Con el caso de huachicol fiscal, hasta ahora solo se le ha prestado atención a una pequeña parte de este vasto entramado de corrupción institucional, la relacionada con la Marina y las Aduanas.
A los cárteles de Sinaloa, de Jalisco Nueva Generación, del Golfo, de Juárez y la Familia Michoacana debemos añadir el Cártel de Palenque, que tiene como principal característica la coordinación de diversas instituciones del Estado, del crimen organizado y del partido oficial, y cuyo fin es la concentración de poder.
Todo parece indicar que la trama del huachicol fiscal involucra no solo a la Marina, sino a la Secretaría de Energía, a Pemex, a las Aduanas, a Hacienda, a la Guardia Nacional, al Ejército, por lo menos a dos gubernaturas (Tamaulipas y Tabasco), al Cártel Jalisco Nueva Generación y a Morena. Se trata de una vasta operación de Estado. Durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el Estado se transformó en una poderosa y multitentacular empresa criminal.
Solamente alguien con un enorme poder podría ordenar la coordinación de las Fuerzas Armadas, de Hacienda, las Aduanas y el partido oficial. Ningún secretario de Estado tiene esa capacidad. Ese poder solamente lo tiene el máximo representante del Estado, el Ejecutivo federal, el señor presidente, como no lo tiene ninguno de sus subalternos.
La gasolina se compraba en Estados Unidos con permisos de importación de la Secretaría de Energía, se transportaba a México por tierra (con ayuda del Ejército) y por mar (con la venia de la Marina). Las aduanas permitían la entrada del combustible ilegal. Se almacenaba y se distribuía bajo la supervisión de la Guardia Nacional. Se vendía a particulares (con conocimiento de Pemex) y al gobierno para las grandes obras de infraestructura (AIFA, Dos Bocas, Tren Maya, Tren Transístmico; con el conocimiento de Hacienda). A su paso dejaba un reguero de sobornos. Parte de los recursos se lavaban en bancos y otra parte sirvió para que Morena financiara sus campañas. Se trata del mayor fraude a la nación del que se tenga noticia.
Guillermo Valdés, exdirector del Cisen, publicó una descripción detallada de esa vasta operación de Estado: “Para montar y sostener una organización de esa magnitud y complejidad se requiere de por lo menos cinco capacidades: a) la visión empresarial del negocio; b) los recursos financieros para comprar grandes cantidades de gasolina o diésel y para sobornar a muchas autoridades; c) los contactos y relaciones para convocar a decenas o cientos de empresas participantes en ambos lados de la frontera; d) relaciones políticas de alto nivel para asegurar la protección de las dependencias del Estado (Pemex, Profeco, SHCP, Aduanas, Marina, Ejército) y, e) una gran capacidad directiva, gerencial y un equipo muy eficiente para mantener operando todo el negocio” (“Huachicol, ¿va en serio?”, en Letras Libres, 18.Sep.25).
Hasta ahora solo se le ha prestado atención a una pequeña parte de este vasto entramado de corrupción institucional, la relacionada con la Marina y las Aduanas. La oposición sigue dormida en sus laureles. La sociedad sigue embrutecida por La Casa de los Famosos y cómoda con sus becas del bienestar. El círculo rojo ya está enterado de la inmensa magnitud de este fraude a la nación, pero no sabe cómo aterrizarlo a nivel popular. Nos hemos enterado por la presión que ha ejercido el gobierno norteamericano y por la disputa por el poder que se libra al interior de Morena.
En el expediente del caso aparece mencionado varias veces el hijo del expresidente, a pesar de las mentiras de la presidenta para encubrirlo. El hijo podía mover voluntades debido al inmenso poder del padre, que tenía el control de las Fuerzas Armadas y ahora tiene bajo su dominio al Poder Judicial. López Obrador tenía el poder; falta por saber quién fue la cabeza que planeó, organizó y coordinó esta inmensa red política y criminal.
¿Podrá —querrá— Claudia Sheinbaum enfrentarse a quien la puso en el cargo? Por sus dichos en su conferencia matutina no lo parece. ¿Vamos hacia una colisión o a un arreglo? Me temo que a lo segundo. Me temo que crecerá la impunidad. Me temo que el renovado Poder Judicial terminará por supeditarse a los intereses del partido, al que le deben el puesto.
Leo en estos días turbulentos el Diario apócrifo (UACM, 2025) del gran ensayista Hugo Hiriart. En sus páginas encuentro los comentarios de Joseph Conrad sobre el hundimiento del Titanic. La aparición súbita del iceberg dejó al capitán poco espacio de maniobra. Tenía dos opciones: chocar contra la mole de hielo o tratar de esquivarla. Si chocaba, el daño habría sido mayúsculo, pero la nave no se habría ido a pique. Prefirió esquivarla: el iceberg rajó el costado del inmenso barco y este terminó por hundirse. ¿Por qué eludió el choque? Porque a bordo iba el dueño de la compañía naviera. Así puede ocurrir ahora con Sheinbaum y ese iceberg al que llamamos huachicol fiscal. No quiere chocar contra él porque a bordo va el capo del Cártel de Palenque (“Si me dejan terminar el sexenio…”). Tratará entonces de esquivarlo. Y ya sabemos qué es lo que puede pasar si la masa helada de la corrupción raja la nave.
Fuente: EF