Como debilitó AMLO a la prensa

Es increíble que ahora youtubers, tuiteros o cualquier ente no profesional, serio, formado y estudiado hayan tomado las riendas e incluso hayan penetrado en el asunto político

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Por naturaleza el periodismo tenía un valor que implicaba fortaleza: credibilidad y confianza. Y hoy, está casi totalmente abandonado. Recuerdo sobre todo -sin esa nostalgia selectiva que hace que seleccionemos, traspolemos y concluyamos falsas realidades- la forma en que se manejaban los medios de comunicación en los sexenios de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, y lo que sucedió en los sexenios posteriores hasta llegar a lo que hoy estamos viviendo.

Los periodistas sabían que su trabajo tenía consecuencia, es decir, que modelaban las conductas del poder y de los ciudadanos. Evidentemente, sabíamos que era una especie de servicio público y por lo tanto que había una distinción clara entre el «bien» y el «mal», o como poco se expresa hoy, existía una ética pública.

Lo que ha ocurrido con Andrés Manuel López Obrador, destaca justamente por el impacto en estas áreas y por los efectos que generó en toda la profesión y actividad en el más amplio sentido de la comunicación y el periodismo. De ninguna manera pretendo hacer una comparación superficial y con añoranza glorificar aquellos años, por el contrario, lo que pretendo es considerar el valor que actualmente se le ha dado y las formas que se han modificado, y que muchos siguen sin comprender, ajustar y actualizarse a las demandas actuales. Porque es evidente que López Obrador en dónde más ha golpeado en sentido literal y figurado es en el periodismo serio y por ende en la capacidad de crítica.

Uno de los ejemplos más claros, más allá de la incapacidad de sus colaboradores para controlar una crisis, a tal grado que es el propio Presidente de la República quien tiene que salir personalmente a atajar el desorden y las especulaciones generadas por Jesús Ramírez, Jenaro Villamil, el secretario de gobernación Adan Augusto López y el secretario de salud Jorge Alcocer, es lo ocurrido con el periodista Raymundo Rivapalacio esta semana, quién en la vorágine del «valor» de la inmediatez de la información, afirmó (sin la obligada doble confirmación), que sus fuentes le aseguraban que el Presidente había sufrido un ataque al corazón.

Posteriormente Andrés Manuel López Obrador aprovechó el hecho para ridiculizar expresamente a Raymundo Rivapalacio y a todos los medios de comunicación con las consecuencias que esto implican. ¿Cuáles? La pérdida de confianza que ahora Andrés Manuel y cualquier otro político en un ambiente tan polarizado se jactarán, a pesar de las disculpas y justificaciones que se hayan dado. Porque al final, para López Obrador y sus huestes ya no importan, y la reconstrucción tomará mucho más que una simple disculpa o justificación de la labor periodística.

Por supuesto, todo tiene una causa y se llama Andrés Manuel López Obrador. Desde hace años ha atacado directamente y sistemáticamente a los periodistas independientes, a los medios de información particularmente a aquellos que no comparten todas y cada una de sus afirmaciones a pie juntillas, sean ciertas o falsas, o porque simplemente pretendan desarrollar un pensamiento crítico.

¿Por qué ocurre esto? En ámbitos distintos, el primero recae en una entendible ausencia de formación que desemboca en cerrazón intelectual. Descalifica métodos de pensamiento y simplemente los convierte en palabras al aire. La acumulación de estas descalificaciones se vuelven en enunciados y afirmaciones vacías.

Por la otra parte, la complicidad profunda de algunos comunicadores que a falta de formación y respeto a la autoridad han convertido su actividad en ataques contra el mandatario en turno, es decir, en una cuestión personal, que han profundizado esa espiral que indubitablemente sólo fortalece el mecanismo activado por Andrés Manuel López Obrador. Es más, son los principales detonadores de su fortaleza.

La definición del ethos contemporáneo y actual es muy complejo porque existe un caldo de cultivo acumulado que simplemente no hay por donde empezar, ya que a todo lo anterior debemos agregar que las tecnologías de la información y comunicación (TIC’s) han traído una avalancha de informadores y desinformadores con los que ahora cotidianamente convivimos.

Pero, intentemos modelar una salida: en un modelo de gobierno hyper presidencialista habría que definir la relación con el actor principal, López Obrador.

Hoy, la ambigüedad de los periodistas que son sólo representantes de intereses económicos y que se mueven en una narrativa que surfea el ataque combinado con hechos interpretados. ¿Es un buen negocio AMLO para los medios o no lo es? Si el resultado es afirmativo habría que diseñar un negocio en torno a ello… Otra gran pregunta es la relativa al modelo de negocios de los propios medios de comunicación. Notoriamente Andrés Manuel cambió la jugada y algunos evidentemente no han sabido adaptarse.

Finalmente, la cuestión de oro: ¿Actualmente existe un trabajo de investigación que realmente le aporte al país y a la sociedad, y desnude a las autoridades? Si lo hay, la verdad es que no se observa. El avión presidencial, el dinero de Pío, sus hijos, etc., no son temas que revelen algo que no ha ocurrido en otros sexenios.

En cambio sí lo fue, en otros sexenios el asunto del EZLN, la matanza de Aguas Blancas, etc. Es obvio que habría que señalar la inseguridad a nivel nacional como tema necesario, pero en realidad solo se tocan números derivados de una persistente descomposición del sistema desde hace varios sexenios, y el asunto militar apenas y es tocado superficialmente, igual que las medicinas o la atención en salud, o el desvío de recursos en prácticamente todas las dependencias del gobierno de López Obrador.

Finalmente, la innovación tecnológica curiosamente no se ha utilizado en beneficio de los medios, sino siempre uno o dos pasos detrás solo para usarla como un tema de respuesta rápida e información de ciudadanos, y no como un tema estratégico. Otra vez AMLO lo supo hacer antes del boom con campañas ingeniosas, y ahora con el control de las mañaneras. O sea, les ha quitado el poder a los medios de comunicación, muy diferente de lo que ocurría con personajes como Liébano Saenz, Marco Provencio o tantos expertos de esos sexenios.

Es increíble que ahora youtubers, tuiteros o cualquier ente no profesional, serio, formado y estudiado hayan tomado las riendas e incluso hayan penetrado en el asunto político. Es una burla para el periodismo serio y profesional. Todo esto ha sido provocado en gran medida por Andrés Manuel López Obrador y nadie ha metido ni las manos.

Cómo lo dice una canción clásica de los años setentas -muy lejanos ya- «la revolución no se televisará» Gil Scott Heron.

Y no es pregunta.

MARTHA GUTIÉRREZ

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