Tocar temas desagradables no es algo que al monero y texticulero le endulce el alma.
En el denso mar de las calamidades todos salimos perdiendo.
Poquito más, poquito menos, pero en los descalabros a cada quién le toca un porcentaje de la desgracia, en el aspecto emocional al menos.
De ahí que congratularse de que a otros les vaya mal es una actitud que aquí no es algo que festejemos a rabiar. Para nada. No somos agoreros del desastre ni nada parecido.
Pero, bueno, si es comidilla de todos los días, si el maloliente tufillo que va dejando detrás algún político persiste durante días enteros, es imposible ignorarlo.
Ejemplo, simple ejemplo:
Está semana han aparecido diversas publicaciones en donde se menciona a Tulum como un destino fallido, como un lugar que prometía encumbrarse como uno de los sitios turísticos de mayor relevancia en el caribe mexicano y por la pésima administración de su autoridad municipal da tumbos en la actualidad y provoca más de un dolor de cabeza a los prestadores de servicios turísticos.
Dicen que su presidente municipal está dedicado a la “grilla” y que no atiende el changarro como es debido.
Al parecer, al señor alcalde se le metió el gusanito de ser diputado federal y está dedicado en cuerpo y alma a venderse como un político de primer nivel.
Lo de servidor público de grandes alturas es una falacia. Lo saben todos. En Tulum nadie con dos dedos de frente se traga ese cuento.
Saben de su ansia de poder pese a su notoria incapacidad para administrar como es debido al municipio. Los paisanos lo ven como un fuereño cuyo apellido, Castañón, es una mentada de mami para los Pech, Cahuich, Dzib y demás, cuyo linaje viene desde la mismita época en que se construyeron los vestigios arqueológicos que eternamente chulean al mar.
Pobre Tulum. Un extraño hace y deshace a plena vista de todos. Lo peor, es que posiblemente su sueño se cumpla. En tierra de ciegos, dicen muchos, el tuerto es el rey.
Fuente: hechodigital