Nosotros ya no somos los mismos

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Antes de hoy, en varias ocasiones ha venido a mi mente la idea que ahora paso a exponer a ustedes. Reconociendo, por otra parte, que sólo hasta esta ocasión, he intentado corroborar la factibilidad de mi hipótesis y, por eso pregunto: ¿es posible que, con la simple agregación de una serie de vocablos (nombres, verbos, adjetivos), aparentemente inconexos, pensados en torno de una persona, podamos no nada más reconocerla, sino hasta llegar a identificarla, individualizarla?

En obvio de tiempo, ejemplifiquemos, si digo: maestro, doctor y, sobre todo, docto. Investigador acucioso, lector de cientos de libros y autor de algunos imprescindibles. Politólogo, historiador del pasado, del presente y augur, es decir, visionario, del porvenir. La opción de vida que desde joven decidió fue la sociología, disciplina para muchos considerada la conciencia crítica de la sociedad. Estudió a profundidad el pensamiento de las pasadas etapas históricas, pero, también de la contemporaneidad. Luego él escribió, y nos despejó el camino para reforzar convicciones. Porque él, no se refugió en lo que los oradores del pasado siglo gustaban llamar “la torre de marfil del pensamiento”. Metáfora que (según Wikipedia), describe a los sabios que, desvinculados de la vida cotidiana, aislados voluntariamente del mundo que íntimamente los rodea, tan sólo les interesa perfeccionar su obra, indiferentes a la realidad de los problemas del momento.

Nuestro personaje, por el contrario, fue distinguido por sus aportaciones a la reconceptualización de la sociología y las ciencias afines: geografía, antropología, historia, ética, sicología. Reconceptualizar, nos dice la enciclopedia, significa redefinir, replantear, reformular, restructurar. En ninguno de estos campos estuvo ausente el pensamiento y la acción de este universitario mexicano a quien, con sobrada justicia, tanto dentro, como fuera de nuestro país, sus méritos han sido ampliamente reconocidos: grados académicos, condecoraciones, cátedras, conferencias magistrales. Nuestro personaje, hasta ahora innombrable, qué duda cabe, es honra y prez que a todos enorgullece. Todo lo anterior obviamente me emociona y me hace sentir ciudadano privilegiado por haber tenido la oportunidad de conocencia y trato con este maestro de excepción. Lamento que por insensibilidad y torpeza no aproveché lo que fue una oportunidad de crecimiento y madurez personal.

Como era de esperarse, la comunidad de la Facultad de Ciencias Políticas, antes aun que la Junta de Gobierno de la UNAM, lo designó su director. Ese rango lo incluía, automáticamente en el H. Consejo Universitario, instancia en la que permaneció de 1957 a 1965. Allí lo conocí. El cómo director de la facultad mencionada y yo, como representante estudiantil de la Facultad de Derecho. De esa época son muchas las acciones y actitudes asumidas por el director, primero de esta facultad, y luego del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, que merecen ser conocidas. Más adelante serán compartidas. Por ahora prefiero terminar esta entrega no con mis palabras si no con las que, en diferentes momentos pronunció el hombre que, sin decir su nombre, todos identificamos: el comandante Pablo Contreras, como llamaron los zapatistas a quien siempre fue el primer mexicano que se manifestara en contra de toda ley, reglamento, disposición, comportamiento, que representara un agravio contra la persona o los derechos de cualquier persona de nuestros pueblos originarios.

“Nos toca un periodo sin precedente en la historia de la humanidad. Nuestra lucha ya no es sólo por la libertad, la justicia y la democracia, es de hecho por la vida misma.”

“Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos. Pero no aceptamos el optimismo autoritario ni la esperanza sin pensamiento crítico.”

“Lo nuevo no es ser moderado, de izquierda o ultra. Lo nuevo es ser siempre coherente.”

“El verdadero profesor es aquél que sigue estudiando, y el verdadero estudiante es aquel que aprende a enseñar.”

“Los pueblos indios de México están librando una lucha pacífica, en ella plantean una alternativa al mundo actual y el esbozo de una nueva civilización.”

A los 96 años contestó a una ruda pregunta: “Mi receta es tan sólo una: LUCHAR Y AMAR”.

Si a alguien no le quedó claro que mi personaje fue todo el tiempo el comandante Pablo Contreras (como rebautizaron los zapatistas al maestro González Casanova), le darán la razón a la minoría de la multitud que insiste: derecha la flecha al pecho, Ortiz.

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