El sino del escorpión atestigua la enésima confrontación entre un corporativo hotelero y los habitantes de una comunidad. Luego de la denuncia pertinente ante la Presidenta Sheinbaum, el Gobernador de Baja California Sur, Víctor Manuel Castro Cosío, pudo detener el cierre realizado por el poderoso Grupo Vidanta de un tradicional camino costero en Los Cabos. El cierre responde a intereses privados relacionados con desarrollos turísticos como Punta Gorda y East Cape Vidanta, y violenta el derecho a la movilidad y al libre acceso a las playas de la región, aseguran.
En un esfuerzo por preservar el acceso público al tradicional camino que desde los años cincuenta conecta La Playa con Cabo Pulmo, un grupo de ciudadanos dirigió un oficio a la Presidenta Claudia Sheinbaum para exigir su intervención y frenar así la privatización de este histórico trayecto playero. El corporativo hotelero alega un acuerdo del 2015 mediante el cual los hoteleros pavimentaron un camino y construyeron un puente, acciones que garantizarían el cierre de ese camino costero; sin embargo, ahora Vidanta proyecta expandirse sobre los terrenos donde atraviesa la vía. El corporativo hotelero señala que ese camino es inviable e inútil (mostrando su desprecio por la gente que lo transita cotidianamente) y amenaza con pausar sus desarrollos en la zona, pues la situación “cancela la viabilidad de extraordinarias inversiones de altísimo nivel”.
Mientras se resuelve el tema y se pausan “los empleos y la derrama económica prometida”, por fortuna también se desacelera la presión inmobiliaria, los impactos ambientales, la privatización de espacios públicos y otros efectos negativos que esta modalidad de desarrollo turístico desmedido ocasiona. Grupo Vidanta tiene complejos turísticos sobre las playas de Nuevo Vallarta en Nayarit, así como en Cancún, Quintana Roo. Según el portal tripadvisor, la mayoría de las quejas contra este corporativo tienen que ver con la privatización y cierre de playas, aunque hay otras.
En realidad, lo que el alacrán observa es una idea bastante rebasada del desarrollo turístico. Al menos desde mediados del siglo XX el turismo representó para diversas zonas costeras de México una salida hacia la diversificación de las actividades productivas que le permitiesen acceder a mayor prosperidad y bonanza económica. Pero los tiempos han cambiado. Los grandes corporativos hoteleros que se esparcen por Nuevo Vallarta y Bahía de Banderas (Four Seasons, Conrad, Palladium, St. Regis, Marival, One & Only Mandarina, Rosewood y más) han significado la apropiación de tierras ejidales o comunales mediante diversas presiones. Luego existen también el acaparamiento del agua, la creación de extensos fraccionamientos privados, bardeados y bien vigilados, donde la gente común ya no puede ni siquiera acercarse, como en Punta Mita.
Se insiste en la oferta de empleo y la derrama económica que estos hoteles garantizan, pero si revisamos con detalle, vemos que hay una precarización intensiva del trabajo. Para los proyectos y la construcción misma de los gigantescos edificios hoteleros se atrae la migración laboral de peones, albañiles, soldadores y demás trabajadores de la construcción con salarios apenas mínimos. Luego vienen los empleados de los hoteles: camaristas, afanadoras, encargados de seguridad, jardineros, concierge, cocineros, meseros, empleadas de mostrador y reservaciones, vendedoras para boutiques y tiendas, más un largo y servicial etcétera. Todos y todas con salarios precarios de cerca de ocho mil pesos al mes por entre 48 y 52 horas de trabajo a la semana y con un solo día de descanso (ni sospechan la mayor productividad de los empleados con trabajo semanal de 40 horas). Además, esos empleados reciben contratos mensuales o trimestrales para no generar derechos laborales y poder ser despedidos en cualquier momento. Incluso les ofrecen uniformes (que les cobran) y transporte que no siempre se cumple.
Si nos enfocamos en las comunidades donde se aposentan estas gigantescas construcciones, tampoco parece que reciban mucha de esa derrama económica, pues la mayoría de los hoteles son con paquetes “todo incluido” y el turismo escasamente abandona sus hoteles. Las cadenas de servicios son grandes compañías distribuidoras de alimentos donde no figuran los productores locales. La industria hotelera aparece entonces como lo que en realidad es: una industria escenográfica, una simulación, una representación de un mundo mágico e ideal para el visitante, mientras quienes dan vida a esos hoteles se hacinan en poblados marginales, en departamentos y cuartos precarios con rentas elevadas, alejados de la playa, con servicios malos y escasez de agua, electricidad, pavimentación, drenaje, educación, salud.
En la zona de Bahía de Banderas donde habita el alacrán, se hizo famosa la construcción de una alberca privada dentro del mar, es decir que el hotel estaba privatizando el mismo océano Pacífico. Por fortuna las protestas crecieron y el lujoso hotel tuvo que dar acceso a la gente de la zona a su magnífica “alberca en el mar”. De igual forma, el ejido y la comunidad de Las Jarretaderas ha sido prácticamente depredada paso a paso por la construcción de ese “pequeño Miami” rodeado de pobreza que es Nuevo Vallarta y Nuevo Nayarit, donde se asientan faraónicas las construcciones del mismo Grupo Vidanta, con teleférico, un gigantesco parque a medio terminar y un auditorio para el “Cirque du Soleil” que tampoco parece que utilizarán pronto.
“Existe una amplia literatura que coloca en entredicho los beneficios que el turismo ha traído consigo en los países en vías de desarrollo”, nos dice Sandra Zepeda Hernández en su estudio para la Universidad de Guadalajara: “Turismo, cooperación y desarrollo. Una aproximación al caso Bahía de Banderas, Nayarit”. Mientras María del Carmen Solano Báez, en su investigación “Disfraces del desarrollo turístico: privatización, despojo y resistencias en los medios rurales de México”, deja de lado las teorizaciones inocentes del turismo para denunciar la voracidad de una actividad que desde sus inicios se ha planteado el reto de erradicar la pobreza, diversificar las actividades económicas y lograr un desarrollo social, pero que ha desembocado en privatizaciones de tierras.
Con todo, el venenoso reconoce que “la mano invisible del mercado” hace su obra y la actividad turística en México aporta 8.7 por ciento del PIB, desglosado en servicios de alquiler y negocios, transporte de pasajeros, bienes y artesanías, servicios de alojamiento y tiempo compartido, restaurantes, bares y centros nocturnos; comercio, servicios de esparcimiento, agencias de viaje y tour operadores, más servicios profesionales médicos, de reparación y de mantenimiento. Por todo ello, el escorpión apuesta a que en el conflicto del camino costero en Los Cabos habrá mediación de esa “mano invisible” y Grupo Vidanta acabará “convenciendo”.