¿Les alcanzará con Loret?

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Los casos de corrupción y los excesos no sólo se acumulan, sino que comienzan a formar una bola de nieve que puede ser difícil de detener

Durante las últimas semanas la conversación pública ha estado dominada por dos temas centrales: los escándalos de corrupción que salpican a Morena y los excesos cometidos por algunos de sus dirigentes, situación que no solo pone en duda el discurso fundacional de la llamada Cuarta Transformación, sino que también genera un desgaste que puede llegar a reflejarse en el ánimo ciudadano.

A ello se suman las diferencias al interior de Morena. Los acontecimientos han puesto en evidencia las discrepancias que existen entre los miembros del partido en el poder y cómo las facciones al interior del movimiento buscan su posicionamiento para ganar mayor influencia; lo que está en juego son las futuras designaciones de los espacios de poder y de las candidaturas.

Mientras tanto, la oposición parece condenada a la irrelevancia, los partidos que deberían aprovechar esta coyuntura para marcar una diferencia y presentar alternativas claras, no solo no capitalizan el descontento, sino que siguen atrapados en una crisis de identidad y liderazgo. La oposición ha quedado reducida a comentarista de los errores del gobierno sin generar propuestas que entusiasmen o movilicen.

Lo más inquietante para el oficialismo es que muchas de las denuncias y filtraciones parecen tener su origen dentro del propio movimiento. La sospecha se basa en la premisa de que la verdadera lucha por el poder es entre los miembros de Morena, al corto plazo no existe nadie que pueda disputarles la hegemonía. No sería la primera vez que el partido en el poder enfrenta disputas palaciegas.

Los casos de corrupción y los excesos no sólo se acumulan, sino que comienzan a formar una bola de nieve que puede ser difícil de detener. Los señalamientos involucran a legisladores, alcaldes, dirigentes partidistas, funcionarios de gobierno y hasta gobernadores; la credibilidad del proyecto morenista corre el riesgo de erosionarse si no se atienden las acusaciones.

En medio de este clima tenso, un hecho “casual” volvió a centrar la atención mediática: la sorpresiva liberación de Israel Vallarta, personaje emblemático del caso Florence Cassez y del montaje organizado por la AFI en 2005. La noticia fue difundida con gran eficacia por medios afines al gobierno y rápidamente captó la atención del debate público, lo que genera nuevas sospechas alrededor del hecho.

El caso Vallarta no es menor, su encarcelamiento fue señalado como símbolo de un sistema de justicia corrupto y manipulador; sin embargo, la narrativa actual ha puesto el foco en la responsabilidad periodística de Carlos Loret de Mola, quien se prestó para participar en la transmisión del montaje televisivo, según su dicho, con desconocimiento de lo que ocurría.

Aunque efectivamente tiene responsabilidad profesional, este intento por reactivar un tema del pasado para desviar la atención del presente recuerda estrategias utilizadas por todos los gobiernos anteriores; se apela a la indignación ciudadana, se reabre una herida social legítima y se apunta hacia un enemigo mediático común, en este caso, un periodista desacreditado.

Lo que está por verse es si este tipo de estrategias seguirán siendo útiles para el gobierno, apostar a la distracción puede ser útil en el corto plazo, pero no resuelve el problema de fondo: la necesidad de evitar que los escándalos y los excesos sigan ocasionando la pérdida de credibilidad de un proyecto que se decía distinto y que hoy empieza a parecerse demasiado a los demás.

La pregunta es ineludible: ¿les alcanzará con Loret para cambiar la conversación? La respuesta es de pronóstico reservado, aunque en otras ocasiones les ha funcionado, esta vez la ciudadanía parece estar más consciente de la responsabilidad del partido en el poder. Si Morena no enfrenta con seriedad sus propios errores, el desgaste no solo será inevitable, sino irreversible.

Fuente: HÉCTOR SERRANO AZAMAR/ Heraldo de México

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