La historia de México está marcada por episodios en los que la justicia no ha sido producto del sistema legal, sino de la desesperación. Esta semana, una mujer de 74 años, identificada como Carlota “N”, disparó contra tres personas que presuntamente la despojaron de su propiedad. El resultado: dos muertos, un herido, y una sociedad sacudida no solo por el hecho en sí, sino por la respuesta pública que le siguió.
No es la primera vez que un ciudadano reacciona violentamente ante la omisión de la autoridad. En 2002, el mecánico José Luis Nieto Ávila atropelló con su camioneta a un grupo de niños y maestras en Ecatepec porque no podía avanzar hacia su trabajo; estaban haciendo honores a la bandera en la calle. La indignación social fue absoluta: nadie justificó la tragedia.
Hoy, el caso de Carlota genera una reacción muy distinta. En redes sociales y en círculos ciudadanos, se escucha con frecuencia: “la entiendo”, “no le quedó de otra”, “fue su derecho”. ¿Qué cambió?
Lo que ha cambiado es el nivel de descomposición y desconfianza hacia las instituciones. La ineficiencia del sistema de justicia, la burocracia absurda, la corrupción estructural y la lentitud desesperante han generado una cultura donde la gente ya no cree en la ley, y en cambio empieza a creer en el castigo directo. Esta cultura se ha formado como una consecuencia del abandono institucional y se alimenta del hartazgo colectivo.
La referencia al principio del Talión, el famoso “ojo por ojo, diente por diente”, ya no es solo un concepto arcaico del Código de Hammurabi. Es, tristemente, una idea que resurge en la conciencia social cuando el Estado no responde. Porque cuando el Estado no actúa, la gente actúa. Cuando el sistema de justicia no castiga, la víctima o el agraviado asume ese rol.
Pero esta respuesta es peligrosa. Porque la justicia por mano propia no es justicia, es desesperación convertida en violencia. Y cuando esa desesperación se normaliza, se vuelve contagiosa. El caso de Carlota está siendo tomado como ejemplo, no solo de defensa, sino de “lección”. Ahí radica la verdadera alarma.
Hoy, que el país discute cambios en el sistema judicial, resulta crucial observar estas señales. Si el nuevo modelo no logra restaurar la confianza, sancionar con eficacia y proteger a las víctimas, la gente buscará justicia en sus propios términos. Y eso, lejos de resolver el problema, lo multiplica.
El problema no es la edad de Carlota ni el perfil de las víctimas. El problema es que la sociedad ya no espera nada de las autoridades. Y cuando se pierde la esperanza en la justicia institucional, se abre paso a la violencia legitimada por el dolor.
Mucho debemos hacer para revertir esta cultura. Porque la paz no se construye con balas, se construye con leyes que se cumplen, autoridades que sirven y ciudadanos que creen. Así lo pienso, ¿y tú?
POR JUAN LUIS MONTERO GARCÍA








