Cuando a Matt Groening se le pregunta cuánto cree que durarán Los Simpson, su obra magna, contesta que espera que “para siempre”. La serie semanal más longeva de la televisión nació un 17 de diciembre de 1989 en Fox, una compañía que, recuerda Groening, “en sí misma era un experimento” por entonces. Hoy, pese al descenso en el número de espectadores —el estreno lo vieron 3,2 millones de personas y la primera temporada en total, 30; ahora un capítulo alcanza millón y medio—, Disney, ahora propietaria de tan icónica familia, ha renovado la serie por dos temporadas más. Ha alargado el brillante tormento de sus protagonistas, atrapados para siempre en un mundo que cada 22 minutos vuelve a la casilla de salida.

“A menudo me pasa que me encuentro con un actor famoso y le digo que debería hacer un cameo en Los Simpson. La mayor parte de las veces me dice que ya lo hizo”, le dijo Gronening al periódico USA Today en una ocasión. La serie ha crecido tanto que ha escapado, por completo, al control de su creador, que a buen seguro vive más o menos ajeno al uso que en las redes se hace de sus personajes. Y no solo en las redes, pues la familia amarilla ha sido objeto, en especial en la última década, de infinidad de subterráneos movimientos artísticos cuyo único fin es el de liberarla de su condición instrumental. Darles, a todos ellos, por fin, la vida que podrían tener de no estar atrapados en el purgatorio al que han sido condenados. “Los episodios nacieron como contenedores de ideas cómicas”, admitió el propio Gronening. Hoy, la serie vive más en las creaciones de quienes se han criado con ella que en televisión.

¿Y en qué convierte eso a los personajes? Después de 662 episodios, en aquello que debe cambiar para que nada cambie. Esa frase, que Marvel usa como lema, no es gratuita. La editorial de cómics es el mayor contenedor de personajes con, en breve, siglos de vida (en realidad, DC es más longeva, Superman nació en 1938 y aun sigue mutando hasta el infinito) y su lógica puede aplicarse sin ninguna duda a los habitantes de Springfield, en tanto que su huella en la cultura popular es ya del tamaño, o superior, a la de cualquier superhéroe. Su familiaridad global los convierte no solo en un excelente material viral —se han creado cientos de millones de memes de Los Simpson— sino también en una mutante fuente de inspiración que lucha contra la lógica del mercado.

En 2012 se creaba un videojuego para móvil, el exitoso Tapped Out, que en tres meses produjo 130 millones de dólares de beneficios al equipo de Electronic Arts —y en un año alcanzó los 664, una cifra récord—. Mientras, Instagram ha registrado el culto a lo que se ha dado en llamar Scenic Simpsons, esto es, escenas que podrían pasar por inspiradísimos cuadros que obligan al que observar a detenerse en aquello que nunca se detiene: los escenarios que tan bien conoce sin sus protagonistas. Así, por ejemplo, está la mesa de la cocina, dos platos, dos sillas, en lo que aparece una abandonada cena romántica. Hay una vela entre los platos, y es una vela Charlie Brown, el mítico personaje de Schulz, con la cabeza derretida. No hay nadie. En algún momento, como espectadores, lo vimos, sin verlo. Su captura capta la tragedia invisible del producto de entretenimiento infinito.

En el mencionado videojuego, una suerte de Construye tu propio Springfield, los personajes son avatares sin más personalidad que su aspecto físico, y robóticas líneas de diálogo. Pero existe también en Internet un comic llamado Marge Simpson Anime: en esta creación de la artista de origen indio Soolagna Majumdar, que se ha ido publicado en la red social Tumblr, el personaje maldito de Marge, la mujer que lo dejó todo para cuidar de su familia, la madre entregada, a ratos escapa a su condena y recuerda cuando todo era aún posible, se llena de todas las vidas que nunca tendrá partiendo de una reflexión profunda sobre aquello de lo que escapa. Otro cómic escrito conjuntamente por incontables internautas, Batkira, aúna el clásico distópico japonés Akira con Los Simpson: resulta un un catártico ejercicio de destrucción masiva de Springfield que consiste en copiar, viñeta a viñeta, el clásico manga sustituyendo a los protagonistas por personajes de Los Simpsons. A cada uno de ellos se les da da un papel liberador que les permite, por una vez, y lejos de un capítulo, ser ellos mismos.

Y así parece que mientras el mercado, en su afán por seguir viviendo del producto, desdibuja tanto como puede a los personaje, los fans, que los saben perdidos en ese bucle infinito, les tienden la mano e imaginan otros mundos para ellos. Son mundos en los que crecen. En los que se permiten desear cosas. Estar tristes. No formar parte de una trama que no tenga que ver consigo mismos. Y al hacerlo, arrojan luz sobre la idea de la narrativa y de cómo esta narrativa está siempre ligada a la visión del autor. Es decir, evidencian de qué manera las posibilidades de los personajes estarán siempre limitadas por los deseos de su creador.

Cuando a Matt Groening se le pregunta qué le queda por hacer en el universo Simpsons, contesta que un parque temático. “Con una figura de Homer gigante que tenga alojado un restaurante en su cabeza”, dice. “Quiero a los visitantes comiendo en la cabeza de Homer”, añade. El bucle nunca va a detenerse.

Fuente: elpaís

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