Cuando Hawo Mohamed se despertó una mañana y descubrió que una docena de cabras de su rebaño había muerto, supo que su vida como pastora tocaba a su fin. Mohamed, que creció en una remota aldea de la costa de Somalilandia, en el noreste de África, recuerda cómo llevaba las cabras de su familia a pacer a unos pastos verdes bordeados por unos cuantos árboles. Pero con el tiempo los árboles empezaron a morirse y hace unos ocho años las lluvias estacionales se volvieron cada vez más imprevisibles. La situación parecía empeorar de año en año.

Poco a poco, sus animales se quedaron sin pasto y agua suficiente y se fueron debilitando. «Un día fui a recogerlos como de costumbre y los llevé a casa. A la mañana siguiente, 10 o 12 habían muerto», explica sentada en el suelo mientras da de mamar a su recién nacido delante de la choza de chapa ondulada de la ciudad costera de Berbera. «Cuando solo nos quedaban unos pocos animales vi que mis vecinos ya habían empezado a marcharse y me fui con ellos. Sabía que nada volvería a ser como antes». Este 2019 Mohamed, de 32 años, su marido Ahmed Ali y sus cuatro hijos se unieron a los alrededor de 600.000 somalilandeses que han abandonado los pueblos en los últimos años en busca de una nueva vida en la ciudad ante la imposibilidad de salir adelante después de que sus ganados y sus cultivos quedasen diezmados por años de sequías.

Somalilandia es una república autoproclamada del tamaño de Siria situada en el Cuerno de África. Tiene cuatro millones de habitantes y es uno de los lugares más vulnerables al cambio climático. Pobre, azotada por las sequías y sin reconocimiento legal como Estado, lucha por adaptarse al futuro. Mientras se enfrenta a unas crisis climáticas cada vez más graves y al aumento de la emigración dentro y fuera de la zona, intenta encontrar cuanto antes los medios para contener la marea de emigrantes del clima, conseguir que la gente se quede en unas tierras cuya productividad no deja de descender y crear nuevos puestos de trabajo para los desempleados.

Los representantes de Somalilandia advierten de que el aumento del desempleo juvenil, consecuencia del abandono de las explotaciones agrícolas por parte de las familias, que luego no encuentran una ocupación alternativa, es una de las causas principales de la bomba de relojería social y política que se ha sumado a la emigración y el extremismo a los que ya tiene que hacer frente esa región del mundo. «Un país entero se está desplazando», reconoce Shukir Ismail, ministro de Medio Ambiente y Desarrollo Rural en una entrevista en su despacho de la capital, Hargeisa, en la que las cabras deambulan por las calles, algunas con los números de teléfono de sus propietarios escritos a lápiz en el lomo. «En Somalilandia el cambio climático es real… y se está convirtiendo en un desastre».

Pero la crisis de Somalilandia también se considera una advertencia. El Banco Mundial calcula que, si no se toman medidas, en tres de las zonas más pobres del planeta el cambio climático obligará a unos 140 millones de personas a emigrar de aquí a 2050.

Más calor y más sequedad

Los estudios realizados por el Centro de Riesgos Climáticos de Santa Bárbara (perteneciente a la Universidad de California) para la Fundación Thomson Reuters han concluido que en Somalilandia la media de las temperaturas máximas diarias ha aumentado alrededor de un grado en los últimos 30 años, hasta alcanzar los 34 grados centígrados.

Al mismo tiempo se ha producido un notable aumento del número de estaciones secas: en 20 años, la temporada de lluvias de marzo a mayo solo ha sido buena en tres ocasiones. Este hecho ha sido perjudicial para las cosechas y los rebaños de cabras, camellos, ovejas y vacas que constituyen el pilar de la economía somalilandesa. Faisal Ali Sheij, director de la Autoridad para la Prevención de Desastres Nacionales y las Reservas Alimentarias de Somalilandia, considera que los problemas a los que se enfrenta su país son mayores que los de otros, debido en parte a la pobreza y a las deficientes infraestructuras, con escasos medios de transporte y pocas carreteras. Los datos del Gobierno calculan el PIB de la república en 646 dólares por habitante, lo que la sitúa entre los 10 países más pobres del mundo, según cifras del Banco Mundial. El Gobierno calcula que el 50% de la población urbana y el 64% de la rural son pobres.

En Somalilandia la media de las temperaturas máximas diarias ha aumentado alrededor de un grado en los últimos 30 años, hasta alcanzar los 34 grados centígrados

A todas estas complicaciones se añade la situación legal de la Somalilandia islámica. El país se separó de Somalia en 1991 y desde entonces ha funcionado de manera autónoma, en gran medida sin el terrorismo ni la violencia que asolan algunas regiones somalíes. Pero el autoproclamado Estado no está reconocido como país, lo cual lo excluye de las ayudas directas y los créditos de la mayoría de las instituciones mundiales. «Somos diferentes de otros países… Tenemos muchas más dificultades», afirma Sheij en una entrevista en su despacho de Hargeisa, una ciudad polvorienta de alrededor de un millón de habitantes en la que pocas calles están asfaltadas y ninguna tiene nombre. «No tenemos ríos ni depósitos de agua. En toda Somalilandia, la vida depende del agua de la lluvia… y no podemos conseguir préstamos de otros países».

Una crisis duradera

El cambio climático ha complicado la crisis de larga duración que sufren Somalia y Somalilandia, que ocupa aproximadamente el 30% de su territorio al noroeste. Las circunstancias excepcionales convierten esta situación de emergencia en una de las más complejas del mundo. Tras 20 años de guerra civil en Somalia, en 2011 la hambruna se extendió por el país y por gran parte del este de África, cobrándose 260.000 vidas. Las fotografías de los niños demacrados conmovieron al mundo; 13 millones de personas sufrían hambre y muchas abandonaron sus hogares durante una brutal sequía.

Cuando, al cabo de cinco años, aparecieron indicios de la llegada del fenómeno El Niño que presagiaban una sequía similar, las organizaciones humanitarias se pusieron manos a la obra rápidamente y evitaron que se repitiesen la hambruna y la pérdida de vidas a gran escala durante las sequías de 2016 y 2017. Sin embargo, la crisis mató al 89% del ganado de Somalilandia, que constituye el principal producto de exportación del país y la base de su economía pública. Mientras la población luchaba por recuperarse, en mayo de 2018 el país fue azotado por el ciclón tropical Sagar, el más potente de los registrados que ha tocado tierra en esa parte del mundo, lo cual obligó a miles de personas más a abandonar sus hogares.

Los somalilandeses tenían grandes esperanzas de que este año les diese un respiro, pero, una vez más, la estación de lluvias de marzo a mayo, conocida como el Gu’, no ha hecho acto de presencia, lo cual ha puesto al país al borde de la catástrofe. «Ya no hay prácticamente ninguna probabilidad de que en Somalilandia se produzcan precipitaciones (desde julio) hasta este octubre o principios de noviembre», pronostica Chris Funk, director de investigación del Centro de Riesgos Climáticos con sede en Estados Unidos. «Allá donde se mire, la situación es realmente sombría». Según el experto, Somalilandia es especialmente vulnerable a las amenazas climáticas porque fue una de las pocas regiones que sufrió sequías tanto durante la oscilación de El Niño como de La Niña, que representan el patrón dominante de las variaciones climáticas a gran escala en el trópico.

La regularidad cada vez mayor de las sequías tiene que ver también con el calentamiento de los océanos Índico y Pacífico debido al cambio climático, lo cual ha aumentado las lluvias sobre los océanos y reducido las que caen en el este de África oriental, explica. «Parece que el aumento de la frecuencia de las sequías se va a mantener en el tiempo, así que seguramente será la nueva normalidad», prevé Funk. Todo indica que Somalilandia «se está volviendo más seca y calurosa».

Una situación «peor que nunca»

La Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) afirma que, en estos momentos, una tercera parte de la población de Somalia, incluida Somalilandia, sufre una escasez de alimentos un 30% superior a la calculada para principios de año. Con la crisis en el horizonte, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés) hizo un llamamiento en mayo para que se enviasen a Somalia 710 millones de dólares en ayudas contra la sequía. La petición se produjo cuatro meses después de que los más de 1.000 millones de dólares aportados por la ONU para intentar contribuir a las operaciones de ayuda en el país durante 2019 se quedasen cortos ante las vacilantes respuestas de los donantes a los repetidas solicitudes de fondos contra la sequía.

«En mi vida he visto muchas épocas de poca lluvia y sequías más o menos largas, pero la de los últimos 10 años es peor que nunca», recuerda una señora mayor

Sin embargo, para muchos habitantes del campo de Somalilandia ya es tarde para capear los efectos de la falta de precipitaciones. Gran parte de la cabaña ganadera del país ha muerto y las familias se han visto obligadas a abandonar sus hogares dejando en el aire el futuro de la próxima generación, ya que alrededor de dos de cada tres jóvenes no tiene trabajo. Según un portavoz del Gobierno, se cree que, en los últimos años, unas 600.000 personas han dejado sus casas empujadas por la presión relacionada con el cambio climático y que la cifra sigue aumentando. Fatima Aden, que dice tener unos 80 años, se trasladó al campamento somalilandés Sheij Omer para desplazados internos hace unos seis, dejando atrás una vida de pastoreo que había sido el sostén de su familia durante generaciones.

En el campamento, que acoge a unas 1.500 personas a 10 kilómetros de Hargeisa, Aden relata su infancia desde su buul, una cabaña tradicional que antes se construía con ramas y hierba y que ahora está hecha de madera, chapa ondulada y trozos de tela. «Cuando era joven, esto era verde, había bosques por todas partes, y todas las familias teníamos ganado suficiente que podíamos vender para comprar lo que necesitásemos», recuerda la mujer mayor, madre de seis hijos, que vive con 15 miembros de su familia. «En mi vida he visto muchas épocas de poca lluvia y sequías más o menos largas, pero la de los últimos 10 años es peor que nunca».

Aden, que gana algún dinero vendiendo en el campamento la hierba estimulante conocida como qat, dice que cada vez llega a las ciudades y a los campamentos más gente sin trabajo ni ocupación y sin acceso al agua corriente o a la electricidad. «Hasta ahora no habíamos visto a nadie que se quedase sin animales hasta el punto de que su vida peligrase», asegura la antigua pastora mientras los gatos olfatean alrededor de sus pies en busca de restos de comida. «La vida está cambiando de año en año y cada año es más difícil», se lamenta. «Me preocupa el futuro, mis hijos y sus familias».

Un salvavidas

Ante la falta de oportunidades para obtener ingresos y el aumento del desempleo juvenil, este año las organizaciones sin ánimo de lucro y las ONG han redoblado sus esfuerzos para dar ayuda a las personas que la necesitan, cuyo número no deja de aumentar. En el campamento de Sheij Omer —uno de los alrededor de 20 establecimientos de esta clase que, según los trabajadores humanitarios, hay dentro y alrededor de Hargeisa—, la organización Save the Children lleva otorgando becas desde 2017 para proteger a los jóvenes del trabajo infantil y conseguir que sigan sus estudios.

Este año, la ONG ha puesto en marcha un plan de transferencias de dinero en efectivo. Cada mes entrega a las familias 75 dólares para que compren comida y otros suministros ante la perspectiva del aumento del número de personas en situación crítica. «La malnutrición, las enfermedades relacionadas con la sequía y los desplazamientos son cada vez más frecuentes», declaraba Jamillah Mwanjisi, portavoz de Save the Children. Algunas familias solo consiguen seguir viviendo y ganándose el sustento en el campo con la ayuda de grupos humanitarios locales e internacionales.

El pueblo de Abdigeedi lleva sin recibir lluvia suficiente desde 2014, y el año pasado quedó arrasado por el ciclón Sagar

El pueblo de Abdigeedi, a unos 160 kilómetros al noroeste de Hargesia, cerca de la frontera con Yibuti, es uno de los más afectados. Situado en una de las áreas más golpeadas por la sequía, lleva sin recibir lluvia suficiente desde 2014 y el año pasado quedó arrasado por el ciclón Sagar. El huracán destruyó todas las casas de esta población de 2.000 habitantes. Solo quedaron en pie la mezquita, el colegio y el centro de salud, que son de ladrillo. «La comunidad lleva cuatro o cinco años sufriendo escasez de lluvia y depende en gran medida de la ayuda humanitaria», afirma Nur Abdi Indanoor, director de proyectos de seguridad alimentaria y medios de vida de Save the Children.

Las señales de los alrededores del pueblo indican al menos ocho ONG y organizaciones sin ánimo de lucro —como el Consejo Noruego para Refugiados y Unicef— que entregan toda clase de ayuda a la comunidad, desde vales de comida hasta letrinas. «Sin esa ayuda no podrían sobrevivir», denuncia Indanoor mientras espanta las moscas en el calor sofocante.

Pérdida de independencia

Saleban Sean Ali es el jefe de los mayores del pueblo. Calcula que tiene 47 años y es padre de 10 hijos. Dice que la ayuda es bienvenida, pero que mueren muchos animales y nadie es capaz de proporcionar los medios para mantener las cabras y los camellos de los que dependen para su supervivencia. «Después del ciclón, la gente intentó llevarse a los animales debilitados a otro pueblo en busca de ayuda, pero volvieron sin nada. Todos murieron», cuenta a través de un traductor. «No podemos mudarnos a otro sitio. Esta tierra no es buena para la agricultura, así que nuestra única posibilidad es volver a criar ganado», concluye. «Tengo la esperanza de que, a pesar de que las condiciones son malas, podré volver a pastorear para recuperar mi independencia».

Ayan Mahmoud, representante residente de Somalilandia en Gran Bretaña y la Commonwealth, afirma que, en su país, las crisis provocadas por el clima se han convertido prácticamente en una constante, lo cual ha socavado el modo de vida nómada tradicional y el sistema de clanes de la sociedad somalilandesa. «Año sí y año no, tenemos alguna crisis de grandes dimensiones», declara Mahmoud. «La comunidad de pastores ha sido la más afectada. Ha perdido muchos animales y también su estructura social», resume.

El desplazamiento de la población a las ciudades, con sus enormes tasas de desempleo juvenil, «se está convirtiendo en una bomba de relojería», denuncia Mahmoud, que atiende a alrededor de 150.000 compatriotas residentes en Gran Bretaña y presiona para que Somalilandia sea reconocida oficialmente. El país está realizando esfuerzos para intentar ayudar a la población rural a quedarse en su tierra y adaptarse al agravamiento de las sequías y otros condicionantes climáticos a través de medidas que van desde la construcción de sistemas de riego y almacenamiento de agua hasta la introducción de semillas resistentes a la aridez.

«No creo que mis hijos sigan cultivando, porque han visto lo que yo he tenido que pasar y lo que sucede con el medio ambiente», reflexiona un agricultor

También se están implementando sistemas de alerta temprana de sequía para ayudar a las comunidades pastoriles a vender el ganado antes de que cambien las condiciones meteorológicas, a fin de evitar pérdidas económicas. Las autoridades también procuran encontrar maneras de estabilizar los precios de los alimentos en la zona. En Biyoguure, a unos 30 kilómetros de Berbera por una pista de tierra, Ahmed Ali, un agricultor de 40 años, está decidido a quedarse en el pueblo con su mujer Zaynab Abdi y sus cuatro hijos. «Cada año la situación empeora más y las sequías son más largas», cuenta durante una entrevista en el edificio de un colegio, al resguardo de los abrasadores 40 grados del exterior. «Pero no sé qué alternativas tendría si intentase marcharme».

La de Ali es una de las familias de esta aldea de unos 140 habitantes que este año ha empezado a recibir 70 dólares al mes de una ONG local llamada Apoyo de Base para las Organizaciones Humanitarias (Grasho, por sus siglas en inglés), que recibe financiación de la FAO para trabajar en proyectos agrícolas. El portavoz de la ONG, Abdulkadir Buuh, señala que este año han incrementado las ayudas ante los pronósticos de una emergencia por sequía y que ahora colaboran con unos 18 pueblos.

Los expertos afirman que prestar ayuda humanitaria antes de que ocurra la catástrofe, en vez de limitarse a reaccionar después, puede reducir las pérdidas y los costes de la asistencia. Pero incluso con esta ayuda, Ali duda que sus hijos se vayan a quedar en la tierra de la familia. «No creo que mis hijos sigan cultivando, porque han visto lo que yo he tenido que pasar y lo que sucede con el medio ambiente», reflexiona mientras se dirige pendiente arriba hacia el cercado de la familia, situado en una colina que mira a la aldea baldía en la que las vallas de espino impiden que las hienas entren por la noche.

Aun así, «siento que es mi deber cuidar del pueblo y de la paz como mis antepasados». A unos 10 kilómetros de allí, en el pueblo de Magab, Maryam Jama, de 19 años, tampoco está segura de que llegue a abandonar su aldea a pesar de que las condiciones han empeorado. Su familia se ha dedicado al pastoreo durante generaciones, explica. Jama se casó a los 10 años con Mahdi Mohamed, también lugareño, y tuvo su primer hijo a los 11 años. Ahora tiene dos. «Hemos perdido mucho ganado: camellos, cabras, ovejas y burros», explica en un buul de la población, en la que Grasho reparte forraje y tratamientos para desparasitar a los animales. «Un par de veces intenté marcharme, pero no tenía alternativas mejores», cuenta. «Nací aquí y aquí veo mi futuro. Espero que, con ayuda, las cosas mejoren».

Cultivos resistentes a las sequías

Varias iniciativas para ayudar a las familias a adaptarse al empeoramiento de las condiciones han empezado a dar fruto. En 2015, la ONG Comité Juvenil Voluntario para el Cuerno de África (Havoyoco, por sus siglas en inglés) creó un banco de semillas comunitario en Galoley. El poblado, situado a unos 50 kilómetros de Hargeisa, se encuentra en una zona conocida como «el granero de Somalilandia». Mohamed Ali, director de proyectos de la organización, explica que el banco ha distribuido semillas —de maíz, sorgo y tomate, entre otras— resistentes a la sequía e inmunes a las enfermedades entre los agricultores locales, que luego contribuyen al banco con semillas de sus propias cosechas.

Havoyoco, que recibe financiación de diversas organizaciones, desde el Fondo de Desarrollo de Noruega hasta Oxfam, la Cooperativa para el Desarrollo y el Alivio en Todo el Mundo (CARE, por sus siglas en inglés) y la FAO, también ha mejorado la recogida de agua en la zona, captándola de la lluvia para utilizarla en los cultivos y para los animales. «Antes la gente tenía muchos problemas. Era difícil conseguir semillas durante la estación seca o que fuesen de buena calidad», señala Ali mientras inspecciona varias hectáreas de cultivos que contrastan vivamente con el resto de Somalilandia. Pero ahora «los habitantes del este y de otras zonas vienen aquí en busca de pastos y alimentos mejores», añade.

Los patrones meteorológicos se están volviendo más extremos cada año, y la organización «ayuda a la gente porque queremos que conserven sus medios de vida», remacha. Sin embargo, Edna Adan Ismail, exministra de Exteriores y primera mujer de Somalilandia en ocupar un ministerio, especifica que muchos habitantes del campo no han tenido más remedio que trasladarse e intentar encontrar otro trabajo a medida que los modos de vida tradicionales se iban perdiendo. «Su supervivencia depende de ellos», zanja Adan, fundadora del Hospital Universitario Edna Adan de Hargeisa. En un intento por diversificar su economía, dependiente de la ganadería, Somalilandia trata de atraer a inversores extranjeros tentados por la posición del país en una ruta vital de transporte marítimo.

Somalilandia controla 760 kilómetros de costa en el golfo de Adén. Allí, Emiratos Árabes Unidos financia una renovación del puerto de aguas profundas de Berbera por valor de 440 millones de dólares, y está instalando una base militar. «Es fundamental que diversifiquemos la economía para traer comercio y trabajo», sentencia la exministra, pero también es decisivo para el futuro del país obtener su reconocimiento político. «Cuando nos reconozcan, vendrá gente e invertirá».

Las generaciones futuras

Dado que las inversiones extranjeras son limitadas, el Gobierno de Somalilandia, junto con otras organizaciones, intenta crear nuevos puestos de trabajo para los jóvenes en una república en la que el 70% de la población tiene menos de 30 años. Este año ha puesto en marcha un programa de servicio militar de un año de duración para 1.500 hombres y mujeres, mientras que Havoyoco dirige otro de formación profesional para enseñar carpintería, soldadura, y conocimientos de administración aplicados al puesto de trabajo. Oxfam ha contribuido a financiar unas instalaciones de formación para la innovación llamadas HarHub y situadas en Hargeisa. En ellas, los jóvenes de los campamentos de desplazados pueden adquirir conocimientos de informática en la academia Hargabits. «Consideramos que el empleo juvenil es uno de los principales retos de Somalilandia, y para crear puestos de trabajo en el sector y diversificar hacen falta inversiones importantes», sostiene Abdiaziz Adani, portavoz de Oxfam. «Debido al cambio climático y a la sequía, el modo de vida pastoril tradicional no va a volver».

Hamse Sulub es uno de los que han hecho el cambio. Este joven de 19 años, procedente de un pueblo cercano a la frontera etíope, se trasladó a Hargeisa hace siete después de que la sequía matase a la mayor parte de los camellos de su familia. Tras estudiar en la escuela islámica, vio un anuncio de Hargabits y un día se dejó caer por el centro. El personal le hizo una prueba, lo admitió como alumno y le enseñó diseño gráfico y a utilizar hojas de cálculo. «Cuando era pequeño, en el pueblo, era responsable de cuidar de los animales… No sabía nada», recuerda Sulub sentado junto al gallinero que hay en el refugio que comparte con su madre y sus cuatro hermanos en el campamento de Sheij Nuur. Pero «esto me ha dado confianza. Mi plan es formarme unos cuanto años más y luego montar mi propio negocio», explica. «Me preocupa que mi familia tenga comida suficiente cada día. Lo que necesitamos los jóvenes es tener un trabajo, y para eso nos hacen falta conocimientos y centros donde aprender».

«El empleo juvenil es uno de los principales retos de Somalilandia, y para crear puestos de trabajo en el sector y diversificar hacen falta inversiones importantes», sostiene Abdiaziz Adani, de Oxfam

Sin empleo ni esperanza para el futuro, es posible que cada vez más jóvenes somalilandeses se unan al número creciente de jóvenes africanos que intentan emigrar, sospecha la ministra de Medio Ambiente Shukir Bandare, que insiste en que la emigración provocada por el cambio climático es un problema mundial. «Se marcharán por mar a Europa o Estados Unidos para hacer algo con su vida», vaticina. «Si no colaboramos y nos damos la mano para resolver los problemas del mundo relacionados con el cambio climático, estamos condenados. No vamos a dejar nada a la próxima generación. Nada».

Fuente: elpaís

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