Catástrofe climática, indiferencia ¿por qué?

Por Gabriel Quadri de la Torre

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Hay que preguntar directamente por qué no actuamos ante la evidencia cada vez más abrazadora y trágica del calentamiento global. No son suficientes las estadísticas de temperatura extrema, ni las tendencias evidentes de su escalamiento exponencial (el “Palo de Hockey” de Mann, Bradley y Hughes). Tampoco, las consecuencias catastróficas que se proyectan con miles de muertes por calor y deshidratación, además de tormentas de fuego infernales por incendios forestales masivos, aire saturado de partículas tóxicas, mares hirvientes, elevación desastrosa en los niveles del mar, inundaciones bíblicas, muerte masiva de corales, desaparición de glaciares y del hielo en el Ártico, derretimiento de la Antártida y Groenlandia, sequías y hambrunas apocalípticas, y la alteración de corrientes marinas y sistemas de circulación atmosférica, que transformarán radicalmente el clima de la Tierra, provocando con ello cientos de millones de refugiados climáticos. Nada de eso nos logra verdaderamente conmover ni hacer cambiar nuestras conductas, aspiraciones y preferencias. Los reportes noticiosos nos siguen pareciendo algo ajeno y lejano, incluso, sobre lo que ocurre frente a nuestras narices, o a unos cuantos cientos de kilómetros. Gobernantes prosiguen subsidiando combustibles fósiles (como en México), construyendo refinerías de petróleo (como en México), e incluso bloqueando a las energías limpias (como en México), o promoviendo la deforestación (como en México, “Sembrando Vida” y el Tren Maya). Todos quieren gasolinas baratas, camionetas o vehículos monstruosos (y de pésimo gusto), y consumir carne a placer y a discreción. No son sólo los “países ricos” los responsables, sino todas las clases medias y altas de todo el mundo, que pueden acceder y/o aspiran a ello, y cuyas emisiones per cápita de CO2 son más o menos similares. Son referencias culturales universales arraigadas en una consciencia petrificada y hasta ahora inamovible que, literalmente, destruye al planeta. Desde Mozambique hasta Texas, desde Mexicali y Hermosillo hasta Yakarta y Londres, desde Lagos y Mumbai hasta Veracruz y Shanghái. Algunos culpan al capitalismo, y con eso se solazan y se vengan emocionalmente (después de la derrota intelectual, moral y existencial del marxismo). Pero el capitalismo sólo es un medio para satisfacer – de la manera más eficiente – los deseos agregados de las personas, cualesquiera que estos sean. No es el capitalismo, somos nosotros. La teoría económica y el capitalismo no juzgan las preferencias ni las funciones de utilidad de los consumidores; las toman como algo dado o “exógeno”.

El futuro nos importa un bledo, más allá de nuestro horizonte de tiempo habitual o del período de vida útil de determinados proyectos de inversión. La mente humana opera con tasas de descuento (o tasas de interés) muy altas; “descontamos” el futuro de manera brutal. Los costos de la catástrofe climática dentro de 50 o 100 años son despreciables descontados al 10% o al 15%, y traídos a valor presente, es decir, ahora. Nos está matando el Valor Presente Neto, en cuyo denominador, siniestramente, aparecen estos 10% o 15% como verdaderos factores de exterminio. Más aún, estamos, sin poder salir, atrapados en la Tragedia de los Recursos Comunes de Garrett Hardin, y en el problema de la Acción Colectiva de Mancur Olson: Nadie quiere asumir plenamente los costos y la iniciativa de la acción climática: los costos se concentran y los beneficios son difusos y a largo plazo. Todos explotamos o utilizamos la atmósfera del planeta como resumidero de nuestras emisiones por el uso de combustibles fósiles. Si no lo hacemos nosotros, lo hará alguien más. La racionalidad individual nos lleva a devastar el clima de la Tierra, al maximizar nuestra utilidad a corto plazo. (Cada persona, empresa y gobierno actúan de manera similar). La atmósfera y el clima del planeta son bienes públicos globales vitales, y no existen aún instituciones eficaces de regulación y gobernanza. (El Acuerdo de París en materia de cambio climático es apenas un esbozo preliminar, que el gobierno mexicano pisotea). Y es difícil que los haya. Ningún gobierno (más o menos democrático) se atreve a ir en contra de las preferencias e intereses de sus electores. También, el combatir el calentamiento global conlleva una verdadera revolución industrial: energías limpias, vehículos eléctricos, dejar atrás los combustibles fósiles, acabar con la deforestación provocada por la agricultura y la ganadería, transformar la matriz energética de industrias estratégicas (cemento, siderurgia, petroquímica), y sustituir la carne de res con opciones vegetales o de células madre. Todo ello implica que intereses o grupos sociales importantes van a perder, y por tanto, a resistir los cambios necesarios, y a paralizar a los gobiernos. Por otro lado, el impuesto al carbono en los combustibles fósiles (Carbon Tax), que la teoría económica prescribe como instrumento cardinal para combatir el calentamiento global – internalizando costos – es impopular y frecuentemente regresivo; o sea, los más pobres son los más afectados. Sin un mecanismo de compensación aceptable, es políticamente inviable. ¿Estamos condenando al planeta? ¿Qué Hacer?

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