Tejer la oscuridad es una distopía que ya empezó. Debemos buscar otra forma de vivir: Emiliano Monge

“Los sistemas políticos, económicos y religiosos están mostrando un agotamiento. El neoliberalismo, la distopía que nos tocó vivir, está también tocando su fin. El punto de no retorno del cambio climático se acerca. No podremos hacer nada si seguimos como vamos. Nos agotamos una forma de estar en el mundo, tenemos que buscar otra. Lo que yo buscaba con mi novela es la cercanía, pero no quiero ser pesimista: este libro empieza en una distopía y avanza hacia la utopía”, opina Monge en entrevista acerca de su última novela. Tejer la oscuridad relata la diáspora que emprende un grupo de jóvenes en un mundo desolado, donde la humanidad se ha duplicado y se vive una guerra global. Buscan un nuevo lugar donde rendir culto a sus dioses, enhebrar un nuevo lenguaje y habitar la oscuridad. La trama reinventa nuestra idea de individuo y colectividad, de la memoria y el lenguaje; deja que resuene en sus páginas el eco de libros antiguos y de diversas formas de escritura olvidadas.

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Ciudad de México.- Después de leer Tejer la oscuridad ya camino con la fijación de conocer la posición absoluta o relativa del punto en la superficie donde me muevo, sobre todo, ahora que nos movemos menos. Me consuela saber que el punto de encuentro es la librería, que aunque nos separen dos metros, coincidimos en las mismas coordenadas.

Conozco a Emiliano de antes, porque trabajamos junta un extinto grupo editorial llamado Random House Mondadori. Nos sentamos a poco más de metro y medio uno del otro, nos emociona estar rodeados de libros, los ojos nos brillan por encima de nuestros cubrebocas. Ya estamos a una distancia segura que nos permite sostener una conversación tal como la pandemia manda.

—Qué bien se siente estar en la librería, estar contigo y hablar sobre tu nueva novela.

—Siento lo mismo. Muchas gracias por la invitación a Librerías El Sótano. Después de tantos meses, feliz de estar en una librería, de ver cómo ha cambiado, cómo cada vez está más desbordada de libros de fondo, que es lo que hace que las librerías sean librerías en serio y no vendedores de novedades. Entonces, muy contento, de verdad, muy contento.

—Eres autor de dos libros de cuentos: Arrastrar esa sombra y La superficie más honda; las novelas Morirse de memoriaEl cielo áridoLas tierras arrasadasNo contar todo. La más reciente Tejer la oscuridad. Desde el epígrafe el lector siente que se enfrentará a una novela diferente… comencemos por el título, ¿cómo lo decidiste?

—Fíjate que me pasó una cosa muy curiosa hace unos días. Me escribió un lector que me hizo darme cuenta de algo que no había notado. Me preguntaba por qué todos mis títulos eran tres palabras, salvo La superficie más honda. Yo nunca había caído en cuenta. Incluso cuando lo leí dije “no puede ser”, empecé a repasar con la mente cada título y sí… todos son tres palabras. Qué obsesivo soy. Es casi un trastorno obsesivo compulsivo ponerle tres palabras a todos los títulos. Esto me sorprendió, en primera por no haberme dado cuenta yo, y después el asunto de cómo refleja la obsesión que tengo con lo conciso. Un poco como lo que me dices del epígrafe, ¿no?

Yo me acuerdo cuando leí Zama de Antoni di Benedetto, el epígrafe me sacudió, más que un epígrafe es una dedicatoria. Así como el primer libro que te hizo leer de corrido, de principio a fin sin parar, hay un primer libro que te hizo ver que existe otro tipo de literatura. El libro dice: “A todos los que han sido víctimas de la espera”. Y en ese sentido, me gusta que el título más que contarte la historia, te permita entrar en una temperatura, en unas tonalidades, en una cosa como el pantone que habrá dentro de la novela. El título en este caso responde más puntualmente a dos cosas: a la historia, a un grupo de niños que crecen, que después se reproducen, que se vuelven un grupo, una comunidad que va buscando la oscuridad. Va huyendo de la luz, digamos, después de un cataclismo mundial.

—De acuerdo con el diccionario de Oxford, tejer es “pasar un hilo repetidamente con distintas combinaciones hechas con el mismo para formar un tejido”. Tú tienes una advertencia: no es solamente el epígrafe.

—Expliqué la parte de la oscuridad y ahora toca la de tejer. El libro tiene, además del epígrafe, una advertencia. El quipu es un sistema de escritura inca que durante muchísimo tiempo, hasta hace muy poco de hecho, se pensó que era sólo un sistema para llevar cuentas, y se pensaba por lo tanto que los incas (porque nunca se había encontrado) no tenían un sistema de escritura. Lo cual era muy confuso porque, ¿cómo una civilización que había construido una visión del mundo como lo hicieron los incas, no hubiera tenido una escritura? Se descubrió que los quipus son un sistema de cuentas y de escritura.

Nos costó mucho entender que era un sistema de escritura porque estamos acostumbrados a leer con un sentido, que es la vista. Resulta que para poder leer los quipus y comprender que eso es una escritura, se necesitan muchos más sentidos. Siendo una escritura multisensorial, se necesita el olfato, el tacto; ver cómo está hecho el hilo, oler de qué fibra es, tocar para saber si el nudo está hecho hacia la izquierda o hacia la derecha. Se necesitan todos los sentidos para poder relacionarse con ellos. Y eso tiene que ver con la búsqueda de todos los personajes en la novela de un nuevo sistema de escritura, un nuevo lenguaje, una nueva manera de nombrar el mundo.

—Hablemos del cambio de género literario. Vienes de un libro, No contar todo, en el que hablas de la relación de tres generaciones: tu abuelo, tu padre y tú. Escrito con la mayor sinceridad posible o con la sinceridad que pudiste soportar. Ahora tenemos una novela un tanto inclasificable, además algo premonitoria…

—No es casual que venga después de No contar todo, que quizá es uno de mis libros que más concesiones tiene hacia el lector, aunque también exige, por supuesto. Después de haber escrito un libro donde la historia estaba dada, y que por lo tanto yo trabajaba como esclavo de la historia, me tocaba escribir un libro en el que yo fuera esclavo de la forma. Y eso obviamente después el lector lo va a encontrar así como lo estamos diciendo. Pero yo creo que responde más a mi necesidad de hacer algo completamente distinto.

Por eso puedo pasar de unos primeros libros tan psicológicos, tan intimistas, a unos sobre la violencia política, social, y económica de México, después a una cosa autobiográfica y después a esto. Trato de hacer cortes porque necesito que la escritura sea un reto, sea un desgaste, una frustración y una lucha. En enero hice las últimas correcciones, pues el libro iba a salir por ahí de mayo… Y ya sabemos lo que se nos vino encima. No sabes cómo lo he pensado y lo difícil que ha sido para mí responderme. Son distintos pero al final, si lo piensas, también tiene un tema en común que es la familia. La idea de cómo la familia deforma al mundo, uno desde la intimidad y el otro quizá desde fuera, desde la descomposición de la familia.

—Varias frases oprimen el corazón: “Esos fueron los años más difíciles del mundo. Los que pasamos escondidos al interior de las montañas”. Ahora, nosotros también estamos saliendo un poco de noche, cuando no hay nadie. Mencionaste que en este relato vas de la distopía hacia la utopía, pero creo que es pertinente referirse a la entropía, que se ocupa de las grietas que marcan los desórdenes en los sistemas y que son insoportables. Es un libro muy fuerte para el confinamiento, para los que apenas estamos asomándonos a la luz.

—No sé cómo se habría leído el libro sin la pandemia. Un poco entre broma y verdad, Andrea Montejo, que es mi agente, me decía hace unos meses: “Cabrón, ¿te das cuenta?, iba a ser tu libro más hermético y va a acabar siendo casi de autoayuda”. Que sí es un poco gracias a la pandemia. Este libro en particular tiene una exigencia distinta a la de los otros libros precisamente porque hay que leerlo con la totalidad de los sentidos. Pero además los sentidos entendidos como siete, ni siquiera como cinco. Nuestra relación con el tiempo es un sentido y se nos olvida, por ejemplo. Y el lenguaje es otro sentido. Después de que asistimos a la primera parte de la novela, que es la más ardua, exige más atención y vemos el mundo destruirse, hay una segunda parte en la que todos salen de las cuevas y empieza la re-habitación del mundo y se asume que somos nómadas no sedentarios y hay toda esta marcha…

No es solamente un ir y venir por ese mundo destruido, sino también ir descubriendo el renacer de ese mundo y cómo el problema de ese renacer seguimos siendo los seres humanos aunque seamos los responsables de salvarnos como especie. Y ahí sí, se meten las grietas. Que además es curioso porque son las grietas de nuestras contradicciones, que al mismo tiempo son las cosas que damos por hecho siempre. Cuando pensamos en cambiar el mundo, quizá lo que debe cambiar es el concepto de familia. No pensamos que lo que tenemos que cambiar quizá es la idea de amor, de amistad. Estas ideas que damos tan por sentadas es donde deberíamos empezar a rascar, a quitarles luz y comenzar a buscar la oscuridad que hay detrás de ellas.

—Nos ubicas en un futuro no muy lejano ¿es 2029? Estamos una especie de cuenta regresiva hacía la destrucción del mundo como lo conocemos. Gobiernos colapsando, el sentido de comunidad se va perdiendo…

—Y no solo los gobiernos, los sistemas políticos en general, los sistemas religiosos; todos están mostrando un agotamiento. Obviamente los sistemas económicos: el neoliberalismo, que es la distopía que nos tocó vivir, está también tocando su fin. Hay muchos síntomas para pensarlo. Pero sobre todo, lo que yo buscaba con la temporalidad (y qué bueno que lo mencionas porque eso ha pasado muy desapercibido en las entrevistas y en las conversaciones que he tenido sobre el libro) es la cosa de la cercanía. Es una distopía, pero que empieza ya.

De algún modo tenemos que llamar la atención sobre, por ejemplo, que el punto de no retorno del cambio climático está ahí entre el 2028-2030. El punto en que ya no se va a poder hacer nada si seguimos como vamos. Ve el mundo que les dejamos a las siguientes generaciones. ¿Por qué van a querer estar en ese mundo que destrozamos, que no es más que un lugar peligroso, cuando pueden estar en ese otro mundo? ¿Qué les vamos a decir? ¿De verdad tenemos cara para decirles que se salgan cuando lo que les dejamos es mucho peor? Tenemos que tomar consciencia. Nos agotamos una forma de estar en el mundo, tenemos que buscar otra. Este libro empieza en una distopía y avanza hacia la utopía; no quiero ser pesimista.

—Este sentido de irreversibilidad, de destrucción, de anarquía, está muy presente en el libro, pero también de renacimiento, de la memoria, los recuerdos, el libro y la escritura. Siendo que habla de libros antiguos, la búsqueda de la forma literaria tiene como soporte esencial el impreso (si lo lees en digital, no ves la distribución del texto en la página). Es pues, un libro sensorial, como tú dices, que se lee de muchas formas…

—Qué bueno que dices lo del formato porque nos costó muchísimo trabajo. No estoy en contra del libro digital, pero creo que hay libros que deben permanecer en papel, además de que todos deben estar en los dos formatos. Creo que hay libros que sólo pueden estar en papel y este es uno de ellos; la composición de la página fue muy compleja, está pensada para que no se mueva de ahí. El libro en papel es una tecnología acabada. Es como la cuchara, “hazme una cuchara mejor que la cuchara”, no se puede. Hazme un libro mejor que un libro en papel. No se puede. El libro digital es una solución y ayuda cuando estás en un lugar donde no puedes conseguir libros o cuando sufres dislexia, pero es una tecnología inacabada. Todas esas cosas son prácticas para el lector pero no para el libro.

—Tu escritura es compleja, de múltiples capas, pero nunca caótica ni ininteligible. Este no es un libro fácil, pero se puede leer, entender muy bien y tiene una historia que está contada con una estructura singular. Entonces, ¿esto es una defensa, un manifiesto? ¿Qué es este libro después de No contar todo?

—Para empezar, yo creo en la literatura que le exige al lector. No creo que exista la literatura difícil, pero sí la literatura exigente. Con “exigente” no me refiero ni siquiera a un asunto de inteligencia, porque la literatura por suerte salva eso. Me refiero a un asunto de tiempo. Yo creo que la literatura no es algo que escriba el escritor ni que lea el lector. Es algo que sucede en la conjunción de la escritura y la lectura. Por supuesto que hay autores que exigen más que otros. Finnegans Wake exige el noventa por ciento del lector. Hay que estar dispuesto como lector, pero si lo estás, te la vas a pasar muy bien y te vas a divertir mucho. Efectivamente es un libro que exige; sobre todo la primera parte, después la segunda parte es muy distinta, y la tercera quizá vuelve a exigir un poco, pero no tanto como la primera. De tu pregunta, no creo que sea un manifiesto.

—En esta estructura coral, ¿el lenguaje y la memoria son personajes?

—Ellos buscan ese pasado, otros dioses, otra idea de comunidad, de individuo, de oralidad y otra idea del lenguaje. Empieza el camino hacia una nueva civilización, con dos herramientas fundamentales: el lenguaje y la memoria. El libro dialoga con el Popol Vuh, con el Chilam Balam y con la Visión de los vencidos, que es lo que ellos llaman los libros antiguos o los “libros negros”. El libro que estamos leyendo nosotros es el libro que están escribiendo ellos. Van prohibiendo palabras entre ellos, y entonces desaparecen del libro porque van también prohibiendo sentimientos para erradicarlos y poder generar unos nuevos. Entonces el idioma primero se llena de huecos, se va deshilachando, digamos; y después tienen que encontrar la manera de re-hilarlo, de tejerlo a partir del silencio y con la idea del quipu.

—¿Qué proyectos tienes en marcha?

—Entre terminar un libro y empezar otro, nunca había pasado tanto tiempo. Pero me refiero a empezar la escritura, en la cabeza sí lo tengo. Me ha costado porque lo que estoy planeando tiene que ver con la locura y cómo se pueden heredar ciertos miedos. Tiene que ver con la historia de mi madre y tiene que ver con ser mujer a finales del siglo XX en México. También tiene que ver con mi abuelo que era psiquiatra y fue director de La Castañeda; trabajaba con locos y fue uno de los peritos médicos para el juicio a Goyo Cárdenas. Después mi mamá dedicó toda su vida a trabajar con niños con diferentes capacidades. Entonces todavía lo tengo muy vago, pero tiene que ver con la idea del caos y la consciencia. No me he sentado a escribir, y yo creo que tiene que ver con la pandemia, con que es difícil concentrarse, y también con que este último libro me dejó agotado. No me gusta apresurar las cosas. Sé que mientras está en la cabeza ya empezó la escritura, pero todavía no empieza el vaciado de esa escritura.

—Para despedirnos, durante estos meses de aislamiento social por emergencia sanitaria, nos dimos cuenta de la importancia de los libros cuando nos cerraron las librerías. ¿Cómo lo viviste tú?

—Nos agarró en jaque a todos esta situación. Estuvimos muy encerrados y con muchas cosas a las que no podíamos acercarnos, entre ellas las librerías e hicieron mucha falta los libros en las casas. Que no nos vuelva a pasar. Hay que aprovechar estas semanas que vienen para hacernos de bibliotecas, para comprar los libros que podamos porque el invierno va a ser otra vez muy encerrados y tendremos que aferrarnos a lo que nos pueda acompañar en la soledad, y lo mejor que nos puede acompañar en la soledad son los libros. Ya nos dimos cuenta todos de que Netflix se agotó, se agota en dos o tres semanas. Y ahora que puedo ver, no hay nada. Y las bibliotecas no se agotan, las librerías no se agotan. Entonces hay que tratar de aprovechar eso.

Fuente: sinembargo

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