Esto no es conciliar o por qué el mundo sigue adelante sin que nadie piense en cómo vamos a cuidar y trabajar

Ni la palabra 'cuidados' ni la palabra 'conciliación' han aparecido en el discurso político que debate cómo llegar a la 'nueva normalidad'. Sabemos más de cómo podremos juntarnos en las terrazas que de cómo vamos a trabajar y a cuidar

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Para empezar, un apunte: escribo este artículo metida en una casita fabricada con mantas y cojines en el salón y debe ser la vez número 355 que escucho hoy ‘mamá, mira’. Probablemente en las últimas semanas la vida de la mayoría de madres y padres haya girado entre la ternura y desesperación, el cariño y el cansancio. Pero el trasfondo es mucho más que un cúmulo de emociones y experiencias individuales: la actividad económica se reactiva, mucha gente vuelve a sus empleos, otros siguen teletrabajando, y todos seguimos cuidando sin que nadie sepa cómo vamos a hacer para mantener vida productiva y cuidados si no es a costa de agrandar aún más la brecha social y de género.

La última preocupación: la ministra de Educación, Isabel Celaá, dio a entender esta semana que ni siquiera en septiembre los colegios abrirán con normalidad. «Es impresionante que se esté planteando un escenario de muy larga duración y no se problematice el tema de la conciliación, que se dé por hecho que las familias lo van a resolver y punto», resume la politóloga especialista en estado de bienestar Marga León.

«Esto no es conciliar», subraya también Laura Baena, fundadora del Club de las Malasmadres, una de las organizaciones que más repercusión ha logrado en los últimos años en cuanto a maternidad y conciliación se refiere. «Teletrabajar así no es conciliar, el teletrabajo nunca ha sido la solución a todo, era una de las medidas que se proponían para facilitar las cosas en algunos momentos o cuando un niño se ponía enfermo o en algunos días que lo necesitaras», cuenta. Baena recibe estos días cientos de mensajes de madres preocupadas, cansadas, desesperadas. «Desde el día uno de confinamiento muchísimas mujeres ya están renunciando, están cogiendo excedencias, permisos sin sueldos o renunciando directamente al trabajo cuando era de pocas horas». O dejando a sus hijos solos en casa una vez han vuelto físicamente a sus puestos de trabajo, añade Baena, a la que también le han llegado este tipo de casos.

Casi dos meses después del inicio del confinamiento las primeras investigaciones apuntan hacia un aumento de la brecha de género: la carga de cuidados en los hogares ha crecido exponencialmente y aunque la participación de los hombres ha crecido, son las mujeres las que asumen mayoritariamente las tareas, a costa de su flexibilidad laboral. «Algunas sienten que están todo el día trabajando ya que tener flexibilidad de horarios se convierte en una demostración continua y un ejercicio de responsabilidad para con sus superiores, porque están trabajando a la vez que cuidando y eso es durante todo el día», exponen en sus primeros resultados las investigadoras Empar Aguado y Cristina Benlloch.

«El objetivo es la conciliación corresponsable y el distanciamiento social, cómo podemos unir ambas cosas de la manera menos costosa posible y sin generar ni desigualdades sociales ni desigualdades de género», explica la profesora de la UNED Teresa Jurado. El problema es que ni la palabra cuidados ni la palabra conciliación han aparecido en el discurso político que debate cómo volver a la actividad económica, a la escolar, a la social. Sabemos más de cómo podremos juntarnos en las terrazas que de cómo vamos a trabajar y a cuidar al mismo tiempo todo el rato.

Marga León insiste en que la falta de problematización responde a que este tema está permanentemente «soterrado» y nunca ocupa el centro de la agenda. «Otros países tienen más músculo social, aquí no tenemos permisos parentales retribuidos y el tiempo parcial, que en otros países sirve para conciliar, aquí es un trabajo precario», señala. Del permiso retribuido para cuidar, que el Gobierno anunció al comienzo del estado de alarma, nunca más se supo. En marcha hay reducciones de jornada de hasta el 100% que implican reducciones salariales. También se mantiene el derecho a adaptar la jornada, que el primer Ejecutivo de Sánchez aprobó el año pasado, pero sin que sea una obligación para la empresa.

Celaá habló de la posibilidad de que el próximo curso haya quince niños por clase y turnos para acudir al colegio. El anuncio inquietó a profesorado, familias y comunidad escolar en general aunque por diferentes motivos. La politóloga Marga León no le ve sentido a que España entre ya en la desescalada excepto a lo que educación se refiere: «A lo mejor hay que hacer turnos ya, ir de manera escalonada… pero que los menores dejen de ir por allí durante tantos meses tiene un impacto enorme, la escuela es un nivelador social. En Alemania y Dinamarca están volviendo, en Francia lo van a hacer… Yo veo un problema de prioridades».

Jornadas de cuatro días

Las miradas están puestas también en el mundo del trabajo. ¿Es este el punto de inflexión para pensar en jornadas laborales distintas? Para la investigadora Teresa Jurado la respuesta es sí. El teletrabajo, dice, no puede ser la solución: quita desplazamientos pero no carga de trabajo ni de cuidados. Haces todo, pero en casa. «Podríamos reducir las jornadas y pasar a trabajar 35 horas semanales en cuatro días. Si se hacen turnos en los colegios, por ejemplo, de lunes, miércoles y viernes y de martes, jueves y sábado, esto permitiría a los padres turnarse para atender a sus hijos los días que están en casa», aventura. Las familias monoparentales deberían ser tenidas en cuenta para poder acudir al colegio sin necesidad de turno.

Jurado habla de reducciones de jornada que no impliquen reducciones salariales: «Los agentes sociales deberían llegar a un gran pacto social». La secretaria de Mujeres e Igualdad de Comisiones Obreras, Elena Blasco, cree que el teletrabajo actual es un teletrabajo «de emergencia»: «En realidad estamos viviendo un pluriempleo, no se hace un trabajo sino muchos, y sobre todo las mujeres están soportando dobles o triples jornadas». Blasco apuesta por un teletrabajo combinado con otras medidas, como la flexibilidad horaria y medidas de conciliación, y con políticas públicas que apuesten por el reparto de cuidados y la corresponsabilidad.

María Álvarez es empresaria, tiene tres restaurantes y una empresa de eventos, dos hijas pequeñas y muchas trabajadoras en las mismas circunstancias. «Hay más personas afectadas por combinar en el mismo espacio y momento el trabajo y la crianza que por los ERTE, pero no se habla, esto está recayendo una vez más sobre las mujeres. El teletrabajo no quiere decir que puedas estar con una mano en la olla y con la otra en una reunión», cuenta. En su caso, con una pareja que es personal sanitario, la gestión de su plantilla en un momento de crisis ha ido de la mano del cuidado de sus hijas: «Estaba presentando un proyecto muy importante y mientras me daba la vuelta para pintarle la cara a mi hija de Buzz Lightyear«.

Álvarez está convencida de que es posible aunar trabajo, productividad y cuidados, también en empresas medianas. Pero con ayudas y políticas públicas. «Las empresas tienen que asumir su parte. Pero no puede ser que las empresas que contraten a personas en edad de criar asuman solas ese coste, generamos un efecto pernicioso. Tiene que haber una mutualización del esfuerzo», asegura. Esta empresaria habla de aumentar cotizaciones sociales empresariales de forma progresiva para costear el gasto en prestaciones y políticas. «Los costes existen. Si no los asumen empresa y estado los asumirán los hogares, especialmente las mujeres», concluye.

De una opinión parecida es la creadora de Malasmadres, Laura Baena. «Las empresas tienen que facilitar la flexibilidad, pero no podemos dejarlo todo a la libre voluntad de la empresa», dice. «Si no, ya sabemos que no va a cumplirse, como sucede con la adaptación de la jornada. La gente no sabe hasta qué punto puede hacer esto o lo otro o puede pedir en su empresa ciertas cosas».

La casita se derrumbó hace un rato, vino el lobo a soplarla. Ahora la arquitectura está desparramada por el suelo de la habitación y Elsa y Ana vigilan desde lo alto de una torre. «Dile a Elsa que me congele un ratito para acabar una cosa que estoy escribiendo». Funcionó, aunque solo diez minutos.

Fuente: eldiario

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