Educar en contra de la corrupción

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Hace años tuve la oportunidad de participar en un evento de varias semanas con algunos extranjeros. Como parte de las actividades, compartimos juntos la proyección de una película. No olvido la cara de desaprobación de uno de ellos cuando se dio cuenta que usábamos una copia ilegal.

Pensé entonces en el camino que nos falta por recorrer en materia educativa para conseguir la misma reacción al encontrarnos con cualquier clase de ilegalidad.

Después de las noticias de esta semana sobre el combate de la corrupción, la renuncia del titular de la Maccih, la posible reelección del fiscal y algunos sonados casos de desfalco de fondos públicos, pensé en múltiples posibilidades al comenzar al escribir.

Que si el clientelismo político donde las instituciones están atestadas de correligionarios, que si la falta de transparencia e investigación. Incluso exploré experiencias de otros países que nos adelantan en esta materia.

Hablando con un amigo, caímos, de nuevo, en que la corrupción es una manifestación más del relativismo que impera en nuestra sociedad. Por lo tanto, la solución a largo plazo de este y otros problemas pasa por una adecuada educación del carácter en valores y virtudes.

La misma palabra educación tiene siempre una connotación positiva. Implica conducir hacia la plenitud de la madurez en las virtudes y al mismo tiempo extraer de cada uno las mejores posibilidades de la que es capaz.

Un primer paso para corregir el rumbo educativo, en uno de los países con más desigualdades del mundo, es hacer un profundo examen de cómo estamos cumpliendo con ese imperativo de derechos y obligaciones.

Más allá de los casos concretos, hace falta estudiar y descubrir qué convicciones, valores y conocimientos hicieron falta para que esos niños de hace 20, 30 o 40 años fueran incapaces de hacer frente al ambiente inmoral y hostil que les llevó a actuar incorrectamente.

¿Existen factores en la niñez que predisponen a la corrupción en la etapa adulta?, sin duda que sí. Y aunque en educación no existen reglas fijas como en las matemáticas-hago alusión a la libertad personal- se pueden encontrar algunos aspectos que vuelven vulnerable a un niño para sucumbir en un entorno corrupto.

En mi experiencia, un primer factor de riesgo tiene que ver con la familia. Es llamativo que en varios estudios se menciona que basta fomentar los vínculos, especialmente con la madre, para que un convicto en la cárcel tenga posibilidades de enmienda. Por otra parte, basta con que el niño esté solo y desatendido en su casa para que sea presa fácil de malos resultados académicos, caiga en las drogas o cometa crímenes de cualquier tipo.

La educación en la familia es fundamental para que el niño pase de su casi natural pensar en sí mismo -que es lo más propio del corrupto- a abrirse a las necesidades de los demás. Todo lo que sea facilitar el trabajo de los padres en la educación de sus hijos, conlleva necesariamente a atajar futuros problemas sociales.

Si se sabe estar atento, en la niñez y en la juventud es cuando se pueden corregir, cuando aún son incipientes, defectos como robar y mentir. Así atendiendo en lo pequeño y en los inicios, será la forma de evitar luego el robo de millones, encubiertos como si fueran una falta menor detrás de una sonrisa.

Priorizar la defensa de la familia a nivel institucional. Potenciar las escuelas para padres, defender el matrimonio, compuesto de un hombre con una mujer, establecer incentivos a instituciones, las Iglesias por ejemplo, que fortalezcan los valores en la familia son solo unos ejemplos.

Educar en contra de la corrupción es acompañar y fortalecer a la única institución capaz de formar el carácter y preparar a los futuros hondureños a navegar contracorriente.

Fuente: elheraldo

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