Desde otras ciudades

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Imaginar las dimensiones de un país como la India puede ser más sencillo si lo comparamos con México en cuanto a extensión territorial: 1,964,375 kilómetros cuadrados de México por 3,287,263 de la India. Un poco menos del doble.

Si atendemos al número de habitantes, las comparación sorprende por demás: 126 millones de México contra 1,441 millones de la India, que lo hacen estar a la cabeza del país más poblado del mundo.

En Nueva Delhi, la capital, se tienen registrados hasta 2024 alrededor de 32 millones de habitantes. Es uno de los nueve estados del país y es la sede de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Es a partir de 1911 que el imperio británico, entonces en dominio del país, declara a Nueva Delhi como capital. Anteriormente era Calcuta. La independencia de Gran Bretaña se logra en 1947.

A la India se le conoce como la democracia más grande del mundo; sin embargo, no deja de impresionar al visitante por los marcados contrastes, la riqueza al lado de la extrema pobreza.

La percepción es muchas veces desbordante para quien se aventure a recorrer sus grandes avenidas, ya sea a pie, en autobús turístico, auto alquilado o transporte público, como los tuc tuc, vehículos de tres ruedas impulsados por un motor, o las rickshaw, de dos ruedas movido por una persona.

Un espectáculo cromático son las mujeres luciendo la típica indumentaria femenina: el sari. Esta banda de tela –es el significado de la palabra–, con longitud de cuatro a nueve metros, por un lado oculta el cuerpo femenino, mientras por otro deja al descubierto otra parte de la cintura y el brazo.

Los habitantes de Nueva Delhi dan la impresión de realizar casi cualquier actividad que para muchos requeriría de un espacio de privacidad, en plena calle y a la vista de cualquier transeúnte. Si se trata de conversar con algún amigo, basta encontrar la sombra de un frondoso árbol, extender una manta y retirarse el calzado, y si el sueño apremia, tomarse una siesta en plena banqueta. Lo mismo ocurre con las madres que caminan con sus hijos por la calle, pues, de ser necesario, simplemente recuestan a sus pequeños en la banqueta.

Un trozo de espejo colgado del tronco de un árbol con una pequeña mesa dotada de los instrumentos necesarios se convierte en una peluquería o barbería para caballeros.

El agua corriente escasea en muchas viviendas; es también común observar a hombres enjabonándose el cuerpo a toda prisa durante las primeras horas de la mañana para iniciar la jornada. A falta de servicios sanitarios, algún prado en la calle es espacio para miccionar o defecar.

El olfato, además de deleitarse con la inmensa oferta de comida callejera y los inciensos de los templos, ha de adaptarse rápidamente a la presencia de excremento de animales o humanos, alcantarillas o residuos de aguas negras o estancadas. La polución y los contaminantes superan de forma permanente los niveles de calidad del aire tolerables para la salud de sus habitantes.

Es común también observar en plena calle a una familia disfrutando de sus alimentos alrededor de una pequeña mesa.

Alia Lira Hartmann, corresponsal

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