Si bien la IA traerá aparejados beneficios para la humanidad, también puede ser utilizada en la promoción de redes delincuenciales que pondrán en jaque a sociedades y sistemas
Cada vez se hace más urgente resolver los dilemas que representa la Inteligencia Artificial (IA) para el mundo en general. Infinidad de artículos han presentado gran parte de los retos que esto puede significar para el género humano ya en lo inmediato. Mucho se habla de las amenazas que representa para la sociedad mundial, como la pérdida de empleos, el despliegue de métodos de vigilancia que lleven a la pérdida de la privacidad y el surgimiento de sociedades temerosas, inseguras y aislacionistas.
Si bien la IA traerá aparejados beneficios para la humanidad, también puede ser utilizada en la promoción de redes delincuenciales que pondrán en jaque a sociedades y sistemas (bancarios, financieros, productivos, etc.), lo que contribuirá a la creación de un mundo más hostil y desconfiado. “Un mundo infeliz”, que en mucho rebasará la ficción del inglés Aldous Huxley.
Por eso urge que los países más avanzados en el desarrollo de sistemas y aplicaciones vinculadas a la IA logren acuerdos que de alguna forma “moralicen” el uso de la cibernética e impidan futuros e indeseables desastres sociales. El gran problema de los avances incontrolados y sin estrictas regulaciones en el uso de la cibernética no radica en demostrar qué país dominará al mundo a través de estos medios a futuro, sino en el riesgo de que sean los propios robots quienes se apoderen de toda la humanidad, sin importar razas, credos, ni geografía o fronteras.
De no actuar de inmediato sobre estos temas, se corre el gran riesgo de que el mundo sea dominado por máquinas pensantes capaces de operar con una gran rapidez filosófica y de crear nuevos modelos de convivencia que ellas mismas diseñen a partir de sus incontrolables algoritmos.
Lo preocupante es que en la actualidad las principales potencias mundiales en el desarrollo de la cibernética se encuentran inexplicablemente ocupadas en temas que les parecen relevantes, pero que en muchos de los casos carecen de importancia ante lo que se avecina. Hoy el mundo atraviesa una gran cantidad de problemas y agresiones que todo lo que logran es la generación de descontento y desconfianza, en lugar de promover un ambiente internacional de certidumbre tendiente a asegurar el futuro ordenado de la especie y, por tanto, el crecimiento y regulación de las aplicaciones cibernéticas en favor de la humanidad.
El mundo entero vive inmerso en temas como las nuevas prácticas vinculadas al comercio internacional, el crecimiento de las autocracias, de derechas o izquierdas, la rivalidad de los “países del Sur” contra los del “Norte”, los G5, G-7, G-20, etc., mientras soslayan las implicaciones del desordenado crecimiento del espectro de los algoritmos, que puede ser la mayor amenaza jamás a la civilización.
El crecimiento incontrolado del desarrollo de la “Inteligencia Artificial General” (IAG), concepto equivalente a la etapa superior de la IA, capaz de realizar cualquier tarea intelectual imaginada por un humano, interconectando preceptos de las ciencias exactas y sociales, además de desarrollar iteraciones de aprendizaje que al propio género humano le tomaría mucho tiempo lograr, representa grandes peligros.
Por esta razón es tan importante que, antes de que la IAG pueda tomar las riendas del planeta, los países más adelantados en el desarrollo de estos sistemas, en este caso los EE. UU. y China, logren acuerdos regulatorios y tecnológicos que impongan límites éticos y morales, que, ante todo, protejan los derechos civilizatorios de la sociedad. Se requiere de un sistema de gobernanza que asegure que la IAG siempre opere en favor del bienestar humano.
Como recientemente lo mencionara en una conferencia en China el historiador Yuval Noah Harari: juntos y en armonía los humanos podremos controlar la IAG, pero de no ser así, la IAG, irremediablemente, nos controlará.
Fuente: Heraldo de México








