China sería ganadora de la guerra comercial y México debe adecuarse

México debe aprovechar un nuevo orden mundial que reste las herramientas que los Estados Unidos hoy utilizan para intimidar al Sur Global.

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Por más empeño que Trump pone en mantener las cartas pegadas al pecho, una evidente obsesión con China delata sus intereses ulteriores. El zigzagueo distractor pierde toda efectividad cuando de la economía asiática se trata. En el Arte de la Negociación, Trump se mostraba convencido de poder leer la mano ajena: “He leído cientos de libros sobre China a lo largo de las décadas. Conozco a los chinos. He ganado mucho dinero con ellos. Entiendo la mentalidad china.” Pero la realidad abofetea a un Trump que no encuentra una salida al laberinto que él mismo creó. La guerra comercial deja en claro que el Presidente tiene poco o nada bajo control.

China pagó por ver las cartas de Trump y escaló la guerra comercial sin dar brazo a torcer. Lujo de pocas economías, China no sólo salió respondón sino que de paso reafirmó su apuesta de retar el orden internacional. Como escuché hace poco decir al brasileño Paulo Nogueira, vicepresidente del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, China desconfía de aquella frase de Keynes de que “en el largo plazo todos estamos muertos” como llamado a la acción. China, en los hombros de una cultura milenaria y la estabilidad política que confiere su régimen—para bien y mal—, planifica y cosecha con paciencia lo sembrado.

Buena parte de la paranoia de republicanos y demócratas hacia China proviene de la seria amenaza que representa para la hegemonía estadounidense. El economista Tomás Piketty lo dijo con claridad en su última contribución para el diario Le Monde: “Si los trumpistas están siguiendo una política tan brutal y desesperada es porque no saben cómo responder al declive económico del país. Medido en paridad de poder adquisitivo […], el PIB de China superó al de Estados Unidos en 2016. […] La realidad es que Estados Unidos está perdiendo el control del mundo”.

Resuena de nuevo aquella frase usada en la campaña de Bill Clinton en 1992: “es la economía, estúpido”. Y es que, sin una economía dominante, mantener el mejor ejército y una red de aliados global se vuelve tarea tan costosa como aquella que significó la claudicación de la economía soviética. Sin dinero no hay imperio.

La dominancia financiera de los Estados Unidos está siendo menoscabada en tiempo real. La política comercial de Trump ocasiona debilidad del dólar frente a sus pares. Los bonos del Tesoro pierden apetito como activo de refugio. La predominancia militar enfrenta limitantes de materia prima, en particular en tierras raras donde China controla la oferta mundial. El poder del consumidor, fuente del eterno crecimiento estadounidense, lucha por recuperar la confianza perdida. La Reserva Federal, cuya independencia parecía intocable, está a prueba con las diatribas de Trump a Jerome Powell, a quien llama abiertamente “gran perdedor” (major loser) en Truth Social. En este escenario de recomposiciones, China se frota las manos.

Que Estados Unidos haya dejado de ser confiable invita a repensar la gobernanza de las instituciones financieras internacionales que dan espinazo a la economía global. Instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC), creadas por Estados Unidos para ser pilares del orden mundial de la posguerra, sufren hoy una crisis de legitimidad. En el caso del Fondo, que Estados Unidos tenga el 16.49 por ciento de los votos le obsequia poder de veto de facto al requerirse una supermayoría del 85 por ciento para solventar asuntos de importancia al interior, incluida una reforma a las cuotas de los miembros. Que China sólo tenga el 6.08 por ciento del voto y 6.40 por ciento de las cuotas delata una injusticia diseñada para mantenerla a raya. Los llamados de reforma han sido en vano, pero la erosión de confianza de los Estados Unidos podría alterar la correlación de fuerzas que a su vez detone cambios. Por su parte, la OMC, hoy convertida en florero y agencia de colocación de la élite tecnocrática, está rebasada y enfrenta una crisis de pronóstico reservado.

En el corto plazo, China enfrentará incertidumbre y retos de adaptación. La cuota de mercado de más de 20 por ciento en las importaciones estadounidenses que llegó a tener y que hoy ronda el 13 por ciento seguirá en caída libre con la imposición de aranceles. Es también probable que empresas como TikTok o Huawei enfrenten barreras no arancelarias para hacer negocios en los Estados Unidos. Además, las agresiones a naciones asiáticas como Vietnam y Malasia que concentran inversiones chinas podrían afectar el clima de negocios regional. Sin mencionar que una menor demanda global y las tensiones financieras pueden desacelerar a la economía china. En una guerra comercial, todos pierden en horizontes cercanos.

Pero en el largo plazo, China podría terminar como la gran ganadora de un conflicto prolongado. El cuestionamiento a las multilaterales podría generar una ola reformista a la gobernanza mundial. La incorporación de nuevos miembros a los BRICS ampliaría la zona de influencia china y podría acelerar la adopción de una moneda común y dar vida a un retador del sistema de pagos SWIFT. La reconfiguración de alianzas podría neutralizar a la Unión Europea hasta provocar la revisión de sus aranceles a los automóviles eléctricos chinos. Empresas chinas podrían ser protegidas y escalar hasta retar a Boeing o Nvidia como parte de una estrategia de sustitución de importaciones. Más países podrían invertir en activos ligados al yuan para diversificar reservas. En suma, China podría colocarse como una alternativa seria para colmar los vacíos generados por los Estados Unidos.

¿Debe México distanciarse de China con tal de congraciar a Trump? Desaconsejable. ¿Debe apostar todas sus fichas para atar su futuro a China? No parece ni prudente ni ofrece gran retorno inicial.

México no es Brasil: no tiene la soya, el maíz, la carne y el hierro que demanda el dragón asiático. México compite con China en muchas industrias manufactureras. Abrirse a la entrada de Inversión Extranjera Directa (IED) podría menoscabar la soberanía tecnológica, ya de por sí una quimera en la actualidad. Pero México debe aprovechar un nuevo orden mundial que reste las herramientas que los Estados Unidos hoy utilizan para intimidar al Sur Global. Esos grados extra de libertad darían espacio para recalibrar el modelo económico y evitar errores del pasado. Y arriba en la lista, restar dependencia del hegemón es prioridad. Con guante de seda china, México debe abofetear las imposiciones del Norte Global para ser dueño de su destino. Hoy más que nunca es posible.

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