Cómo ayudar a los niños a gestionar el autocontrol

Es una de las asignaturas pendientes para muchos adultos por lo que no es de extrañar que también lo sea para los más pequeños

0
721

El autocontrol es una de las asignaturas pendientes para muchos adultos por lo que no es de extrañar que también lo sea para los más pequeños. Es importante saber que esta valiosa habilidad depende de la corteza prefrontal, la última área cerebral en desarrollarse. Conlleva también la capacidad de regular las emociones, el pensamiento y el comportamiento de acuerdo con las exigencias de una situación. Este conjunto de habilidades se consigue con el tiempo; hay que tener en cuenta que los niños desarrollan el autocontrol a diferente ritmo y algunos tardan más tiempo que otros. De ahí que está valiosa habilidad requiera mucho tiempo para desarrollarse.

A medida que los niños crecen será más fácil que aprendan a esperar, a manejar las situaciones de conflicto o a reflexionar sobre cómo sus acciones pueden afectar a los demás. Por ello, nuestra tarea principal como adultos consiste en ir enseñando a los niños poco a poco y a medida que crecen, aptitudes y destrezas que les ayudarán a tomar las mejores decisiones cuando estén enfadados o frustrados. En ocasiones esa falta de habilidad genera agresividad en los niños.

Según Hendrik Vaneeckhaute, psicomotricista relacional: La agresividad es la energía generada por el instinto de supervivencia para garantizar las necesidades básicas: Alimentación, temperatura, abrigo, protección, afectividad, etc. Es la energía que nos mueve para buscar nuestro bienestar como ser humano. Sin embargo, la presencia serena y constante del adulto puede ayudar a entrenar su inmadurez y ayudar a desarrollar habilidades de autorregulación: ¿cómo?

  1. Cubriendo sus necesidades emocionales, afectivas, intelectuales y físicas. De esta manera, impedimos que los niños entren en un proceso de sobreactivación de su agresividad como solución para dar salida a sus frustraciones y a las llamadas de atención (Hendrik Vaneeckhaute)
  2. Trabajando la escucha activa y la comprensión.
  3. Ayudándoles a expresar sus emociones y a entenderse a uno mismo, planteando preguntas que les hagan reflexionar: ¿Por qué crees que hiciste eso? ¿Cómo puedes resolverlo la próxima vez sin dañar? ¿Qué crees que puedes hacer la próxima vez que te enfades?
  4. Enseñarles técnicas de respiración lenta, como contar hasta 10, soplar burbujas. Con los más pequeños, podemos emplear la técnica de oler una flor: con el dedo enfrente de su nariz, le animamos a oler la flor y soplar despacito la vela.
  5. Permitir que pataleen o descarguen su energía en un cojín o proporcionarles materiales como la plastilina o saco de arena o semillas que pueda aplastar.
  6. Enseñarles que salvo lo urgente todo puede esperar.
  7. Diversas investigaciones han demostrado que el movimiento afecta a la química del cerebro, por tanto, cuando un niño ha perdido contacto con su cerebro superior una buena manera de recuperarlo es poniéndole en movimiento, así le ayudamos con su bloqueo. Dar un paseo, montar en bici o salir a correr por el jardín.
  8. Ayudar al niño a identificar y tomar conciencia de lo que le causa estrés: sueño, cansancio, hambre o cambios inesperados.
  9. Empoderar al niño ayudándole a identificar las señales en el cuerpo cuando comienza el enfado: notamos calor, aumenta el ritmo cardíaco. Ayudarle a reconocer todas estas señales y buscar alternativas para tranquilizarse antes de perder el control.
  10. Invitar al niño a dibujar y representar la emoción.
  11. Ofrecer un abrazo y contención, los abrazos ayudan a los niños a recuperar el equilibrio emocional, controlando la agresividad y disipando la tensión.
  12. Trabajando con nosotros mismos: a través del ejemplo, recordando la existencia de las neuronas espejo, a través de las cuales nos contagiamos del estado emocional del otro. Cuando los adultos estamos muy alterados es muy difícil que un niño permanezca tranquilo. Para ello, hemos de mostrar autocontrol en las situaciones más estresantes y difíciles del día a día, discusiones en el coche, rabietas, falta de colaboración.

Según Daniel Siegel, neurocientífico, según experimentamos el mundo, nos relacionamos con los demás, y como encontramos sentido a la vida, depende de cómo hemos llegado a regular nuestras emociones. Por tanto, nuestros patrones de autorregulación pueden llegar a definir a las personas a lo largo de su vida.

Fuente: elpaís

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here