Los niños y su sinceridad brutal: varios padres nos cuentan cómo sus hijos los avergonzaron en público

Dinero, alcohol, falsos secuestros, escatología y mucha incorrección política: a veces, la inocencia de los niños se convierte en un arma de doble filo ante unos padres que, en público, tienen que responder por sus comentarios con la cara muy, muy roja

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¡Los niños! Este año han sido especialmente protagonistas: su situación durante el confinamiento de la pasada primavera fue uno de los principales centros del debate sobre la apertura y es probable que en septiembre, con la vuelta al colegio, vuelvan a abrir los informativos. Los niños son vivaces, imprevisibles, inocentes y honestos. Y eso siempre juega a su favor, o casi siempre: a veces, un comentario suyo nos saca los colores como nuestra peor metedura de pata.

Hemos preguntado a varios padres en qué ocasiones se sintieron fuera de juego tras un comentario en público de su hijo. En estas historias hay dinero, quejas, alcohol, escatología, secuestros y mucha, muchísima incorección política. Porque los niños son política en sí mismos, pero ellos no lo saben. Ni deben. Solo son niños.

Noticia de un secuestro (un caso de Raquel, editora de Barcelona)

«Una vez, en el parque, le dije a mi hija de tres años que ya habíamos jugado bastante, que ya habíamos jugado demasiado. La cogí en brazos y ella empezó a gritar al resto de padres y niños: ‘¡Socorro, por favor, ayúdenme!’. Creo que es culpa de las películas de Disney. Una vez estuvimos con una perra de unos amigos llamada Sura y ella se pasó la tarde entera llamándola Basura. ‘Ven, Basura, ven’. Eso creo que no es culpa de Disney, simplemente de su oído».

Mis padres me roban (un caso de Clara, doctora de Logroño)

«Cuando mi hijo hizo la primera comunión, su padre y yo le explicamos que le regalaríamos su viaje soñado a Disneyland París, metiéndole el dinero del billete en su cuenta bancaria a modo de regalo simbólico. Él no debió de entender muy bien cómo funcionaba la cosa, porque muy poco después, durante una cena con amigos, le preguntaron al niño: ‘¿Qué vas a hacer con el dinero que te han regalado por la comunión?’ y él espetó, confundido: ‘Nada, se lo han quedado mis padres».

Honestidad brutal (un caso de una procuradora de Gijón)

«Yo era procuradora y tenía el despacho en casa, así que mi hija mayor estaba acostumbrada a coger el teléfono desde bien pequeña y contestar en plan: ‘Sí, dígame’. ‘¿Podría hablar con Blanca?’. ‘En este momento no puede atenderle, ¿de parte de quién es, por favor?’, respondía ella muy educada. Un día llamaron, pero en vez de responder al teléfono mi hija mayor lo hizo mi hija pequeña. ‘Sí, dígame’. La persona al otro lado dedujo, por lo que me contó mi hija después, que hablaba con una niña muy pequeña y preguntó: ‘¿Se puede poner tu mamá?’. Mi hija, con el tono serio que le copiaba a su hermana, echó un ojo por el pasillo hasta la puerta del baño, me vio sentada en el bidé y soltó: ‘Mi mamá no se puede poner porque se está lavando el culo. ¿De parte de quién es, por favor?’.

Una madre alcohólica (un caso de una arquitecta de Caracas)

«Hace muchos años comenté, delante de mi hija de cinco años por aquel entonces, lo mal que me sentaba beber. Ella lo escuchó y tomó buena nota, porque esa misma semana me llamaron del colegio para comentar, extrañados, que tras preguntar a la niña en clase a qué se dedicaban sus padres ella había respondido que su padre era arquitecto y su madre tenía problemas con el alcohol».

Papá, ¿por qué mientes? (un caso de María José, 65 años)

«Cuando íbamos a vender un coche de segunda mano en un concesionario les dijimos que funcionaba muy bien pero la verdad es que tenía algún fallo. Mientras asegurábamos al vendedor que el coche estaba estupendamente se oyó vocecilla de mi hijo, que estaba sentado en el asiento de atrás, diciendo: ‘Papá, ¿no decías que le fallaban las bielas».

Si hacéis el amor que sea en silencio (un caso de Javier, comercial de una editorial en Sevilla)

«En una comida en casa con mi mujer y mis dos hijos el mayor, de 12 años, va y dice: ‘La próxima vez que hagáis el amor, no gritéis tanto’. En ese momento, la cuchara que iba a mi boca se queda a mitad de camino. Mi mujer y yo nos miramos y le contesto: ‘Ok, la próxima vez no haremos tanto ruido’. ‘Vale’, nos contestó él quedándose tan pancho. El resto de la comida lo hicimos en vergonzoso silencio, mi mujer y yo, claro».

A mi padre le gustan los penes (un caso de David, artista madrileño)

«En mi taller tenía moldes de penes de un proyecto artístico de un amigo (Miguel Ezpania y sus pollas en vinagre). Un día bajó al taller mi hija de nueve años con sus amigos y estando yo pintando, la oigo decir, mientras señalaba a un racimo de pollas, ‘es que a mi padre le gustan las pollas’. Me imaginé inmediatamente a esos niños llegar a su casa y decirles a sus padres: ‘Hemos estado en el taller del padre de Lucía y resulta que le gustan las pollas’.

La peluca indiscreta (un caso de Consuelo, 50 años)

«Mi hijo tenía unos seis o siete años y le contamos que su tío Luis llevaba peluca. Le pedimos que fuese discreto, así que cuando vino de visita no dijo ni mú (era muy obediente). Lo malo es que se pasó todo el tiempo dando vueltas a su alrededor, mirándole el casco…»

Mamá, quiero que te salga una flor por el culo (un caso de Marisa, 45 años)

«Mi hijo pequeño, a la edad de 9 años delante de un amigo al que acaba de presentarle (y que en realidad era mi recién estrenada pareja, aunque mi criatura no lo supiera) soltó de forma sorpresiva y sin venir a cuento: ‘¡Mamá, quiero que te salga una flor por el culo!’. Imagina el bochorno. El hombre, que apenas me conocía, se quedó sin palabras… Me sobrepuse y repliqué con una media sonrisa y tratando de no morirme de vergüenza: ‘¿Y eso, hijo? ¿Cómo se te ha ocurrido algo así?’. Respuesta de mi heredero: ‘Porque te deseo toda la suerte del mundo y como he oído que para tenerla hace falta que te nazca una flor por el culo, pues por eso te lo he dicho.»

Soy negro pero no destiño (un caso de Julián, profesor de 58 años)

«Un día que volvía de jugar en el parque con mi hijo de tres años, que estaba hasta arriba de tierra y sucio, coincidimos en el ascensor con nuestro vecino de enfrente, un atleta de casi dos metros negro. Yo le saludo y mi hijo mira hacia arriba. El vecino le pone la palma de la mano delante y le dice: ‘¡Chócala, chico!’. El niño, con miedo indisimulado, le da un golpecito. Inmediatamente se mira la mano y me dice: ‘Papá, me ha manchado’. Yo no sabía dónde meterme. Menos mal que el vecino echó una carcajada y le dijo: «¡Que no, chico, que soy negro pero no destiño!».

No me beses que me da asco (un caso de Isabel, de 57 años)

«Nadie me ha hecho pasar más vergüenza que mi hija pequeña cuando la gente la besaba o le apretaba los mofletes y ella se limpiaba muchísimo la cara mientras decía: ‘No me toques/no me beses que me da mucho asco». 

Mi madre se hace pis en la cama (un caso de Lola, periodista de Mallorca)

«Un día mis dos hijos y yo estábamos cenando con conocidos, con gente con la que tampoco tenía mucha confianza. Y sin venir a cuento, mi hija aprovechó un silencio para decir: ‘Mi madre anoche se meó en la cama’. Y era verdad»

Fuente: elpaís

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