Los silencios incómodos de Felipe Calderón

El libro del expresidente mexicano, ‘Decisiones difíciles’, se lee como una novela de aventuras carente de autocrítica y vacío de una explicación de gran calado de la guerra contra el narcotráfico

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El sábado 3 de diciembre de 2011 a las 11 de la mañana, el entonces candidato Enrique Peña Nieto hizo una presentación apoteósica de su libro en la Feria del Libro de Guadalajara. Frente a un auditorio de acarreados VIP que llenaron el lugar de corbatas y gel fijador, el telegénico candidato habló de esperanza, ilusión y de un México para los jóvenes. La cadencia de las palabras, las pausas calculadas para el agua y sus frases más contundentes terminaban siempre mirando al infinito. Era la puesta de largo de un hombre diseñado desde la cuna para la presidencia “pronunciando una y mil veces frases ensayadas frente al espejo”, apunté en la libreta aquella mañana.

Sin embargo, media hora después llegó lo inevitable. Peña Nieto, el aspirante que lideraba con más de diez puntos todas las encuestas, hizo un ridículo tan grande que le persigue hasta hoy. Hasta los camarógrafos comenzaron a reírse cuando fue incapaz de recordar tres libros que le marcaron su vida. Su equipo movía los dedos haciendo tijeras frente a la boca y los tres minutos que México vio fueron, en realidad, un cuarto de hora de angustiante balbuceo.

De aquel libro nadie recuerda que se titulaba México, la gran esperanza, pero con el de Felipe Calderón, Decisiones difíciles, de reciente aparición, no sucederá lo mismo. Primero porque el libro del expresidente (Editorial Debate) recuerda a uno anterior de Hilary Clinton, Hard Choices y, segundo, porque está escrito por él.

Ocho años después de dejar el poder, el libro del expresidente de México entre 2006 y 2012, el más vendido en Amazon, se lee como una novela de aventuras donde se revelan algunas de las conversaciones, las presiones, éxitos y fracasos que rodean a un presidente. El tiempo demostró que Peña Nieto era el instrumento del PRI para llegar a la presidencia, pero Calderón, para bien o para mal, es protagonista de camino al servicio de sus convicciones. De ahí que le ha bastado su libro para darse el perdón.

¿Por qué un libro tantos años después? No se puede olvidar que Calderón se ha propuesto rehacer la derecha impulsando la creación de un nuevo partido político y continúa expiando sus culpas. Hay que agradecerle, no obstante, que al contrario de la mayoría de expresidentes, después de convencer a más de diez millones de personas para que lo votaran, no haya desaparecido de la vida pública. Su libro agita el gusto por la política y la discusión en tiempos de la covid-19 y discurso único.

Con Vicente Fox preso de sus frivolidades, la importancia de Decisiones dificiles radica en la reivindicación de Calderón como líder conservador, un puesto vacante tras la irrupción del tsunami López Obrador. Aunque la reelección está prohibida, Calderón sueña con llevar a su esposa, Margarita Zavala, a la presidencia de México. Un extraño impulso similar al que algún día tuvo Fox, que retrata una derecha que concibe el país como el salón de su casa.

A lo largo de 14 capítulos y más de 500 páginas, Calderón describe los momentos más tensos de su mandato. Entre ellos la noche electoral, las denuncias de fraude nunca demostradas de López Obrador o la violenta toma de protesta de 2006. El libro dedica varios capítulos a la fracasada guerra contra el narco, su relación con los sindicatos, la disolución de Luz y Fuerza, su gestión al frente de su partido, la llegada de la influeza H1N1, la primera pandemia del siglo XXI, o su tensa relación con Hugo Chávez y Lula da Silva.

El libro, que abarca los siete años que transcurren desde que deja de ser secretario de Energía hasta que deja el poder en 2012, más un epílogo con críticas al actual mandatario, retratan la complejidad del poder y la soledad de un presidente rodeado de gente, pero profundamente aislado.

Sin duda, el pasaje más ilusionante es de 2005 cuando el autodenominado hijo desobediente, se lanza con un grupo de files a la conquista, primero del partido y luego del poder. A partir de su toma de posesión en julio de 2006, que describe minuto a minuto en un interesante capítulo que incluye la entrada al Congreso por una puerta secreta y en la que describe la reacción de López Obrador de “intento de golpe de Estado”, el resto de su mandato camina entre la desconfianza y la soledad política entre el repudio del PRD y la indiferencia del PRI.

Con esos mimbres, Calderón se rodeó de un pequeño grupo de hombres cuyo hilo conductor no es el talento ni la eficacia sino la lealtad. En ese contexto se entiende que describa como “el momento más duro” la muerte en un “accidente aéreo” de su amigo y secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño.

A lo largo del libro, Felipe Calderón, nacido en Morelia hace 57 años, aparece como un hombre tenaz que conoce como nadie los hilos parlamentarios y que es responsable de cada decisión. Describe también a un mandatario soberbio e ignorante de la violenta realidad que le esperaba.

Calderón se pinta como un hombre que se enfrentó al sindicato de electricistas y un eficaz gestor que puso orden en su partido y que dejó un exitoso balance económico que generó más de 500.000 puestos de trabajo en su primer año de Gobierno. Se describe como un presidente que apostó por las energías renovables y que puso en su sitio a Chávez y a Lula.

Sobre el principal reproche a su gestión, el haber agitado el avispero de la violencia, Calderón sostiene que era casi un mandato constitucional recuperar el control del de amplias zonas del país donde se había perdido (como sucede actualmente) y que con su llegada al poder rompió el “eso no se toca” que le espetó Fox cuando le consultó sobre el tema. Calderón recuerda que acudió al llamado de auxilio del gobernador de Michoacán y responsabiliza del balance final a que no hubo continuidad con Peña Nieto.

No obstante el libro adolece de autocrítica y una explicación de más calado sobre la “guerra” emprendida. Más allá de un pequeño susto cuando acudió a Tamaulipas a apoyar a los candidatos del PAN, parece desconocer todo de un fenómeno más grande que su Gobierno. Calderón no admite errores ante un fenómeno que deja un dato inobjetable: el número de homicidios subió 150% durante sus seis años de gobierno, según cifras del INEGI.

A lo largo de muchas páginas Calderón describe una táctica y no una estrategia que se salda con muchos muertos. Paralelamente la ausencia de una explicación seria sobre su hombre fuerte en el tema de la seguridad Genaro García Luna, detenido en Estados Unidos acusado de favorecer al cartel de Sinaloa a cambio de sobornos, resta fuerza al libro más allá del chisme.

Con una apresurada nota al final del capítulo, Calderón dice que conoció la noticia de la detención después de haber entregado el manuscrito a la editorial y liquida el tema diciendo que “Si llegara a demostrarse su culpabilidad, y se probaran los hechos de los que se le acusa, esta sería una gravísima falta a la confianza depositada en él por la sociedad, y en especial por sus propios compañeros (…) que arriesgaron e incluso perdieron la vida”.

Teniendo en cuenta que su detención se produjo hace más de cinco meses, el 10 de diciembre de 2019, y que el libro solo se ha distribuido de forma electrónica, los cinco párrafos que dedica al tema parecen más una excusa que una explicación que deposita la responsabilidad en la sociedad traicionada, como si hubiera sido nombrado por la Santísima Trinidad.

En el capítulo dedicado a la pandemia H1N1 no hay mención alguna a la covid-19 pero es inevitable hacer una comparación con el panorama actual. El expresidente celebra el éxito que tuvo el confinamiento de cinco días ordenado en mayo de 2009 y dedica muchas páginas a reconocer la diligencia de su equipo en el control del virus o la importación de Tamiflu en un contexto de aislamiento internacional. El mandatario, sin embargo, omite la desastrosa política de comunicación de su secretario de Salud José Ángel Córdova que difundía diariamente datos sin confirmar que alimentaron el repudio internacional.

En el libro salen mal parados López Obrador de quien dice es autoritario y antidemocrático incapaz de aceptar algo que no sea su victoria y sus datos. A Vicente Fox le reprocha el desprecio con el que fue tratado desde que decidió disputar a Santiago Creel la candidatura y critica a la actual dirigencia del PAN con el dolor de quien le ha robado algo que sentía de su propiedad desde que siendo un niño iba a poner carteles entre los insultos de los seguidores del PRI.

Hay curiosas referencias a su viejo amigo Germán Martínez, hoy senador de Morena, de quien describe como alguien oscuro “que no pone todas las cartas en la mesa” o que coqueteó con la ultraderecha del Yunque durante su etapa como presidente del PAN. Entre los mejor librados están Juan Camilo Mouriño, de quien dice “le debe la presidencia” o Marcelo Ebrard, hoy canciller y entonces jefe de Gobierno de la Ciudad de México, de quien dice no le hablaba en público, pero actuó con responsabilidad cuando les tocaba trabajar juntos. Entre otras contradicciones, Calderón enfrentó al sindicato de electricistas, pero le regaló a Elba Esther Gordillo, la principal líder del sindicato de maestros, la gestión de la Lotería mexicana para que no incendiara la calle.

En su relación con América Latina, Calderón aparece como un líder eclipsado y atrapado entre dos monstruos como Chávez y Lula. La imagen que mejor retrata la gestión de Calderón es la de aquella comida durante un cumbre en la que por motivos de protocolo le tocó sentarse entre los presidentes de Brasil y Venezuela. Después de un buen rato haciendo bromas, chistes y fanfarroneando “como niños chiquitos”, dice Calderón, bromearon con invadir a México. “¡Juntos, o por separado, nos la pelan a los mexicanos!”, les habría respondido airado el expresidente después de dejar los cubiertos. Sobre Cuba dice que a pesar de que siempre se negó a hacer una visita de Estado si no podía hablar con la oposición, terminó aceptando cuando supo que también iría el Papa. “No puedo ser más papista que el papa”, se dijo.

Precisamente en Cuba, el libro más conocido de Fidel Castro apelaba a la Historia para su salvación. El de Calderón, sin embargo, parece una canción de Sabina donde siempre que se confiesa se da la absolución.

Fuente: elpaís

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