Las reformas electorales, o fortalecen la democracia o afianzan el poder
Toda reforma obedece a intereses. En ocasiones, estos buscan resolver problemas públicos, prevenir otros o regular novedades que el tiempo o la tecnología imponen. Pero también hay reformas vestidas de buenos propósitos que ocultan sus fines reales.
Las reformas electorales mexicanas han perseguido objetivos claros: dar legitimidad al sistema político abriendo espacios a la oposición y la pluralidad, nivelar el campo de juego con árbitros confiables, y limitar excesos de dinero, medios u otros intereses.
En la reforma que viene está ausente la gran pregunta: ¿para qué? El discurso es generar ahorros y mejorar la representatividad, argumentos insuficientes para justificar un sentido de urgencia. Tres dudas surgen: tiempos, contenidos y proceso.
¿Es ésta una reforma pensada para 2027 o apuesta a 2030? Quizá quienes gobiernan tienen temor de que la seguridad, la economía o los escándalos recientes podrían afectar su competitividad, y quieren una reforma al vapor que limite aún más las posibilidades de una de por sí deslegitimada oposición en las siguientes elecciones intermedias. Si el horizonte es 2030, quizás pretenda ser más profunda, aunque daría más margen a la ciudadanía para incidir.
Sabemos que se busca gastar menos dinero, reducir el financiamiento partidista y replantear los plurinominales. Es innegable que la democracia cuesta, y la mexicana surgió basada en la desconfianza.
Gastamos mucho porque así ha sido nuestra circunstancia. Podrán revisarse muchas tareas del árbitro, pero debería resultarnos inaceptable reemplazar sus funciones por una estructura gubernamental bajo pretextos de austeridad. Si se quita dinero público a los partidos, podría llegar por otras vías, incluso ilegales.
Si se rediseñan los plurinominales para asignar escaños a las candidaturas más votadas, puede configurarse un diseño en el que la alianza gobernante compita por separado para ganar todo utilizando la capacidad movilizadora del Estado.
El proceso de discusión es clave: ¿será la Comisión Presidencial una caja de resonancia del oficialismo, o podremos los ciudadanos tener voz? Llevamos años de diálogo roto entre quienes gobiernan y quienes critican.
En una entrevista reciente, Steven Levitsky reflexionaba sobre qué fuerza política inspira a la gente a levantarse un sábado por la mañana. Globalmente, el liberalismo tradicional ha perdido tracción, y los discursos populistas ganan fuerza. México no ha sido excepción.
Si avanzamos hacia una reforma electoral con ciudadanos de brazos caídos, nuestro futuro está marcado: cambios desde el poder para mantener el poder, con un país adormecido mientras se erosionan sus libertades, pluralidad y valores democráticos. México necesita que alcemos la voz.
CUMULONIMBUS. “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”, Charles de Gaulle.
Fuente: Heraldo de México/BOSCO DE LA VEGA








