El tercer hijo de Isabel II ha conectado a la Corona con el caso Epstein, una trama de violaciones y abuso de menores.

Los dedos del príncipe Andrés, segundo hijo varón de la reina Isabel II de Inglaterra y su “favorito”, según la sabiduría convencional británica, son más bien regordetes, como toda su fisonomía. Pero que esta sea la última línea de defensa para intentar salvarle del escándalo de su amistad con el millonario pedófilo estadounidense, Jeffrey Epstein, revela un cierto estado de desesperación en la Familia Real.

Como siempre en este tipo de declaraciones de parte, la fuente era anónima. El diario The Evening Standard señalaba gráficamente los detalles de la ya infame foto, en la que se ve al duque de York agarrando de la cintura a Virginia Roberts, hoy Virginia Giuffre, en 2001. Estaban en el apartamento londinense de Ghislaine Maxwell, la hija del magnate de los medios, Robert Maxwell, y amiga íntima del príncipe Andrés. Fue a través de ella como trabó amistad con Epstein, quien este verano acabó suicidándose en una cárcel neoyorquina. Incapaz, en teoría, de soportar su hundimiento social después de ser acusado de poner en marcha una red de prostitución de menores. Roberts tenía entonces 17 años y hoy asegura que fue obligada a mantener relaciones sexuales con el príncipe al menos en tres ocasiones. “Mira la foto. Está claramente trucada. Los dedos de Andrés son muy delgados, como de una mujer. Y tienen un extraño tono rojizo. Sus verdaderos dedos son mucho más regordetes. Pequeños y regordetes”, han dicho a The Evening Standard, y a todos los medios que les han querido escuchar, supuestos amigos personales del hijo de la reina.

El problema es que, ni se trata de la única foto, ni probablemente la más comprometedora. La imagen de Andrés junto a Epstein, de paseo por Central Park (Nueva York) en 2010, fue tomada dos años después de que el millonario se hubiera declarado culpable de haber tenido relaciones con una prostituta menor de edad. Pasó 13 meses en prisión. Y el Daily Mail, obsesionado con batir esta pieza de caza mayor, publicó recientemente un vídeo en el que se ve al príncipe asomar la cabeza por la puerta de la mansión de Epstein en Manhattan, mirar a uno y otro lado para ver si alguien vigila, y despedirse de una mujer joven.

La Casa Real británica ya se ha dado cuenta de que debe reaccionar. “El duque de York está conmocionado ante las recientes noticias sobre los presuntos delitos de Jeffrey Epstein. Su Alteza Real condena la explotación de cualquier ser humano, y la sugerencia de que pudiera haber participado, consentido o animado algo así es algo aborrecible”, decía el comunicado oficial de Buckingham poco después de conocerse el contenido del último vídeo. Era la segunda respuesta del palacio, poco dado a comentar asuntos privados, en menos de una semana. Las dos tenían que ver con las aventuras de Andrés.

Hubo un tiempo, ya muy lejano, en el que el príncipe era el orgullo de su madre. Su imagen triunfante, nada más regresar victorioso de Guerra de las Malvinas —se había empeñado en participar en la ofensiva bélica, para mayor gloria de Margaret Thatcher— fue celebrada por la prensa británica. Y su boda con Sarah Ferguson Fergie (se la presentó Lady Di) fue un acontecimiento nacional. Fue después, al buscar una ocupación a Andrés, cuando comenzaron a surgir los problemas. Como representante real de los intereses comerciales del Reino Unido por todo el mundo, el duque de York se dedicó a viajar a todo lujo y comenzó a sumar amistades peligrosas. El hijo del coronel Gadaffi, Saif al Islam, entre otros. Pasó a conocerse a Andrés como “Air Miles Andy”, un juego de palabras que hace referencia a los puntos que acumulan los viajeros habituales en las líneas aéreas, que les permiten obtener privilegios exclusivos.

Su divorcio de Fergie, el mismo annus horribilis para Isabel II en el que rompieron Carlos de Inglaterra y Diana Spencer y se incendió el castillo de Windsor, abrió las puertas a nuevos escándalos. Mantienen ambos una estupenda relación —comparten, de hecho, vivienda— y se han volcado en sus dos hijas, Beatriz y Eugenia, a las que han casado convenientemente (la primera se casa el año que viene y la menor lo hizo en octubre de 2018). Pero no han dejado de arrojarse, a sabiendas o no, bombas escandalosas. Sarah Ferguson fue pillada in fraganti cuando reclamaba a una periodista, que se hizo pasar por empresaria, cerca de 800.000 euros para garantizarle acceso a su exmarido. Y tuvo que devolver compungida los casi 20.000 euros que había aceptado de Epstein para pagar algunas de sus innumerables deudas.

Isabel II se dejó ver recientemente de camino a la iglesia acompañada de Andrés. Se interpretó como un gesto de apoyo hacia un hijo que, según los medios, fue siempre su debilidad. Porque su carácter —bromista, vividor y arrojado— era el carácter de su marido, Felipe de Edimburgo. Muy diferente del introvertido y aspirante a intelectual Carlos de Inglaterra, el próximo rey del Reino Unido salvo sorpresa de última hora. Pero en la balanza comienzan a pesar más los cálculos de interés de un monarca en la parrilla de salida que el amor incondicional de una madre. Y por eso han sido también fuentes anónimas las encargadas de sugerir a los medios en los últimos días que la relación entre los dos hermanos se ha enfriado mucho en los últimos años.

Fuente: ELPAIS

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