El deslinde de Sheinbaum, una necesidad para el país

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«El deslinde de Claudia Sheinbaum es una necesidad para el país y, hay que decirlo, para ella misma, si quiere que la tomen en serio los próximos cinco años».

Es añeja una característica del ejercicio del poder en nuestro país: ha sido recurrente que en agencias informales se tomen decisiones fundamentales para, como paso posterior, vestirlas de formalidades legales y constitucionales que se tornan en barniz que todo lo cubre. 

En esa informalidad nos podemos topar lo mismo con una logia que con los grandes del capital y banqueros, al igual que con dirigentes de centrales obreras o caudillos políticos con gran peso y liderazgo. Es un hecho que en muchas otras partes se ha observado y sometido a estudio, incluido México.

Está como antecedente el hecho de que Porfirio Díaz le prestó la Presidencia a su compadre Manuel González para luego caer, traicioneramente, en el reeleccionismo que treinta años después canceló el movimiento maderista, que quiso reinstalar Álvaro Obregón pero que pagó con su vida. Fue también el sueño de algunos presidentes priistas y panistas.

Hoy ese tema preocupa por la sombra que proyecta López Obrador sobre Claudia Sheinbaum; manto que no se desvanece para poder observar el brillo que eventualmente pudiera tener la mandataria de la República.

Se esperaba que en el infaltable mitín del primer año de Gobierno en el sacramentado Zócalo se hiciera el anuncio que despejara la incógnita. No sucedió. Al contrario, Sheinbaum dijo enfática que había “una herencia de un hombre honesto (…) profundamente comprometido” que marca el camino correcto. Los oponentes, también afirmó, se quedarán con las ganas de una ruptura.

El enfoque de ese discurso deja una deuda por saldar, por más que se quiera poner un escenario de futuro próspero, frente a los conflictos ineludibles del presente. En realidad no se puede tapar el sol con un mitín, y menos con un discurso elusivo del tema que me ocupa y tiene mucha importancia, más allá de todo partidarismo elemental.

Para empezar, la pieza oratoria es muy estrecha en su visión de la historia. Se reduce a la vieja práctica de idolatrar al héroe bueno por naturaleza y al que todos los opositores quieren destruir. Para ser de “izquierda”, el discurso se queda atrás de la raya de mejores y más fecundas interpretaciones, para no sugerir las que dio el marxismo, doctrina extraña en el morenismo, no obstante contar en su seno con excomunistas de marca gomezálvarez. 

El autor de herencias, con legados precisos para el Gobierno de Sheinbaum, dijo que abolió el neoliberalismo; sin embargo, este goza de cabal salud: paraíso en el que los bancos están en venta; Slim perforando pozos petroleros a PEMEX; y un modelo capitalista que sigue su curso por encima de la retórica oficialista. Y la izquierda, ausente.

Es necesario encontrar ahora el punto focal de lo que nos pasa. No sólo se trata de una hegemonía en expansión que destruye las posibilidades que le quedan a un posible sistema democrático en el país, sino la construcción de un régimen político con un presidencialismo agigantado, como no lo habíamos visto nunca antes, acompañado del desarme a los gobernados de instrumentos para resistir.

También hay que considerar que el cáncer de la corrupción política sucedió en las barbas del que dijo que el Presidente era una encarnación de sabelotodo, del omnisciente, lo que en el mundo real redunda en la impunidad actual de un Adán Augusto López Hernández y de todos los involucrados en el cártel de La Barredora y el “huachicol” fiscal. Si como dicen, nada está por encima de la ley, entonces que eso sea y se rompa con quien haya qué romper. Eso sería lo congruente.

El deslinde de Claudia Sheinbaum es una necesidad para el país y, hay que decirlo, para ella misma, si quiere que la tomen en serio los próximos cinco años, ya que no se podrá sostener a punta de mítines de acarreados, ni de discursos mañaneros, ni de falsedades que cada día se notan más.

A esto súmele que el curso de la economía y los tratados comerciales no van bien, lo que han señalado pronósticos más profundos que se difunden en el país y en el extranjero. 

La Reforma Judicial ha creado inseguridad en los inversionistas, dudas y falta de confianza. El fisco, por otra parte, no se toca porque no es popular su reforma, y todo tenderá a acumularse con rumbo a una crisis más profunda, donde un poder detrás del trono lo único que hace es agrandar las dificultades, y ahí va la suerte de todos.

La debilidad en la personalidad de López Obrador es el poder en sí mismo, como se sabe por todos los puntos cardinales de México. Quienes hemos valorado su origen, trayectoria y desempeño sabemos que el poder para él es tan importante como el oxígeno que respira. 

En la historia reciente, la izquierda carga con la responsabilidad de no haberlo parado a tiempo, cediendo a todos sus apetitos y necedades. Quiso hacer del PRD un “movimiento” para tener el control de un partido esquizoide, y cuando no pudo, o simplemente no quiso, lo logró fundando MORENA, que es todo un muégano (Porfirio Muñoz Ledo dixit) en el que cabe la ultraderecha fascistoide y también la evangélica perturbadora, hasta las miserias de una izquierda domesticada como nunca. Dan pena los intelectuales ilustrados y orgánicos que portan anteojeras que sólo miran al venerable líder y sobre todo el camino que este les marca.

Para el que esto escribe está claro que dentro del reducido grupo del oficialismo es central López Obrador, y como par político la Presidenta actual. El tabasqueño detenta toda una posición de poder en temas estratégicos; trabaja a la sombra, pero activamente, diseñando una dinastía familiar a partir de su hijo Andy López Beltrán y, sobre todo, una legitimidad que la Presidenta se encarga de fomentar ante sus multitudes congregadas para el autoelogio.

La Presidenta sabe que un día el carismático líder puede aparecer a la luz pública, promover sus memorias por todo el país y hasta incidir en el proceso de revocación de mandato de 2027. Estaríamos frente a un nuevo seductor de la Patria, o lo que de ella quede.

Hay algo grave: van sin oponente fuerte al frente, ni partidario ni social. Así son los derrumbes de un viejo autoritarismo que se inauguró en el México posrevolucionario a partir de 1920, que consolidó instituciones que hoy han sido demolidas a tontas y a locas, sin más proyecto que el poder formal e informal.

Fuente: sin embargo

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