Cambiemos

Para cualquier propósito de cambio es necesario recuperar la perspectiva de la economía política y desde ella imaginar el tipo de instituciones que necesitamos.

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«Cambiemos» es una consigna que encuentra muchos adeptos en países donde las sociedades están descontentas y los gobiernos han sido despojados por el neoliberalismo de recursos institucionales con los que pudieran atender demandas concretas y crear expectativas al futuro.

El neoliberalismo cambió la vida de países -México entre ellos- en los que transcurría al amparo del Estado benefactor de la postguerra, y que confería certezas y sentido a la movilidad social.

En su lugar se impuso la responsabilidad de cada uno de definirse a sí mismo y de desempeñarse en un contexto social y político carente de significados colectivos.

En México, por ejemplo, se pasó del eslogan de la «justicia social» con el que cualquier mexicano se identificaba, al trato del individuo ciudadano como «cliente» del gobierno en la época de Fox.

Como en todas partes, la economía mexicana quedó escindida de la política con el propósito -bien logrado- de minimizar la incidencia de acciones sociales y de gobierno que interfirieran con la lógica y funcionamiento de los mercados.

Se logró también que los gobiernos fueran el centro de las críticas por los pesares contemporáneos; los mercados quedaron a salvo de señalamientos y de interferencias o transformaciones políticas.

Para cualquier propósito de cambio es necesario recuperar la perspectiva de la economía política y desde ella imaginar el tipo de instituciones necesarias y el poder real que tendrían los trabajadores, las comunidades, los empresarios, legisladores y el gobierno para gobernar, no sólo los conflictos políticos sino también la economía; se tendrían que rediseñar y regular mercados, a pesar de los poderes fácticos que se mueven en esa esfera y que son los que realmente determinan las relaciones de poder existentes.

Restablecer la relación entre economía y política implica construir capacidades institucionales necesarias para revertir los excesos del sistema y la concentración indebida de riqueza.

México es uno de los cinco países más desiguales del mundo; atemperar esa situación requiere regulación de mercados e innovaciones organizativas como parte de un nuevo paradigma y sin embargo, las conversaciones sobre desafíos como esos se limitan a enjuiciar y condenar al gobierno en turno.

Sin recuperar la relación propia de la economía política, el gobierno no puede corregir los excesos de orden mercantil; la narrativa de los convocantes de «Mexicolectivo» se basa en responsabilizar al gobierno de absolutamente todos nuestros males, y no es que no tenga ninguna responsabilidad.

La convocatoria de ese «colectivo» está dirigida a clases medias y agrupaciones empresariales, a las que invita a iniciar un proceso de reflexión en torno a ideas y principios irrefutables, como aspirar a un país con instituciones que garanticen el Estado de derecho, la igualdad, la confianza, la convivencia en paz y con bienestar, y la lealtad democrática de los gobernantes. Perfecto, ¿quién podría argumentar en contra de tal nobles propósitos?

Alcanzarlos requiere menos arreglos entre políticos y más rediseño y regulación de mercados.

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