Bitcoin por fin ha llegado a la Luna! La criptomoneda que nació en foros antisistema ha superado los 100.000 dólares. En las redes sociales, los inversores ‘degenerados’ –como se autodenominan los que buscan retornos de mesa de ruleta– lo celebran con emojis de cohetes, mientras que los tradicionales desempolvan la profecía del exitoso inversor Warren Buffett, el Oráculo de Omaha (y del sentido común), cuando advirtió: «Puedo decir con casi absoluta certeza que las criptos acabarán mal».
De momento van como un tiro. Y esta vez no parece otro rally especulativo. En un giro que hace temblar el sistema financiero, Donald Trump ha puesto el poder regulatorio en manos de amigos de confianza que aspiran a ponerle el turbo: Paul Atkins, el comisionado que permitió algunas de las prácticas más temerarias que llevaron a la crisis de 2008 y se reinventó como abogado de la industria cripto, dirigirá la todopoderosa Comisión de Valores y Bolsa (SEC); mientras David Sacks, miembro de la ‘PayPal Mafia’, como sus colegas Peter Thiel y Elon Musk, aquellos libertarios que soñaban con crear dinero fuera del control estatal, dirigirá las políticas de la Casa Blanca en materia de inteligencia artificial y criptomonedas. Como señala The New Republic, «los criptobros están salivando». Pero, oiga, ¿quiénes son los criptobros?
Los ‘criptobros’ ya no se conforman con estar en la periferia del sistema, reclaman el centro mismo. Los más influyentes son hombres blancos sudafricanos, educados en el ‘apartheid’ en un sistema de castas
Son los nuevos ‘lobos’ de Wall Street, aunque disfrazados con piel de cordero. Ya no se conforman con estar en la periferia del sistema; reclaman el centro mismo. Lo que esto signifique (¿revolución desde arriba o la madre de todos los Ponzis?) enfrenta a los analistas, que solo se ponen de acuerdo en una cosa: sea lo que sea, funciona de arriba abajo. Así que empezaremos por el tejado. Allá en las alturas, los más influyentes son hombres blancos (y algún asiático), educados en Stanford y otras universidades de la élite. Y no es casualidad que Musk, Thiel y Sacks sean sudafricanos blancos que crecieron en el apartheid y compartan la añoranza hacia una sociedad «ordenada verticalmente» (léase ‘segregada’) en castas. Su obsesión por crear sistemas paralelos al Estado, y ahora por colonizarlo, puede leerse como una forma de restaurar el poder que cierta versión del progresismo (lo woke) les disputa. En 2021, el asalto al Capitolio de sus feligreses ‘acojonó’ al mundo; en 2024, los cuernos de búfalo se han quedado en el trastero. Nadie los necesita porque los criptobros van camino de atrincherarse en el mismísimo Despacho Oval. Además, han pagado para instalarse allí. Musk donó 245 millones de dólares a la campaña de Trump, más que toda la industria petrolera.








