La crisis estructural de la oposición política en México

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Desde que López Obrador y su “Movimiento de Regeneración Nacional” triunfaron en las elecciones federales de 2018 y accedieron al poder, la oposición ha estado errando de manera sistemática tanto en los discursos que definen los parámetros ideológicos de su comunicación con la sociedad civil y el gobierno, como en las estrategias de acción política que se organizan y proyectan a partir de ellos. El control político que “Morena” y sus aliados actualmente ejercen no solamente a nivel federal sino en 23 de las 32 entidades federativas ha mermado fuertemente a las fuerzas políticas de oposición y de manera particularmente dramática al otrora invencible Partido Revolucionario Institucional.

Actualmente Morena y sus aliados gobiernan en más del 70 por ciento de las entidades que constituyen la federación mexicana, incluyendo las dos entidades más grandes y poderosas. La Ciudad de México y el Estado de México concentran el 21 por ciento de la población y, merced a su elevado nivel de industrialización y actividad comercial y de servicios, el 25 por ciento del Producto Interno Bruto. Ambas entidades se encuentran actualmente gobernadas por Morena y lo que ocurra en ellas durante los próximos meses tendrá un impacto decisivo en los resultados de las elecciones federales del año que inicia.

Si analizamos el problema más allá de sus manifestaciones superficiales, podremos percatarnos de que la crisis que enfrenta la oposición en México es profunda o, en otras palabras, es una crisis de carácter estructural. Lo anterior implica que se trata de una crisis cuyos determinantes trascienden tanto la dimensión subjetiva de los actores involucrados como la propia configuración institucional de los partidos políticos y del sistema de competencia electoral que los articula. En este sentido, la crisis por la que atraviesa la oposición política puede ser teorizada como manifestación fenoménica de una crisis estatal de carácter orgánico.

En otras palabras, la oposición está en crisis crisis porque el sistema de partidos políticos que permite la renovación periódica y democrática del gobierno está en crisis y, a su vez, este sistema de partidos políticos está en crisis porque la mayor parte de los cuadros que han accedido al poder como resultado de su operación han gobernado al margen de la ley y del interés público socavando con ello la legitimidad del Estado Mexicano en su conjunto. Si continuamos profundizando en el análisis llegaremos a la conclusión de que ésta distorsionada forma de gobernar o, en otras palabras, esta forma corrupta de ejercer el poder público es producto de la persistencia histórica de un marco cultural e ideológico de perfiles patrimonialistas, clientelistas y corporativos que sistemáticamente ha diluido las fronteras jurídicas e institucionales entre gobierno y sociedad civil y, al hacerlo, ha impedido que el Estado Mexicano se consolide como una forma de organización política verdaderamente democrática y republicana.

Si bien el análisis de la crisis orgánica del Estado Mexicano rebasa con creces las posibilidades de este artículo, es importante dejar establecido que al estar determinada por problemas de carácter estructural, la crisis que afecta a la oposición en México no podrá ser resuelta en ausencia de una profunda estrategia de reconfiguración ideológica e institucional que, lejos de quedar restringida al ámbito del sistema de partidos políticos, debe impactar los procesos federales, estatales y municipales de gobernanza y gestión pública. Se trata en esencia de una transformación integral.

Así como un sistema de partidos políticos competitivo y auténticamente democrático es fundamental para integrar gobiernos provistos del margen de legitimidad que demanda un proceso armónico y territorialmente equilibrado de desarrollo económico y social, una relación institucional verdaderamente democrática, participativa y abierta entre el gobierno y la sociedad civil, es fundamental para que los partidos políticos generen discursos y estrategias que efectivamente respondan a los intereses y necesidades de los ciudadanos. Esto es algo que, al menos en los tiempos actuales, no ocurre en México. En nuestro país ni el gobierno opera en términos generales con arreglo a sólidos principios de eficacia, eficiencia, transparencia y rendición de cuentas, ni los partidos políticos eligen candidatos en función de su capacidad profesional e integridad moral. Opacidad, impunidad y complicidad son los patrones de conducta que generalmente terminan por imponerse tanto al interior del gobierno como de los partidos políticos. Se trata de conductas que corresponden a un Estado subdesarrollado en términos políticos o, en otras palabras, a un Estado al interior del cual el imperio de la ley y el interés público no han terminado por imponerse y la renovación auténticamente democrática del poder público continúa mediatizada por el corporativismo y el clientelismo.

En nuestro país lo prioritario para los partidos políticos en general y, en el caso particular de este análisis, para los partidos políticos de oposición, es la conquista y preservación del poder a través de arreglos, componendas y chantajes y no la obtención del apoyo ciudadano a través de la selección de buenos candidatos y de la generación de ideas, programas y estrategias de gobierno y gestión pública que resulten atractivas y convincentes para la ciudadanía. Como resultado de ello, en las estructuras cupulares de los partidos políticos de oposición, los líderes, ideólogos y estrategas brillan por su ausencia.

Los dirigentes del PRI, PRD y PAN han demostrado en reiteradas ocasiones tanto su falta de brújula ideológica como su abierta incompetencia y mediocridad en el frente de la operación política. El caso de Alejandro Moreno es particularmente dramático ya que a este personaje y a su evidente incapacidad para articular un liderazgo firme basado en discursos y estrategias integradoras se debe en buena parte el hecho de que el colapso del PRI haya sido sorprendentemente rápido y profundo. Alejandro Moreno nunca entendió o, mejor dicho, nunca fue capaz de entender que, después del desastroso gobierno de Enrique Peña Nieto, la única estrategia de supervivencia viable para el PRI era un profundo proceso de reconstrucción ideológica construido a partir de una firma condena del neoliberalismo.

Después de la debacle del 2018, el PRI tendría que haber generado un discurso de identidad y legitimidad centrado en la recuperación de sus valores y compromisos revolucionarios y en una abierta y valiente denuncia de la “traición neoliberal” de la que fue víctima por parte de los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto y que, entre otras cosas, implicó una alianza estratégica con el Partido Acción Nacional, un partido conservador que surgió articulando a buena parte de las fuerzas reaccionarias que de manera sistemática se opusieron a las reformas nacionalistas y populares de Lázaro Cárdenas.

En otras palabras, el PRI tendría que haber roto a nivel ideológico con su pasado inmediato a fin de posicionarse como el legítimo heredero de la “Revolución Mexicana”. El PRI tendría que haber vuelto la mirada a la Revolución de 1910 y a su inmensamente rico legado ideológico, mismo que quedó plasmado en la Constitución de 1917, a fin de articular un discurso social-demócrata estratégicamente dirigido a posicionarle como una alternativa de centro-izquierda que, a diferencia del joven e inexperto movimiento liderado por López Obrador, no depende de un caudillo sino de una larga experiencia histórica en la construcción de instituciones sociales y económicas.

En ausencia de una estrategia semejante, lo que tenemos ahora es un PRI absolutamente desdibujado en lo ideológico y, en virtud de ello, carente de identidad y de penetración popular. El PRI hoy en día es un partido político que, no obstante su imponente trayectoria histórica, ha visto dramáticamente reducida su influencia y capacidad de liderazgo en la vida política nacional. La ausencia de una dirigencia nacional inteligente y capaz, provocó que el PRI dejara el monopolio de la narrativa nacionalista, desarrollista y socialmente reivindicativa en manos de “Morena” y de su pragmático y carismático caudillo.

Por lo que respecta al PRD la situación es aún más grave. Con la creación y espectacular desarrollo de “Morena”, este partido ha caído en la más absoluta irrelevancia política. El movimiento de López Obrador domina actualmente todos los espacios ideológicos y discursivos en que el PRD sustentó durante muchos años su identidad como alternativa progresista de gobierno. Se trata de un partido sin futuro que, junto con el ala izquierda del PRI, muy probablemente terminará por ser totalmente absorbido por “Morena”. Para este partido político el hecho de aliarse con el PRI y el PAN, sus dos grandes enemigos históricos e ideológicos, más que ser producto de una decisión estratégica es producto de una patética, y eventualmente infructuosa, lucha por sobrevivir.

En el caso del PAN ocurre algo semejante a lo que ocurre con el PRI. Se trata de un partido político que se ha venido alejando de sus raíces ideológicas en aras de un pragmatismo que, en los últimos tiempos y en gran medida como consecuencia de la profunda decepción que entre la población mexicana provocó la corrupción y demagogia desplegadas por los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, ha resultado ser muy poco rentable en buena parte del territorio nacional. Si bien el PAN sigue siendo fuerte en bastiones tradicionalmente conservadores del Norte y Centro del país como Chihuahua, Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro, sus posibilidades de expansión territorial se revelan actualmente como profundamente limitadas. En otras palabras, la estrategia política de un partido que, desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, ha sustituido principios e ideales por posiciones inmediatas de poder ha pasado factura y, hoy en día, el argumento frecuentemente utilizado por López Obrador de que PRI y PAN son básicamente lo mismo resulta convincente e igualmente lesivo para ambas formaciones políticas. Con el triunfo de Morena, la posibilidad histórica de que el PRI y el PAN llegasen a configurar un bipartidismo basado en alternativas moderadas de centro-derecha y de centro-izquierda quedó definitivamente cancelada.

En tanto el PAN no sea capaz de reconstruirse en términos ideológicos a fin de generar una narrativa católica, nacionalista y socialmente solidaria que resulte atractiva para la juventud mexicana, este partido se mantendrá en el mejor de los casos estancado en sus dimensiones actuales. De cualquier manera es importante reconocer que, a diferencia del PRI y del PRD, el PAN tiene frente a sí la posibilidad de generar un discurso alternativo al de Morena, un discurso conservador moderno que en sus parámetros ideológicos se aproxime al discurso de la democracia cristiana europea. No debemos olvidar que la mayoría de la población de México además de ser pobre, es profundamente católica. Con 110 millones de fieles, el catolicismo mexicano ocupa el segundo lugar mundial después de Brasil. Se trata de una reserva de apoyo ideológico verdaderamente enorme en espera de ser aprovechada por quienes tengan la inteligencia e imaginación necesarias para hacerlo.

Como en el caso del PRI, la más clara prueba del severo deterioro ideológico que afecta al PAN la encontramos en la abierta incompetencia del actual liderazgo nacional. Al igual que Alito Moreno, Marko Cortés ha demostrado en reiteradas ocasiones su falta de capacidad e imaginación. Se trata de dos líderes enormemente limitados que definitivamente no están a la altura de los tiempos que corren. Tanto en el PRI como en en PAN están cada vez más lejanos, y no solamente en un sentido temporal, los días de grandes políticos e ideólogos como Carlos A. Madrazo, Jesús Reyes Heroles, Manuel Gómez Morín y Carlos Castillo Peraza.

Frente a semejante desastre no resulta difícil de entender el hecho de que un político pragmático como Dante Delgado, el líder absoluto o, podría decirse, el propietario de “Movimiento Ciudadano”, haya rechazado una y otra vez la incorporación de su partido a una alianza que carece de unidad y firmeza ideológica y que, en gran medida como resultado de ello, ha sido incapaz de articular una propuesta alternativa de gobierno que resulte creíble y atractiva para los sectores populares. La decisión estratégica de Dante Delgado puede ser etiquetada como oportunista pero, bajo ninguna perspectiva, como irracional ya que su partido, si bien se encuentra radicalmente imposibilitado para competir en un plano de igualdad con las dos grandes alianzas electorales, si puede terminar por “vender caro” su apoyo táctico a alguna de ellas. Al igual que el “Partido Verde”, el partido de Dante Delgado es producto de un sistema de partidos impregnado de elementos ideológicos patrimonialistas y clientelistas que ha favorecido el surgimiento y desarrollo de partidos bisagra que, más allá de sus resultados electorales, siempre han sido sumamente lucrativos para sus “propietarios”.

El hecho de que los tres partidos políticos que configuran actualmente la alianza opositora a Morena y sus aliados tengan en la absoluta mediocridad de sus liderazgos un elemento en común, lejos de ser una mera coincidencia es, como señalamos antes, expresión de un problema de carácter estructural. La ruta que desde al año 2000 ha seguido el desarrollo de la democracia en México ha creado las condiciones para que personajes dados a la difamación, la intriga, la descalificación majadera y el abierto y descarado engaño como Alito Moreno, Jesús Zambrano y Marko Cortés se encuentren liderando a la oposición. La cínica y enormemente burda disputa surgida recientemente entre los liderazgos del PAN y del PRI por los “espacios de poder” surgidos como resultado de las elecciones en el Estado de Coahuila constituye un claro ejemplo de esta penosa pero inexorable realidad.

Otra expresión dramática de esta crisis y de la mediocridad que organiza y proyecta radica en la forma en que fue electa la candidata presidencial. Como ocurrió en el caso de Enrique Peña Nieto, la candidatura de Xochitl Gálvez fue en lo fundamental producto de consideraciones mercadotécnicas. La lesiva influencia de las grandes televisoras privadas se puso nuevamente de manifiesto y la oposición habrá de enfrentar a la aplanadora de Morena con una candidata que ha demostrado una y otra vez su incompetencia. Y es que hacer campaña y pretender ganar las elecciones federales en un país de la extensión, diversidad y complejidad del México actual con una candidata cuyo único mérito es su supuesto origen indígena y su lenguaje florido constituye la más clara expresión de la crisis profunda que afecta a la oposición política en México. En el debate que sostuvo con una política inteligente y experimentada como Beatriz Paredes quedo claramente de manifiesto que la candidata opositora no tiene, bajo ninguna perspectiva, la capacidad y la experiencia necesarias, o mejor dicho indispensables, para gobernar al país desde la Oficina Presidencial de Palacio Nacional.

Además, en el inmensamente remoto caso de que llegase a triunfar sobre Claudia Sheinbaum en las próximas elecciones federales, la fragmentación o, más bien dicho, la ausencia de unidad y dirección ideológica que caracteriza a la alianza que la apoya haría prácticamente imposible legislar. Lo que tendríamos en caso de un triunfo de la alianza opositora sería un poder ejecutivo dedicado básicamente a administrar en virtud de su incapacidad para introducir las transformaciones constitucionales y jurídicas indispensables para construir y reformar instituciones.

En el siempre fértil terreno de lo política comparada, las profundas crisis estructurales enfrentadas por la República de Weimar en la Alemania de los treintas y por la República Italiana en la década de los noventas aportan dos referentes históricos sumamente interesantes. En ambos casos la fragmentación ideológica y partidista termino por provocar el colapso del régimen político y, en el caso particular de Alemania, creo las condiciones de ingobernabilidad que hicieron posible el ascenso al poder de Adolfo Hitler, la cancelación de la democracia parlamentaria y la instauración de la dictadura nacional-socialista.

En virtud de la fuerza efectiva que le otorga su cercanía a López Obrador y dada la capacidad de movilización de Morena y sus aliados, Claudia Sheinbaum seguramente será la próxima titular del Poder Ejecutivo Federal. No obstante el hecho de ser una mujer preparada e inteligente, no serán sus atributos personales sino la poderosa inercia del caudillo de Macuspana lo que le llevará a Palacio Nacional. La gente que emita su voto a favor de Sheinbaum en gran medida estará refrendando su apoyo político a Andrés Manuel López Obrador y al “movimiento de transformación” que ha puesto en marcha y que, al menos en el marco de la actual coyuntura económica, efectivamente ha implicado beneficios tangibles para los sectores socialmente menos favorecidos del país.

Sin embargo, como ha ocurrido muchas veces en la historia de México, a partir del momento en que tome posesión de su cargo, el enorme poder que caracteriza a la institución presidencial habrá, sin lugar a dudas, de transformar a Claudia Sheinbaum en una líder cada vez más independiente en términos tanto estratégicos como tácticos, es decir, en términos tanto del modelo general de desarrollo que habrá de impulsar en México como del estilo personal de ejercer el poder que habrá de caracterizar su administración. En contra de algunas opiniones esbozadas por la oposición, es sumamente ingenuo suponer que esta inteligente mujer va a terminar siendo títere de un López Obrador asentado en Palenque dentro de lo que sería una suerte de recreación del Maximato Callista.

Si las convicciones democráticas de quien hasta hace muy poco tiempo gobernó la Ciudad de México son verdaderamente firmes en términos ideológicos, uno de los retos más importantes a que habrá de enfrentarse será precisamente la profunda desarticulación y dispersión ideológica de la oposición política. La nueva Presidenta de México demostrará su talento como Jefa de Estado en la medida en que transforme la narrativa confrontacional y polarizante de López Obrador, en un discurso de unidad nacional. Frente al discurso populista y demagógico de AMLO, Claudia Sheinbaum debe desarrollar un discurso que, sin dejar de ser popular y socialmente reivindicativo, recupere el valor del marco jurídico constitucional y de la institucionalidad republicana y democrática que emana de él.

Dentro de una estrategia de gobierno semejante, la creación de condiciones que favorezcan la organización y desarrollo de una oposición política liberal o de centro-derecha deberá ocupar un lugar central. A diferencia de los que cotidianamente sostiene López Obrador en sus demagógicas conferencias mañaneras, la creación de una oposición moderada e inteligente de centro-derecha es de vital importancia para que México continué evolucionando en términos políticos y económicos, entendiendo que el objetivo histórico de nuestro país no debe ser ni la construcción de un Estado socialista ni la construcción de un Estado neoliberal sino la construcción de un Estado Social y Democrático de Derecho, es decir, la construcción de un orden político y económico al interior del cual el gobierno, con independencia del signo ideológico que caracterice al partido político que triunfe en los proceso electorales federales, garantice de manera efectiva la soberanía nacional, la división de poderes, la vigencia del pacto federal, la economía de mercado y los derechos y libertades tanto individuales como sociales de la ciudadanía.

Fuente: eleconomista

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