Los dibujos animados de la Puerta del Sol son anárquicos y se mueven deprisa. Hay un par de Marios Bros y de Mickeys Mouse que intentan no coincidir para que el niño no se crea que está viendo doble y cuesta convencer a más de tres figurantes para que posen en una foto grupal para el periódico. Se dispersan en cuanto detectan la presencia de una madre con carrito.
También pulula por la plaza un Buzz Lightyear, una Daisy y un Grinch vestido de Papá Noel. Pero hoy la cosa, dicen los vecinos de Ayuso, «está más o menos tranquilita». Claro que, si se compara con el desierto que es la capital en verano, estas son fechas de mucho trabajo.
Estos peluches se pueden ver estos días no sólo en Madrid, sino en los centros de muchas ciudades españolas. En Málaga se suelen poner en la calle Larios y, en Valencia, el Oso Yogui, Mickey y Minnie Mouse tienen su oficina en la plaza del ayutamiento. A las puertas del consistorio, dos hombres de unos 45 años se han vestido de Pikachu y Bumblebee, uno de los protagonistas de la saga Transformers. Su horario es de diez a diez –hora arriba hora abajo– y su empleo, relatan, bastante más duro de lo que parece: «Mira, sólo te voy a decir que por este traje he pagado 1.700 euros en impuestos», asegura Bumbleblee.
«Lo que tenéis que hacer es venir a preguntar en enero y febrero, cuando no hay fiestas, ni vienen cruceros, ni hay nada. Esos días no sacamos más de 3 euros. La gente viene, se toma una foto, y como mucho te deja 20 o 30 céntimos. Otros ni eso, te dicen ‘ahora vuelvo’ y no regresan. Desde la pandemia, ya te digo, nada es como era«. Aun así, en esta época del año, esperan poder sacar unos 50 euros diarios.
En Barcelona, sin embargo, no se ven muñecos gigantes sino estatuas humanas. Desde 2019, su trabajo está regulado y es necesario solicitar una licencia; además de que el vestuario y maquillaje utilizados deben ser de fabricación propia: «No se admite el uso de máscaras ni de propuestas de vestuario que atenten contra la dignidad de las personas o que se consideren ofensivas para los ciudadanos», explicita la ordenanza municipal.
Allí, la supervisión del ayuntamiento llegó para dejar atrás la ley de la selva que imperó durante años, cuando un grupo de tintes mafiosos se hizo con el control de los espacios, subcontratando emplazamientos. Tras el parón pandémico, ha regresado a la ciudad la pugna por el espacio público, con colectivos que chocan como el de los manteros y el de las estatuas humanas con intereses económicos a menudo enfrentados.
En Madrid, según aclaran varios figurantes interrogados, «van por libre», aunque la Policía, confiesan, les puede pedir en cualquier momento que se descubran y muestren su identificación ante las autoridades. El Ayuntamiento confirma a este diario que no hay ninguna ordenanza en concreto, pero sí una autorización de actos en la vía pública que ninguno de estos figurantes solicita.
¿Parque temático?
En 2018, con Manuela Carmena en el Consistorio, hubo algo de revuelo con esta cuestión, pues se exigió poner fin al «parque temático» de Sol y la Plaza Mayor mediante un plan que «dignificara» estos espacios. Quedó prohibido entonces instalar estructuras fijas en las emblemáticas plazas aplicando el Plan Antiterrorista y se exigió a los muñecos animados, por motivos de seguridad, que desempeñaran su labor a cara descubierta. Según el mencionado plan, «no se puede permitir que haya obstáculos en la vía pública donde se puedan esconder artefactos explosivos, con personas que no se sabe quiénes son porque están disfrazadas».
«Hace unos años se expandió el rumor de que había carteristas entre los muñecos. Sé que hubo algunos robos, pero pagamos justos por pecadores»
Néstor, que lleva 18 años haciendo de Mickey Mouse
No obstante, los peluches del centro insisten en la vía de la licencia y lamentan el estigma que sufren. «Llevo 18 años siendo Mickey Mouse. Por mi edad, dejé de poder trabajar como transportista, así que me facilitaría mucho la vida contar con un permiso. Hace unos años se expandió el rumor de que había carteristas entre los muñecos. Sé que hubo algunos robos, pero pagamos justos por pecadores«, argumenta Néstor, un hombre que ha cumplido los 60 años y que dejó su Ecuador natal hace media vida. El suyo es un perfil habitual y, con las caretas fuera, sorprende observar la elevada edad de algunos de estos peluches animados.
Acento peruano
No quieren solicitar una autorización diaria (que podrían), pero sí desean un permiso permanente. «La verdad es que necesitaríamos una licencia para estar más tranquilos y, además, así no nos repetiríamos. Como no hay control, muchos personajes están duplicados y eso nos perjudica a todos», observa Sullivan, un enorme monstruo azul creado por Disney Pixar. Bajo el disfraz respira (a duras penas) Lorena, una joven que se gana la vida con las propinas que le dejan los viandantes de la Plaza Mayor después de sacarse una foto con el monstruo.
Ella es colombiana, pero la mayoría de los peluches que se mueven por el centro son de Perú. «Hay gente de todas partes, pero nosotros somos más, fuimos los primeros y, de hecho, la mayor parte de los trajes que llevamos vienen de allí, donde es mucho más barato fabricarlos«, asegura Fran, Buzz Lightyear con acento peruano en horas de trabajo.

«¡Nosotros no somos indigentes!», se reivindican unos patos Donald navideños con el rostro descubierto en la Plaza Mayor. También peruanos, les pedimos cambio de 20 y, al abrir sus riñoneras, protagonizan unas de esas escenas surrealistas que solo un disfraz puede provocar.
Pasó en 2012, cuando Bob Esponja y Hello Kitty se enzarzaron en una pelea a puñetazo limpio por cuestiones económicas. El año anterior, Minnie Mouse y Dora la Exploradora habían protagonizado otro combate aunque, en esta última ocasión, el que tuvo que interceder fue Bob Esponja.
Para evitar este tipo de altercados el ayuntamiento de Valencia permite que los muñecos vivientes, si actúan en solitario, dispongan de dos metros cuadrados. Además, en ese documento oficial también se destaca que no podrán requerir de forma activa la aportación de donativos, limitándose a situar junto a ellos un pequeño objeto donde pueda ser depositada la ayuda de manera voluntaria y libre. Allí, no vale eso de que sin propina no hay foto.