Las cuatro grandes incógnitas que quedan sobre el coronavirus

Las formas de transmisión, la capacidad de contagio de los asintomáticos, las secuelas que deja y la inmunidad que genera no están todavía nada claros

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Cuando los descubridores del virus del sida recibieron el premio Nobel, el comité sueco reconoció la velocidad con la que los investigadores hicieron su trabajo: “Nunca antes la ciencia y la medicina han sido tan rápidas a la hora de descubrir, identificar el origen y aportar tratamiento para una nueva enfermedad”. Los investigadores tardaron dos años en desentrañar qué estaba matando a cientos de (sobre todo) hombres de la comunidad gay de San Francisco y Nueva York. 37 años más tarde, la comunidad científica necesitó solo un par de semanas para saber que el SARS-CoV-2 (por entonces no recibía este nombre) era la causa de una neumonía atípica en China. Seis meses después se han generado toneladas de conocimiento en torno a este coronavirus que ha puesto el mundo patas arriba. Quedan, sin embargo, muchas incógnitas. Más allá de que todavía no existe un tratamiento o una vacuna (tampoco la hay para el VIH), se desconocen mecanismos esenciales de su funcionamiento que servirían para luchar más eficientemente contra él. Hay cuatro en los que coinciden la mayoría de los expertos:

¿Se transmite por el aire?

Desde los primeros meses tras el descubrimiento del coronavirus los investigadores se dieron cuenta de que el contagio por aerosoles generados en ciertas maniobras médicas con personas enfermas era posible. El virus quedaba suspendido en el aire y, en estas circunstancias, al inhalarlo, otra persona podía infectarse. Pero fuera de eso la Organización Mundial de la Salud (OMS) descartaba la transmisión aérea. Hasta esta misma semana. En un nuevo documento que recopila el conocimiento sobre la transmisión, reconoce que ha habido situaciones concretas en lugares cerrados donde se ha podido transmitir. Cuán frecuente es esto y cuáles son las características exactas para que se produzca son algunas de las incógnitas que quedan por descubrir.

La OMS mantiene que la principal vía de transmisión es el contacto cercano entre personas: cuando un infectado expulsa gotitas (de diámetro mayor a cinco micras, no los aerosoles, que son menores) que caen al suelo, si no hay suficiente distancia de seguridad, pueden llegar a otras personas. También es posible que se produzcan infecciones tras el contacto con zonas donde han caído estas gotitas (de ahí la importancia del lavado de manos y la desinfección de superficies), aunque tampoco se sabe exactamente cuál es la incidencia real de esta vía de transmisión.

Pese a que los científicos han comprobado que en lugares con recirculación del aire (autobuses o restaurantes), gimnasios, coros, karaokes, la inhalación de las gotitas suspendidas es posible, no existen estudios que hayan encontrado cantidades viables de virus en el aire. Tampoco se sabe qué carga viral sería necesario inhalar para infectarse.

“Se necesita una investigación urgente de alta calidad para dilucidar la importancia relativa de las diferentes rutas de transmisión; el papel de la transmisión aérea en ausencia de procedimientos [médicos] de generación de aerosoles; la dosis de virus requerida para que ocurra la transmisión; la configuración y los factores de riesgo para eventos de supercontagiadores; y la extensión de la transmisión asintomática y presintomática”, dice la OMS en su documento. Esta es precisamente otra de las grandes incógnitas.

¿Cuál es la capacidad de transmisión de los asintomáticos?

En un principio, se pensaba que los enfermos solo podían contagiar si tenían síntomas y que la transmisión asintomática era menor o prácticamente inexistente. Conforme fue pasando el tiempo se comprobó que este proceso había tenido un peso importante en la expansión del virus. No porque haya más contagio, sino porque es más difícil de detectar. María del Mar Tomás, microbióloga de la Sociedad Española Enfermedades Infecciosas y Microbiología, explica que hay que diferenciar entre personas con el virus que nunca llegan a desarrollar síntomas y aquellas que no los tienen, pero están en una fase previa. Mientras se cree que los últimos son infecciosos desde dos o tres días antes del desarrollo de síntomas, se conoce poco de lo que sucede con los primeros. “Según lo que sabemos actualmente, la transmisión de la covid se produce principalmente en personas cuando tienen síntomas, y también puede ocurrir justo antes de que los desarrollen, cuando están cerca de otras personas durante períodos prolongados de tiempo. Si bien alguien que nunca desarrolla síntomas también puede transmitir el virus a otros, aún no está claro en qué medida ocurre esto y se necesita más investigación en esta área”, asegura la OMS en su última información al respecto. Tomás explica que detrás de esto puede haber una mayor o menor carga viral del individuo. “Pero no lo sabemos con certeza”, concluye.

¿Qué inmunidad genera?

“Sobre esto queda por saberlo todo”, reconoce Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología (SEI). La teoría es que si el organismo ha generado anticuerpos, hay una protección frente al coronavirus, aunque es incierto cuánto dura. Por otros patógenos similares se cree que puede estar entre uno y tres años. Pero la práctica es mucho más complicada. La encuesta de seroprevalencia que se hizo en España demostró que un 14% de las personas a las que se le había detectado esta respuesta inmune ya no la tenían dos meses más tarde. ¿Quiere esto decir que ya no tienen protección? No tiene por qué. El sistema inmunitario puede generar una memoria que le haga producir esos anticuerpos cuando sean necesarios. También es posible que los linfocitos sean capaces de protegernos sin ni siquiera haber portado el virus, por el hecho de haber estado en contacto con otros similares, ya que se ha observado una respuesta en algunas personas que no han pasado la enfermedad.

Para saber si una persona ha superado la covid (si no dio positivo en PCR) se utilizan pruebas serológicas que detectan anticuerpos. Con ellas, el Ministerio de Sanidad concluyó que aproximadamente un 5% de la población española había estado en contacto con el virus. Pero a tenor de la última oleada de la encuesta, en la que se vio cómo esta presencia desaparecía, esta cifra se ha podido quedar corta. En resumen, no se sabe si todos los que pasan la enfermedad generan anticuerpos, cuánto duran, cuánto les protegen, si están protegidos sin ellos y si personas que nunca la pasaron pueden tener también inmunidad.

La SEI está tratando de implementar pruebas que vayan más allá de la detección de anticuerpos, y caractericen hasta qué punto las células T generan inmunidad. Esto es posible, pero como explica su presidente, es un proceso mucho más complejo que tendría que simplificarse para que fuera plausible de forma rutinaria.

¿Qué secuelas deja?

En una enfermedad que lleva con el ser humano poco más de medio año es imposible saber las secuelas que deja a largo plazo. Los estudios que investigan cuáles son las que quedan a medio son limitados y hay que tomarlos con cautela. Se han descrito fibrosis pulmonares (un endurecimiento que es más frecuente tras el paso por la UCI), lo que genera dificulta para respirar; trombos sanguíneos; problemas cardíacos y neurológicos (poco frecuentes en ambos casos), algunos en la función renal y hepática; y, lo más habitual, cansancio entre personas que habían pasado la enfermedad en distintos grados de gravedad. La edad del paciente, sus patologías previas y la virulencia con la que le haya atacado el SARS-CoV-2 influyen en las secuelas, pero no está claro cómo, no existen todavía conclusiones sólidas. También hay personas que meses después de la infección siguen dando positivo en las pruebas PCR y siguen manifestando síntomas como febrícula y fatiga. Tampoco se conoce por qué ni cuándo sucede.

Fuente: elpaís

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