Por un lado, este viraje es prometedor. México posee una población joven, conectada y creativa; la penetración de los teléfonos inteligentes supera ya a la de muchos
La reciente noticia de que Banorte venderá su banco digital Bineo a la fintech Klar marca un hito silencioso pero trascendental. Más allá de los números de la transacción, lo que se asoma es una nueva etapa en la que las finanzas mexicanas dejan de girar exclusivamente alrededor de las sucursales y empiezan a moverse al ritmo de las aplicaciones móviles, la inteligencia artificial y las transferencias instantáneas.
Por un lado, este viraje es prometedor. México posee una población joven, conectada y creativa; la penetración de los teléfonos inteligentes supera ya a la de muchos servicios básicos, y la experiencia de pago digital que antes parecía futurista hoy es cotidiana para millones.
Que una fintech con ADN cien por ciento digital adquiera la licencia de un banco significa acceso más ágil a productos, menos burocracia y potencial de inclusión financiera para quienes históricamente no han pisado una ventanilla bancaria. En el contexto global, es una señal de que el país tiene la capacidad de adaptarse a la economía digital y de competir en innovación.
La digitalización de la banca también genera un efecto cultural: cambia la relación de las personas con el dinero. La cuenta bancaria deja de ser un documento físico y se convierte en una experiencia de usuario, con interfaces intuitivas, alertas instantáneas y opciones de inversión a un clic de distancia.
Este entorno puede impulsar el ahorro, formalizar pequeños negocios y reducir el uso de efectivo que tanto ha favorecido la informalidad y, en algunos casos, la inseguridad. Al mismo tiempo, el dinamismo de las fintech atrae inversión extranjera y talento especializado, impulsando un ecosistema de innovación que puede extenderse a otras áreas como el comercio electrónico o la educación financiera.
Sin embargo, el brillo del progreso también proyecta sombras. No toda la geografía mexicana vive a la misma velocidad de internet. En comunidades rurales donde la conectividad es débil o inexistente, hablar de banca digital suena todavía lejano. La educación financiera y la confianza en los sistemas en línea siguen siendo barreras para millones de personas que manejan el efectivo como única herramienta de ahorro y crédito.
Una economía que migra sin red de seguridad puede dejar atrás a quienes no tienen acceso a smartphones, datos móviles o alfabetización digital.
Otro desafío es la ciberseguridad. Cada nuevo usuario que ingresa al sistema financiero digital es también un potencial blanco de fraudes, suplantaciones de identidad y robo de datos. El marco regulatorio debe evolucionar a la par de la tecnología: protocolos de verificación sólidos, supervisión constante de las plataformas y campañas masivas de prevención para el público. De nada sirve acercar la banca al teléfono si la confianza se erosiona por experiencias de fraude.
La solidez institucional y el acompañamiento del sector privado son claves para que la revolución digital sea también segura.
México se encuentra, además, en un momento idóneo para vincular esta transformación con objetivos de equidad social. Si los programas de transferencia de apoyos gubernamentales, microcréditos y ahorros para el retiro se integran de forma inteligente a las plataformas digitales, millones de personas podrían formalizar su relación con el sistema financiero sin trámites interminables ni traslados costosos.
Esto requiere voluntad de colaboración entre autoridades, banca tradicional y fintech, pero también sensibilidad para adaptar la innovación a realidades locales.
El desafío es, entonces, doble: celebrar los avances y, al mismo tiempo, construir puentes. Políticas públicas que garanticen infraestructura digital en todos los rincones del país; programas de educación financiera que enseñen desde cómo usar una app hasta cómo protegerse de fraudes; incentivos para que pequeñas y medianas empresas incorporen pagos electrónicos sin ahogarse en comisiones.
El objetivo no debe ser solo digitalizar por digitalizar, sino asegurar que el nuevo ecosistema financiero incluya, y no excluya. México tiene ante sí una oportunidad histórica: transformar su sistema bancario, volverlo más ágil, competitivo y abierto. Pero el verdadero éxito no se medirá en cuántas apps se descargan, sino en cuántos mexicanos —sin importar su código postal— pueden acceder a un crédito, ahorrar, emprender y crecer. La economía digital será motor de desarrollo solo si es también herramienta de equidad.
Fuente: Heraldo de México /AZUL ETCHEVERRY








