En apenas unas semanas, queridos lectores, Donald Trump pasó de ser un delincuente condenado y en riesgo de ir a la cárcel, a ser el próximo presidente del que todavía es el país más poderoso e influyente del mundo.
Y en menos de ocho días ya dejó muy claro que su retórica de campaña no fue solamente palabrerío sino un listado de principios e intenciones. Así lo confirman sus declaraciones y, sobre todo, los primeros anuncios que ha hecho de sus próximos nombramientos.
Su Jefa de Oficina, cargo más o menos equivalente en México, pero allá con mucha mayor jerarquía, visibilidad y por lo tanto poder real, irá a quien fue también su jefa de campaña, Susan (o Susie) Wiles, que en el apellido lleva la vocación (“wily” en inglés es sinónimo de habilidoso, astuto, y así es como se le describe a ella).
Discreta, de bajo perfil, Wiles le dio orden y estructura a la campaña de un hombre que no se caracteriza por ninguna de esas dos cosas, y le permitió a Trump hacer lo que mejor sabe: promover y vender. No es exagerado decir que a su visión centrada y estratégica le debe Trump esta segunda oportunidad.
Pero ojalá todos los demás nombramientos fueran de ese estilo. Por el contrario, quienes se perfilan para puestos tan relevantes como “Zar Fronterizo” (Tom Homan), Embajadora en la ONU (Elise Stefanik), o encargado de innovación gubernamental (Elon Musk) son personajes que destacan por su rudeza, su impericia o su avaricia. Ni que decir del próximo encargado de la agencia para el medio ambiente, o EPA por sus siglas en inglés, Lee Zeldin, un escéptico del cambio climático y partidario del “fracking”.
Igualmente indicativos son algunos de los nombres de quienes NO acompañan a Trump en esta nueva etapa, como Mike Pompeo, quien fuera su Secretario de Estado y que ha sido crítico contumaz de México.
El nuevo equipo pinta para ser duro, inflexible y poco receptivo, si bien ya numerosos países han iniciado acercamientos para tratar de frenar o moderar algunas de las medidas anunciadas por Trump tanto en materia comercial (léase aranceles) o en política exterior, donde los presagios son de alejamiento de la Unión Europea y la OTAN, conflicto abierto con China, mayor acercamiento (¡!) con Israel y un posible abandono de la causa ucraniana.
Para México queda la esperanza de que, al igual que hace ocho años, Trump deje sin cumplir algunas de sus amenazas, siempre y cuando obtenga lo que quiere a cambio. La profundidad y multiplicidad de la relación bilateral hace que prácticamente cualquier medida, sea migratoria, arancelaria o de seguridad, tenga repercusiones en ambos lados de la frontera, pero esos matices pueden pasar inadvertidos para los hipernacionalistas que rodean al próximo presidente de EEUU.
Mucho esfuerzo, mucha paciencia, mucha coordinación y mucho morderse la lengua requerirán los siguientes cuatro años.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS