presidenta que “el pueblo autorizó ese vuelo”?
El hecho del dron espía sobrevolando el territorio nacional, y el intento de menospreciar el hecho por el oficialismo, despierta interrogantes. En primer lugar, se puede pensar que ese vuelo del dron espía sobre el territorio nacional no es el primero ni será el último. Confirma la existencia de un programa entre organismos de seguridad nacional y de inteligencia que no se ha informado al público mexicano.
En segundo lugar, ¿será que ya existe ese “plan de seguridad” entre los dos gobiernos que la Presidenta Sheinbaum anunció estaba por firmarse? De ser así, sería importante, para efectos de la defensa de nuestra “soberanía”, que se diera a conocer públicamente su contenido.
¿A qué compromisos han llegado los dos gobiernos? ¿La entrega, sin procedimiento jurídico alguno que lo avale, de 55 narcotraficantes mexicanos al gobierno de Estados Unidos es parte de un acuerdo subrepticio entre órganos de seguridad de ambas naciones?
En tercer lugar, de existir el plan conjunto de seguridad, ¿cómo se plantea el esquema para compartir la información obtenida? Obviamente el dron recogió información valiosa que pudiera detectar operaciones de elementos criminales, además de detectar la ubicación de objetivos específicos para su captura, entre otras cosas. ¿Cómo se asegura esa información y cómo se cuida para que no llegué a manos indebidas?
Por último, ¿cuál es el alcance de esas acciones de espionaje en territorio nacional y quién define los objetivos a perseguir? Se puede pensar que las autoridades mexicanas tendrían interés en unos objetivos, mientras los estadounidenses tendrían interés en otros objetivos, distintos a las prioridades mexicanas. Y entonces es importante definir quién tiene la custodia efectiva de la información recabada. Es evidente que quien recaba la información en primera instancia es quien accede a una primera revisión de lo recabado, lo escuchado y lo grabado. ¿El plan de seguridad contempla estos aspectos de inteligencia?
De hecho, el vuelo del dron es reminiscente del Plan Colombia y el Plan Mérida, del Presidente Calderón. Esos “detalles” sobre la custodia de la información, la preparación de operativos y su desarrollo habla de un plan específico al que se adhieren sus signatarios.
Viendo los hechos, tal parece que hay un plan en operación que, como sucede con este gobierno, puede existir, pero oculto y secreto, porque el gobierno no sabe cómo explicarlo.
No tiene cabida dentro de la narrativa “soberanista” de la 4T ni de la Presidenta y su “aquí el pueblo manda”. Y menos si va contra los deseos expresos de López Obrador.
Resulta que hay ejercicios conjuntos de entrenamiento entre el Ejército de Estados Unidos y la Marina de México. Se ha reactivado la integración de las Fuerzas Armadas mexicanas al Comando Norte de Estados Unidos, junto con Canadá. El FBI y la DEA entrenan a fuerzas policiales estatales para que lleven a cabo operaciones, como la realizada recientemente en Aguascalientes, resultando en la aprehensión de 27 miembros del CJNG, bajo la supervisión de los estadounidenses.
Todo indica que se levantó el veto a la estancia y operación de los organismos de inteligencia y seguridad estadounidenses en México. López Obrador los expulsó del país; Sheinbaum los aceptó de nueva cuenta. ¿Qué significa esta nueva política federal, en términos de la narrativa de “soberanía nacional”? ¿Qué representa en términos de conflictos internos en el gobierno de la 4T?
Mientras la relación política entre México y Estados Unidos se encuentra estancada y en un estado de incertidumbre por indefiniciones de Sheinbaum, la relación policiaco-militar parece estarse fortaleciendo. La contradicción reside en que Estados Unidos quiere algo que la Presidenta quiere evadir a toda costa: entregar a la justicia del vecino país a miembros de su gobierno que están ligados al narcotráfico.
Eso resquebrajará al grupo gobernante y derrocará al gobierno actual. Ha enviado 55 miembros de cárteles, suplicando que eso satisfaga el apetito sanguinario del Norte. Spoiler: no lo satisfacerá. Ni modo: ahora prepara el siguiente sacrificio: Bartlett.
Es relevante que no haya habido una sola reunión entre los dos presidentes, a pesar de sus 6 o 7 conversaciones telefónicas. Tampoco ha venido el secretario Rubio a México. Han venido emisarios, pero no han venido las cabezas. Ese hecho es, de por sí, una política de Estado. Hace pensar, incluso, que la salida apresurada de Trump de la reunión del G-7 en Canadá cuando estaba a horas de reunirse con Sheinbaum, fue a propósito. No quería esa reunión. Quería mantener su “posibilidad de negación” en lo referente a México.
En el mundo de la política y la diplomacia, ese vacío de contacto entre líderes es considerado la confirmación de distancia y falta de confianza entre naciones. Y México le da razones a Estados Unidos para desconfiar. Se supone que son aliados en los dos sentidos de la palabra: aliados en lo táctico y en lo estratégico. Sin embargo, México ha insistido en inclinarse más a favor de los adversarios políticos y militares de Estados Unidos, al mismo tiempo que oportunistamente aspira a fortalecer la integración económica bilateral, claramente en su beneficio. Quiere aplicar su política anti estadounidense logrando más integración mexicana al mercado estadounidense. Y a esa pretensión absurda se le llama soberanía.
En tiempos cuando Ecuador y Argentina han salido de las filas del bolivarianismo, y que Bolivia está a punto de hacer lo mismo hoy mismo con su elección presidencial, quedan tres dictaduras latinoamericanas con las que se identifica México: Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Tres países con sus cárceles llenas de presos políticos y que viven una supresión total de los derechos políticos y humanos de sus ciudadanos. Esos tres países son aliados de Rusia y China, declarados adversarios de Estados Unidos y Europa.
La política de la 4T es guiarse por una falacia ante Estados Unidos. Esa falacia crea una situación peligrosa para México. Mientras los dos países se separan política y diplomáticamente, sus fuerzas armadas y comunidades de inteligencia se acercan. La palabra soberanía cobra otra dimensión en este contexto, fuera del control de los gobernantes. Cuando se enfrentan los políticos, pero se unen los militares, el peligro se explica solo.
La retórica nacionalista-soberanista puede hacer gritar vítores a unos, pero otros ven irrealidad en sus postulados torquemada, y prefieren la conciliación con la realidad geográfica y económica de la nación, alejándose de la falacia ideológica.
Fuente: Heraldo de México/RICARDO PASCOE








