Irreverencia, costumbre y el fracaso cultural de los estereotipos

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Tratándose de la impartición de justicia, no debe impactar la identidad sexual, la forma de vestir o la apariencia de una persona para tomar decisiones.

Existen formas de pensar y comportamientos normalizados por todas las personas de manera individual y colectiva; se trata de la manera en la que nos desarrollamos, desenvolvemos y convivimos en sociedad. Gran parte de esas generalizaciones son aprendidas y adoptadas de forma casi imperceptible o automática, son cerradas e imperativas, nos conllevan a la asignación de atributos, tareas, profesiones, gustos, intereses, necesidades, afectos, e inclusive derechos desde juicios preconcebidos y, en muchos casos, injustificados, por lo que pueden significar visiones erróneas del mundo. También causan segregación, discriminación y, en los peores casos, violencia.

Se trata de preconcepciones que tienen tradición y que, amparadas en su repetición crónica e irreflexiva, son practicadas sin una deliberación, tienen la legitimidad marcada por el concepto de la “intemporalidad”, mantienen influencia en el ámbito laboral, en lo cultural y, desde luego, en lo jurídico, el género mantiene un ancla en la cultura sin dudar. También han tenido una implicación relevante en la forma de impartir justicia, son dañinos porque su base no se debe a la evidencia científica, a la objetividad o a lo que se puede comprobar o probar si se tratase de un juicio, sino se debe al conocimiento vulgar, “las mujeres son mejores cuidadoras”, “los hombres no lloran”. Su consistencia y recurrencia los legitiman y los hacen costumbre.

El caso Atala Rifo y niñas Vs. Chile resuelto en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, es un ejemplo que demuestra cómo los estereotipos tienen influencia en las resoluciones de la judicatura. El caso analizó cómo en una relación conyugal que dio lugar a la procreación de tres hijas, la esposa después del paso del tiempo, se enamora de otra mujer y se muda a cohabitar con ella revelando su identidad sexual. Motivado por ello, su entonces esposo inicia un juicio para solicitar la guardia y custodia de las hijas, argumentando que la homosexualidad de la madre conllevaría consecuencias perjudiciales para sus hijas. El hecho de que su progenitora conviviera con su pareja sentimental implicaría, según su decir, impactos sociales negativos para las niñas, por lo que el juez local se pronunció en asignar la custodia al padre sin una revisión mayor. Esta es la influencia de los estereotipos.

Hay comportamientos que se mantienen, perduran y se normalizan por la fuerza de la costumbre, pero ¿qué es la costumbre? ¿cómo afecta a la niñez? ¿cuál es la manera en que afecta a las personas? Tiene incidencia relevante en la definición de roles de género en la sociedad, también convalida prácticas negativas, en muchos casos injustas, todo por la fuerza de la costumbre porque es lo que siempre se hizo y nadie se atreve a contradecirla. El que se haya realizado de la misma manera durante mucho tiempo no acredita que se trata de algo correcto, la costumbre señala que las mujeres son madres, desempeñan un papel importante como cuidadoras y las sitúa en ese ámbito, casi siempre bajo el dominio de lo privado, la cocina, la casa; también que “son débiles”, raras y poco comprensibles. Por otra parte, que los hombres son valientes, proveedores, fuertes y son quienes deben dominar el espacio público; “los niños no lloran”, esto también da lugar a la detentación de los recursos económicos.

Tanta fuerza tiene la costumbre -arrasadora- de lo que hemos asumido en un sistema social y cultural que, en muchos casos, es imposible distinguir un acto de violencia: “me pegó porque me quiere”, “debo darme a respetar”, “es mejor para un empleo contratar a un hombre porque no tendremos que darle licencia de maternidad” o “los niños deben obedecer en todo momento a sus progenitores porque son quienes los mantienen”.

También es cierto que esta dicotomía tiene una estructura rígida. Las revoluciones que apuntan a su deconstrucción pueden representar importantes desafíos; no sólo tienen su mayor repercusión en el género, los estereotipos los encontramos en múltiples ámbitos: temas raciales, por edad, usos y costumbres, asignamos juicios anticipados por la apariencia, por la forma en la que nos relacionamos, cómo nos vestimos, nuestras amistades y afectos, inclusive nuestros valores culturales.

La gravedad se acentúa cuando estos hábitos se mantienen sin confrontación o cuestionamiento individual y colectivo, se transmiten de forma rutinaria de generación en generación. La idea de que las y los niños son una extensión de los padres, que la enseñanza y educación deben ser rígidas para un buen aprendizaje, que las madres son abnegadas y sacrificadas o que la letra con sangre entra, son acciones repetidas que validamos sin una reflexión y con una gravedad en la vida de las personas.

Tratándose de la impartición de justicia, no debe impactar la identidad sexual, la forma de vestir o la apariencia de una persona para tomar decisiones. En alguna época se pensaba, por ejemplo, que existían atributos físicos que podían presumir que una persona podría delinquir: tener un tatuaje, reunirse con determinadas compañías, o bien, consumir determinadas sustancias, pero ninguna de estas circunstancias predetermina un comportamiento. Si se trata de una violencia contra las mujeres, éstas eran atribuidas a su comportamiento, la forma de maquillarse o su vestimenta, aunque nada nunca justifica un acto de violencia.

Por la fuerza de la costumbre hemos cometido muchas injusticias. Seamos irreverentes y refutemos estas prácticas; que lo único a lo que nos acostumbremos sea a promover la igualdad y el respeto a los derechos y a la diversidad.

Fuente: Heraldo de México

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