Una noche de fiesta contamina más que comerte un chuletón

Un estudio relaciona el alcohol y salir a cenar con la huella de carbono. ¿Y ahora qué hacemos?

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Las vacas no tienen la culpa del cambio climático. Es fácil señalar la ventosa biología de los rumiantes y mofarse de su infinita capacidad para emitir metano. Resulta cómodo quejarse de la ganadería por sus salvajes procesos –todo en ella es malo para el medio ambiente, desde la fabricación de piensos al uso del terreno y el consumo de agua. Pero eso no va a cambiar la realidad. Sí, hay que consumir menos carne si queremos solucionar la crisis climática, pero también afrontar el hecho de que los gases de efecto invernadero son el resultado de nuestras decisiones. La culpa no es de las vacas ni de los cerdos ni de las gallinas, es de las personas, de su insaciable apetito por la carne y, por lo que dice un reciente estudio de un equipo de científicos de Reino Unido, Noruega y Japón, publicado en la revista científica One Earth, de su amor por el alcohol, los dulces y salir a cenar. Sí, dos claves de una buena noche de farra y una que no es un placer menor para el paladar (a no ser que tus botones gustativos del dulzor hayan preservado su virginidad).

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la ganadería -sobre todo la industrial- es responsable del 14,5% de los gases de efecto invernadero. Contamina más que todos los coches, trenes, barcos y aviones, gasta en un año la misma cantidad de agua que todas las familias españolas en 20 y su pienso contribuye a la deforestación. Es normal que esté en la diana de los ciudadanos concienciados. Pero es hora de poner a prueba el compromiso: con los datos del nuevo estudio en la mano, toca cerrar el grifo de la cerveza y la botella de vino, dejar los manolitos y las palmeritas para las ocasiones especiales y decidir cuándo salir a cenar (y las copas de después) es un capricho innecesario –o, tal vez, aprender de una vez cómo se lee una receta de cocina y preparar las exquisiteces en casa.

El análisis que los científicos han hecho del consumo de 60.000 hogares repartidos por 47 prefecturas de Japón lo dejan claro: en este caso, los que tienen una mayor huella de carbono no se distinguen tanto por comer más carne como por consumir el doble de productos azucarados que aquellos que tienen el menor impacto, porque sus miembros comen fuera de casa dos veces más y porque beben más del triple de alcohol. ¿Y ahora qué hacemos nosotros? ¿Compartimos un chuletón en lugar de pedir una copa? ¿Contratamos un catering para cenar todos en casa? Ni pensarlo, solo hay que poner las cosas en su sitio.

Con qué llenan el vaso en los hogares investigados no importa tanto como saber que no todas las bebidas tienen el mismo impacto. Un informe de la cervecera New Belgium Brewing Company de 2008 concluyó que la huella de carbono de un paquete de 6 botellas era similar a la que deja un coche en unos 12 kilómetros. A quien la cifra le remueva la conciencia le interesará saber que las latas tienen una huella menor que las botellas porque pueden transportarse más unidades con el mismo peso (el vidrio pesa más). En cualquier caso, conviene tener presente que uno de los problemas de esta bebida está en el coste de la refrigeración, que no tienen los licores y los vinos, que dependen del frío en menor medida. Además, parece que cuanto mayor es la graduación alcohólica, menor es huella de carbono. Pero no todo es malo para las cañas, a favor de la cerveza está que suele fabricarse más cerca del punto de consumo que otras bebidas.

¿Una fórmula para contaminar la mitad?

Los datos del estudio llaman la atención, pero su conclusión quizá era más previsible de lo que parece, ya que la dieta japonesa no es especialmente rica en carne. Los japoneses comen de media 6,2 kilos por cabeza al año, por 15,5 del promedio de los países de la OCDE, según datos de 2005 recogidos en el trabajo. ¿Es que no había un lugar mejor en el hacer este estudio? Los científicos justifican así su decisión: «Aunque el país tiene una cocina única, la composición de la dieta japonesa actual es similar a la que otras organizaciones sanitarias nacionales están recomendando», dice el nuevo trabajo. Entre estas recomendaciones están las de recortar la carne roja y la grasa saturada. Dicho de otra manera, si nos fijamos en quienes ya han logrado el objetivo que ahora se marcan países como España es sencillo ver que convendría ir más allá de sustituir la carne por otros alimentos.

Con todo, los investigadores advierten de que el estudio está limitado. No por haber investigado una sola nación, una circunstancia que juzgan positiva porque «entre el 70% y el 80% de la comida se produce y se consume dentro de cada país», sino porque la mayor parte del análisis se ha hecho fijándose solo en el CO2. Otros gases, como el metano, no han recibido tanta atención porque los científicos no disponían de datos suficientes. Sin embargo, aseguran que probablemente es suficiente para sacar conclusiones generales relevantes porque el CO2 supone entre el 60% y el 90% de las emisiones globales de las emisiones que influyen en el efecto invernadero.

Los académicos dejan claro que la carne fue responsable de alrededor del 30% de la huella de carbono de los hogares estudiados, sin contar la que se consumía fuera de casa (que sería mayor por el coste de mantenimiento de un restaurante, desde la iluminación a las cámaras frigoríficas). Pero también aseguran que, según sus datos, los hogares más contaminantes emiten 2,31 gramos de CO2 por caloría al año, mientras que los que menos impacto tienen se quedan en 1,26 gramos –es casi la mitad–, y que el dato se debe en buena medida a los placeres culinarios señalados. No es fácil calcular la huella de carbono propia, pues se basa en una compleja combinación del impacto ambiental de todos los ingredientes, desde la granja a la mesa, pero hay un cálculo bastante más sencillo y oportuno: ¿cuántas resacas, infinitas cuentas de restaurante y empalagosos dulces puedes quitarte de encima?

Fuente: elpaís

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