“Los Juegos Olímpicos: un primer día histórico, pero no mágico”. Con este titular, la revista especializada Surf Session dedicó un artículo al desenlace de las primeras pruebas olímpicas de surf, que tuvieron lugar el 25 de julio de 2021 en Tsurigasaki, a unos 100 km de Tokio. “La prueba se inició en condiciones ligeras”, explicó el periodista Olivier Servaire, “el tipo de olas que podrían animarnos a coger un fish (una tabla corta y voluminosa que se utiliza generalmente en olas poco potentes) para ir a surfear después de una semana de flat (calma plana), pero para una competición histórica, deja bastante que desear…”.
Al día siguiente, al término de los octavos de final, el periodista insistió en que las condiciones de las olas no eran “nada excepcionales” antes de añadir que no habían “ofrecido realmente (por el momento) el escaparate tan esperado por la disciplina […]. Aunque la entrada del surf en los Juegos Olímpicos pasará a los libros de historia, es evidente que las condiciones (como se esperaba) no son, por el momento, las soñadas”.
Tensiones históricas
Lejos de ser insignificantes, estos primeros comentarios sobre la inclusión del surf en el programa olímpico reflejan de hecho las tensiones, e incluso contradicciones, que acompañan a este deporte desde hace medio siglo. En este caso, el periodista alababa el impacto que este acontecimiento “histórico” iba a tener en la legitimación y la institucionalización del surf como deporte, al tiempo que deploraba las malas condiciones de las olas que impidieron a los surfistas expresarse lo mejor posible y menoscabaron la dimensión espectacular que suele asociarse a sus representaciones mediáticas.
Aunque el público en general no está muy familiarizado con las competiciones, que reciben poca cobertura mediática y sólo son seguidas por los entendidos en canales o sitios web especializados, este deporte está expuesto desde hace tiempo a las representaciones mediáticas que han conducido a la mitificación cultural del surf, a la que han contribuido en gran medida las marcas de ropa.
Estas representaciones se asocian generalmente a ideas de libertad, evasión, exotismo, naturaleza, juventud o, más ampliamente, “diversión” que, según el experto francés Alain Loret no es más que un “tótem” del “surf” que explota con fines comerciales el simbolismo alternativo y underground que transmite.
Mientras que las representaciones mediáticas dominantes transmitidas por la publicidad, el cine y las redes sociales fomentan la acción espectacular continua, las retransmisiones televisivas de las pruebas de surf reflejan las realidades restrictivas del deporte, destacando la lentitud, la espera de la ola adecuada, el remo para llegar al line-up (la zona mar adentro donde los surfistas esperan las olas) y colocarse en el mejor sitio, y las caídas.
En el transcurso de una prueba de 30 minutos, el espectador sólo ve a los competidores cabalgar las olas (mediocres y pardas en el caso de los Juegos Olímpicos de Tokio) durante unos segundos y a menudo le resulta difícil apreciar sus cualidades técnicas, debido a un conocimiento insuficiente de los criterios de evaluación.
La cuestión de la apropiación cultural
Tres años después de su tibia entrada en el programa olímpico, las pruebas de surf que, en el marco de los Juegos Olímpicos de París 2024, tendrán lugar del 27 al 30 de julio en la ola de Teahup’o en Tahití, ya han suscitado numerosos debates, que también revelan estas tensiones.
En un artículo publicado en el número 27 de la revista especializada Hotdogger se aborda la sustitución de la torre utilizada anteriormente por los jueces durante la etapa tahitiana del circuito profesional. Esta torre, construida en el arrecife cerca de la ola, fue considerada demasiado “incómoda” por el COI.
“La elección de Teahupo’o –una de las olas de competición más bellas del mundo– tenía todos los visos de ser un golpe maestro para marcar el verdadero debut olímpico del surf […]. Desgraciadamente, un proyecto para reemplazar la torre de los jueces lo ha echado todo por tierra. Realizada a hurtadillas, chapucera en los estudios de impacto y sin una comunicación sincera, esta infraestructura se encuentra en el centro de todas las paradojas. Herejía ecológica contra hipocresía política”.
Esta polémica, que según Guet corre el riesgo de confirmar la fallida entrada del surf en los Juegos Olímpicos, no hace sino poner de manifiesto las tensiones que pueden existir entre el desarrollo económico y turístico, la preservación de los territorios y las culturas locales y la protección del medio ambiente.
Los trabajos de varios investigadores, entre ellos los agrupados en el libro Surf Atlantique. Les territoires de l’éphémère (Surf en el Atlántico. Los territorios de lo efímero), han mostrado claramente los problemas que puede plantear la apropiación del surf y de sus mitologías en el discurso que acompaña a determinados proyectos de desarrollo territorial.
Por su parte, Dina Gilio-Whitaker también señala que, tras ser prohibida por los primeros colonos hasta casi desaparecer, la práctica de lo que los hawaianos llamaban entonces he’e nalu (literalmente: deslizarse sobre la ola y fundirse con ella) revivió a principios del siglo XX bajo el impulso de George Freeth, un joven campeón de surf nacido en Hawái.
Sin embargo, la investigadora estadounidense señala que, en la mayoría de los escritos sobre el tema, este “renacimiento” se atribuye a Alexander Hum Ford, un empresario estadounidense que, tras ser introducido en el he’e nalu por Freeth y con la ayuda del talento narrativo de su amigo, el escritor Jack London, utilizó la imagen del surf para promover su proyecto de desarrollo turístico en Hawái, exportando al mismo tiempo la práctica al continente.
Además, el artículo de Gilio-Whitaker muestra claramente cómo, desde su nacimiento, el surf moderno ha arrastrado consigo las tensiones existentes entre la experiencia sensible de una práctica lúdica, un proyecto de desarrollo económico y la elaboración de una narrativa mediática mitológica.
Más allá del deporte
También es importante señalar, al hilo de los trabajos que se vienen desarrollando desde mediados de los 90, que a menudo se considera que el surf no es “sólo un deporte”, o incluso que “no es un deporte”, sino una actividad compleja que se desarrolla y se practica mayoritariamente al margen de las estructuras institucionales.
Es una práctica que combina consideraciones medioambientales, limitaciones meteorológicas y la primacía de las emociones y las sensaciones sobre la competición. Un fenómeno cultural que se desarrolló bajo la influencia de la protesta y el pensamiento libertario en los años 60 y 70 antes de volverse más complejo y diverso, con los propios surfistas que ahora forman una “comunidad” heterogénea.
Entonces, ¿marcarán los Juegos de París 2024 el verdadero debut olímpico del complejo deporte del surf, en los que seguirá figurando como deporte adicional? De no ser así, el surf podría recuperar el tiempo perdido en Los Ángeles 2028, que marcará su entrada “oficial” en el programa olímpico, o en Brisbane 2032, ya que California y Australia están consideradas las dos cunas del surf moderno.
Sin embargo, aunque el surf está ya muy arraigado en estos lugares, se ha desarrollado en entornos sociales, culturales y económicos distintos, lo que ha dado lugar a tipos de práctica y enfoques culturales muy diferentes.
Sea como fuere, Japón y Francia (y Tahití en particular) han sido durante mucho tiempo “territorios surferos”, del mismo modo que Estados Unidos y Australia. Figuran entre las 10 primeras naciones surferas del mundo según la Asociación Internacional del Surf, con un gran número de surfistas y sólidas instituciones de apoyo a este deporte.
Desde este punto de vista, parece legítimo que el surf se incluya en el programa olímpico de las ediciones de 2021, 2024, 2028 y 2032. Pero ¿qué ocurrirá en el futuro, cuando los Juegos se celebren en países sin costa surfeable? ¿Tendremos que recurrir a la construcción de costosas infraestructuras para generar olas artificiales, poco ecológicas y a menudo acusadas de desvirtuar la esencia del surf? Esa es otra historia.