AMLO apostó por un modelo desarrollista-nacionalista en un mundo que cada día está más lejos de ello. Buscaba no molestar al vecino del norte para darse tiempo de expandir, “recuperar” el aparato estatal en aras de la “soberanía nacional”.
Coincidí en Baja California con Claudia Sheinbaum Pardo, ella “rindiendo cuentas” y yo promoviendo la necesaria oposición ciudadana, aquella que, cansada de promesas, exige resultados.
Increíble que hubiera ido a defender a su antecesor a Tabasco y ahora, este sábado, hacer otro tanto en un territorio gobernado por su partido, en donde la titular del Ejecutivo estatal, la presidenta municipal de la capital y una diputada federal, antes alcaldesa de Rosarito, son imputadas por el gobierno norteamericano al grado tal que, seguramente por expedientes cargados de sospechas, son declaradas personas non gratas. No se puede calificar de otra manera el retirarles el acceso a su país.
Por lo que sabemos, a la gobernadora no le fue nada bien en la concentración morenista, de tal manera que la presidenta tuvo que calmar los abucheos. No estamos hablando de una funcionaria de la oposición, sino de alguien de sus propias filas.
¿Qué tan grave es el problema de gobernabilidad cuando la titular del Ejecutivo federal se ve obligada a ofrecer garantías a sus operadores políticos, aun cuando estos tienen acusaciones en su contra? Tarea compleja que parece nunca acabar cuando un día sí y otro también salen a la luz datos incuestionables que los desnudan como implicados con grupos del crimen organizado.
Es lamentable que en un país como el nuestro, en medio de la reconfiguración de los mercados y las hegemonías internacionales, los problemas internos nos vuelvan aún más frágiles.
¿Cómo es que llegamos hasta acá? Hagamos un breve resumen de nuestra historia más reciente para no olvidar y atar cabos. Sobre una inconformidad social con razones suficientes para ello, López Obrador hizo su campaña y logró la Presidencia de la República. Contaba con una base convencida que fue conformando a lo largo de los años; a ello sumó el voto de castigo a los gobiernos que habían quedado lejos de lo que se esperaba de la transición democrática y, además, sumó el voto de aquellos que le concedieron el beneficio de la duda.
López Obrador, como buen animal político, encontró los resortes motivadores para jalar los reflectores, la atención del electorado, incluso de aquel que en algún momento lo calificó como “un peligro para México”.
Ya en la Presidencia construyó un aparato político-electoral para asegurarse la continuidad; usó el aparato del Estado. Recursos públicos; la vocería de la Presidencia en las mañaneras; un ejército de evangelizadores y garantes de la fidelidad en los siervos de la nación; alianzas con empresarios ya establecidos y los que crecieron al amparo de las asignaciones directas y los que enmudecieron ante la coerción de la UIF y el SAT.
Para ello desplegó un discurso populista disfrazado de frases de izquierda, pero aplicando al extremo una política neoliberal a la que, por cierto, tanto criticó, hasta hacerla su némesis, el enemigo común. Muchas evidencias hay al respecto, pero por mencionar algunas, ahí está la inalterada política fiscal, así como llevar al absurdo los programas sociales que en sus manos sustituyen derechos (salud, educación, guarderías, alimentación…) por transferencias líquidas de recursos públicos a las familias.
Los derechos a la salud y a la educación, solo por mencionar dos fundamentales, se deben atender en instituciones fortalecidas que ofrezcan servicios de calidad y que nunca serán sustitutas por unos centavos en el bolsillo de las familias, liquidez que nunca podrá hacer frente a una alimentación equilibrada, una educación de calidad y a una enfermedad crónica.
Al parecer, AMLO apostó por un modelo desarrollista-nacionalista (¿añoranza del “milagro mexicano” de la posguerra?) en un mundo que cada día está más lejos de ello. Buscaba no molestar al vecino del norte para darse tiempo de expandir, “recuperar” el aparato estatal en aras de la “soberanía nacional”. Así, fue por la suficiencia energética basada en las empresas gubernamentales; para ello cambió en los hechos, presupuestalmente hablando, que es lo que cuenta, el estatus de Pemex y CFE de empresas productivas del Estado a paraestatales. De esa ineficiencia veníamos y durante seis años solo se trató de atender su deuda sin incrementar su productividad y dividendos.
A la par, trató de impulsar el desarrollo del sudeste con la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el transístmico, sin una planeación elemental, solo con la consideración de SU visión. Del medioambiente ni hablamos y menos de las restricciones técnicas para un proyecto de esa envergadura; para eso estaba el Ejército, aunque en eso les fuera su prestigio.
En el camino buscó derruir las huellas del pasado, aunque en eso se fuera una cuantiosa obra como el aeropuerto de la CDMX, misma que se pagó doble si consideramos la indemnización de los contratos que se cancelaron y además las nuevas contrataciones para el AIFA.
El presidente se había vuelto el gran líder visionario y para ello economista, ingeniero ferrocarrilero, aeroportuario, petroquímico y cuanto más.
Pero el omnisapiente y omnipresente presidente fue además experto en seguridad y, como está quedando claro día a día, responsable del deterioro de la misma y de la penetración de los actores de negocios ilícitos en la política y con ello en las esferas de gobierno y representación.
Claudia Sheinbaum al parecer pretende cambiar la estrategia para combatir la inseguridad, pero el deterioro es tan grande que implementarla implica poner al desnudo a muchos personajes que ocupan importantes posiciones dentro de sus propias filas y en ello le va a cercenar buena parte del aparato de control político que su antecesor montó para soportar su “movimiento”, su partido político y su proyecto transexenal.
Fuente: EF