Max Weber, apuntes sobre el poder

El ejercicio del poder, la lucha por conquistarlo y el denuedo en conservarlo, quizá no se vean de cuerpo entero en el espejo de la mentira, pero no dudan en recurrir a ella en aras de saciar sus intereses

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«La vocación de la ciencia es incondicionalmente la verdad. El oficio de la política no siempre permite decirla». Max Weber (1864-1920): “La política como vocación”, 1919.

El ejercicio del poder, la lucha por conquistarlo y el denuedo en conservarlo, quizá no se vean de cuerpo entero en el espejo de la mentira, pero no dudan en recurrir a ella en aras de saciar sus intereses. Los políticos, hombres de acción, eligen la responsabilidad, la valoración de las consecuencias como argumento para hacer o dejar de hacer, por sobre la convicción, capaz de frisar el extremo apocalíptico de que mientras se haga justicia no importa si el mundo perece.

Max Weber fue un liberal democrático, convencido y reformista, que participó en la fundación del Partido Demócrata Alemán, destacándose por ser objetor de conciencia y enemigo del expansionismo teutón durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Tras la derrota y el doloroso armisticio del Tratado de Versalles, colaboró con Hugo Preuss en la redacción de la Constitución republicana de Weimar (1919). Weber define al Estado como una entidad que ostenta el monopolio de la violencia legítima y los medios de coacción.

Así las cosas, tan destacado pensador egresado de las universidades de Heidelberg, Berlín y Gotinga, se ocupó del derecho, la historia y la economía, siendo considerado por muchos como el padre de la sociología moderna. Al determinismo de las relaciones sociales de producción opuso una visión más compleja de la historia y el desarrollo social. Para el autor de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1905), las estructuras económicas y la lucha de clases tienen menos importancia que otros factores de naturaleza cultural, como la mentalidad religiosa y filosófica o incluso la moral imperante, en el empeño por comprender -que no explicar- la realidad.

Frente a la prioridad de la lucha de clases como motor de la historia en el pensamiento de Marx, Weber consideró a la racionalización como clave del desarrollo de la civilización occidental: un proceso guiado por el cálculo instrumental con acuerdo a fines plasmado en la burocracia y conducido por la élite hegemónica. Distinguía tres modalidades de liderazgo político y de autoridad: dominación carismática (familiar y religiosa), dominación tradicional (patriarcado, patrimonialismo, feudalismo) y dominación legal (Estado moderno, funcionariado de especialidad).

El ciudadano obedece a los jefes que la costumbre consagra, que la razón designa o que el entusiasmo eleva por encima de los demás. Este último caso corresponde a los profetas y caudillos, quienes entienden que la política es, en esencia, riesgo y conflicto. A propósito de los crecientes enfrentamientos entre el gobierno federal y la oposición no olvidemos nunca la imposibilidad de demostrar científicamente un juicio de valor o un imperativo moral. Y aceptemos que uno y otro usan y abusan de la mendacidad, la hipérbole y el engaño…

Como señala el refrán popular: “De lengua me como un plato”. Por eso, más allá de las descalificaciones, se impone la discusión razonable y la solución negociada. Atina Weber cuando enfáticamente señala que la vocación política auténtica requiere de tres cualidades ineludibles: la pasión con la causa que se defiende, el sentido de responsabilidad objetiva respecto de las consecuencias de las decisiones y, fundamental, la mesura en el quehacer por preservar o transformar el orden social. Habrá que preguntarse si los protagonistas de la trama están a la altura de este reto.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

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