Presupuesto 2026: esta película también ya la vimos

0
174

Cada septiembre se encienden las luces del mismo set. Entra el secretario de Hacienda con su carpeta de cifras y supuestos; entrega el presupuesto para el siguiente año a la Cámara de Diputados (no importa quién gobierna y quién es oposición el guion es el mismo). La ley mandata que el gobierno presente cuánto espera ingresar y en qué piensa gastar. Y en ese momento la política convierte ese acto administrativo en una trama con suspenso, reclamos y final anunciado.

El proyecto llega con una hoja de ruta: crecimiento esperado, tipo de cambio, inflación y déficit. Con esos supuestos se calcula el tamaño de la bolsa. No hay magia: el dinero es finito. La discusión no es si alcanza para todo, sino qué sí y qué no se cubre. Y ahí el presupuesto deja de ser contabilidad: es ideología en números.

En los años de la 4T el sello fue nítido: programas sociales como columna vertebral y recursos abundantes a obras emblema —Tren Maya, Corredor Interoceánico, Dos Bocas, AIFA— que expresaban prioridades y una visión de desarrollo. El presupuesto 2026 volverá a decirnos, con pesos y centavos, qué entiende el gobierno por bienestar y por crecimiento.

La cobija y la cama

Me gusta la metáfora de la cobija. El tamaño de la cobija es el tamaño del presupuesto. La cama son todas las necesidades: seguridad, salud, educación, campo, infraestructura, cultura. Ningún año la cobija alcanza a cubrir por completo la cama. Cuando se jala para un lado, algo queda descubierto. Si el dinero fuera infinito, la decisión sería fácil; como no lo es, la política es elegir a quién abrigar más y quién resiste el frío.

Esa tensión es honesta y permanente. No hay presupuesto “neutral”: toda asignación implica una renuncia. El reto es explicitarla, medirla y sostenerla.

La oposición y el papel fácil

En el otro lado, la oposición cumple su rol: señalar lo desvestido. “Falta en educación”, “recortan a cultura”, “descuidan estados”. Es un trabajo cómodo porque no obliga a decir de dónde quitar para poner en otro lado. La pregunta incómoda rara vez tiene respuesta: “¿qué parte de la cama destapamos para cubrir esa esquina?”. La crítica tiene mérito —la política también es priorizar distinto—, pero sin la contraparte del ajuste se queda en postura.

Cómo acaba casi siempre

El tercer acto tiene dos finales posibles. Uno, el más común: horas extras, reservas, negociaciones y retoques; algunas reasignaciones para construir mayorías y una aprobación al filo del plazo legal. Dos, el final exprés: mayoría disciplinada, discusión ruidosa, cambios menores y voto en bloque. En épocas pasadas, se llegó a hablar de “etiquetados” generosos para distritos o de incentivos opacos a legisladores. Hoy el contexto es otro, pero la memoria colectiva recuerda esas escenas.

Para 2026 el desenlace parece claro: Morena y aliados tienen mayoría para aprobar el paquete. Podrán escuchar reclamos, tolerar filibusterismo retórico y, si lo consideran útil, ajustar líneas finas. Pero el trazo grueso lo definirá el propio gobierno. Si hay cambios, serán desde dentro de la coalición, no por imposición opositora.

Lo que dice el presupuesto (además de números)

Un presupuesto cuenta tres historias: la macro (supuestos de crecimiento, dólar, inflación, déficit), la política (a quién se protege y qué se impulsa) y la institucional (qué tanto se respeta la planeación y la evaluación). La macro dirá qué tan realista es la cobija. La política mostrará si se mantiene la prioridad social como eje y si continúan las apuestas de infraestructura o se reorientan hacia mantenimiento y servicios. La institucionalidad se lee en los anexos: reglas claras, transparencia y métricas para corregir.

¿Y ahora qué?

No conviene dramatizar: esta película ya la vimos. Tampoco minimizar: cada partido trata de poner su sello aunque solo sea en el debate. 2026 será, como siempre, el reflejo de una visión de país proyectada en pesos. La discusión pública tendría más valor si ocurre con la cobija a la vista: si la oposición propone subir en A, que diga de dónde baja en B; si el oficialismo decide concentrar en X, que explique la renuncia en Y y cómo la compensa.

El Ejecutivo tiene la mayoría para aprobar. Su desafío no es sumar votos, sino sumar argumentos: mostrar que los supuestos macro son sensatos, que las prioridades responden a problemas reales y que habrá evaluación para corregir rumbos. La política, al final, es administrar escasez sin perder legitimidad.

Qué mirar en las próximas semanas

Supuestos macro. Si el crecimiento estimado luce optimista, la cobija se hace grande en el papel, pero chica en la realidad; después llegan los recortes.

Prioridades explícitas. ¿Se preserva el peso de los programas sociales? ¿Se reorientan recursos de grandes obras a mantenimiento y servicios? Eso define la identidad del sexenio.

Seguridad y estados. La presión por más recursos es transversal. Veremos si hay mecanismos compensatorios o sólo reasignaciones.

Transparencia y evaluación. Anexos, reglas y metas importan tanto como los montos. Un buen presupuesto también se gestiona bien.

La trama es conocida, sí. Pero cada presupuesto es una fotografía nueva del país que queremos —o del que alcanzamos—. En 2026, como tantas veces, el final no sorprenderá: se aprobará. Lo relevante será cómo se reparte la cobija, quién duerme mejor abrigado y quién tendrá que esperar otra noche.

Fuente: eleconomista

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here