‘Sugar baby’, la «prostitución edulcorada» que ya impacta en España

«No hay control sobre los hombres que buscan compañía con menores a cambio de regalos», denuncia la periodista mexicana Lydia Cacho

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Cursos de protocolo para aprender a utilizar correctamente los cubiertos en cenas elegantes, sobre cómo vestir en cada ocasión o sobre cuándo hablar y, sobre todo, cuándo callar, para comportarse adecuadamente entre hombres de negocios. Son algunas de las pautas que recogen los manuales que animan a convertirse en ‘sugar baby’, es decir, en acompañante de hombres con gran nivel adquisitivo y responsabilidades profesionales, los ‘sugar daddies‘, que a cambio de dinero y regalos se aseguran una compañía femenina y joven de la que alardear en los eventos.

«Es prostitución forzada con un nombre edulcorado», sentencia Lydia Cacho, periodista de investigación mexicana autora de dos decenas de libros y galardonada con más de 65 premios internacionales, en una entrevista con ABC. Su último trabajo, ‘Rebeldes y Libres (2023, La esfera de los libros), es, a su vez, el primero investigado y escrito en España, para el que ha hablado con casi mil adolescentes de toda España que analizan el papel del feminismo en la actualidad. Uno de los aspectos que más le ha impactado en este proceso de investigación ha sido descubrir la normalización que se ha creado en la juventud hacia la figura del ‘sugar daddy’, con menores de edad ejerciendo como ‘sugar babies’ sin ningún tipo de control por parte de las autoridades.about:blank

En España, asegura, prácticamente cualquiera puede acceder a una aplicación de este tipo, sin importar su edad. «Me sorprendió la cantidad de páginas que hay aquí. Hace poco estuve en Londres e intenté abrir varias páginas de este tipo, pero la mayoría estaban bloqueadas. Aquí no. Están todas abiertas y hay una cantidad tremenda», denuncia. En su libro, relata cómo varias de las chicas con las que habla admiten que conocen a otras adolescentes menores de edad que, haciéndose pasar por mayores de edad, se dan de alta en estas aplicaciones y reciben de sus ‘sugar daddies’, además del dinero estipulado, regalos caros como joyas, bolsos o vestidos de marca o los últimos móviles del mercado. «Una de ellas abrió su móvil y de inmediato me enseñó el manual de cómo convertirse en ‘sugar baby’. Una amiga suya de la escuela aquí en Madrid le mandó el manual. Y son chicas de clase media-alta, es decir, que tienen los recursos, no son chicas que lo necesitan. Todo este discurso de que son niñas sin recursos que quieren ser ricas no es así», expone Cacho.

«Por parte de las autoridades se debería cortar», reclama esta periodista, que reconoce dos problemas a la hora de atajar el problema: la falta de medios y también de conocimiento al respecto. Sobre la primera, sostiene que los expertos en ciberdelitos son conscientes de que se trata de «un problema gordísimo» que va en aumento en España, pero no disponen del personal adecuado y necesario para ocuparse exclusivamente de este tema. Sobre la ausencia de conocimientos, cree que el debate está aún muy verde, «con la duda de si es censura o no lo es». «¡Eso no es censura! Son páginas que están promoviendo la explotación sexual comercial de menores de edad porque les están dando instrucciones», reflexiona.

Amenazas y suicidio

Las consecuencias de no atajar este problema, alerta esta experta en derechos humanos, van más allá de la dignidad de las jóvenes y puede llevarlas a una espiral de la que sea imposible salir. En el libro cuenta un claro ejemplo, pues hablando sobre este trabajo con un amigo al que hacía tiempo que no veía, este le contó que su hija de 17 años se había suicidado. Buscando los posibles motivos que le llevaron a hacerlo, descubrió que estaba haciendo de ‘sugar baby’ y tras intentar dejarlo fue amenazada, hasta el punto de que no aguantó la presión y terminó acabando con su vida. «Son hombres que quieren a una mujer sumisa. Son machistas e incapaces de mantener una relación saludable con una mujer de su edad», critica Cacho.En su libro, la periodista también da voz a otros de los problemas que las jóvenes denuncian, como la continua presencia de la pornografía en sus vidas. Los vídeos de este tipo, dicen, están en los móviles de prácticamente todos sus compañeros, lo que les genera, además de inseguridad, miedo, pues llegan a decir que cuando sus compañeros ven este tipo de contenidos ellas sienten que están en un «sitio peligroso».

La pregunta es cómo se ha podido llegar hasta este punto. Y Cacho tiene la respuesta: «Los servidores de donde salen este tipo de contenidos podrían controlarse si los gobiernos quisieran. Es una discusión eterna, pero los políticos no han querido hacer nada al respecto y les advertimos que esto iba a suceder».

Pornografía infantil

Las niñas con las que ha hablado para su investigación, dice esta periodista, son plenamente conscientes de que esos vídeos son delito, pues muchos de ellos son pornografía infantil, vídeos que muestran a menores de edad siendo violadas o grabadas sin su consentimiento. «Pero a esos niños no se les puede meter en la cárcel porque no saben que están cometiendo un delito. ¿Quién les está facilitando ese material? Los adultos», expone. Las consecuencias se aprecian en el día a día y afectan al desarrollo de la intimidad de los jóvenes, apunta. «Hay una niña que cuenta que su primer beso se lo quieren dar a cambio de sexo oral. Las niñas tienen claro que las están dejando solas en este tema tan angustiante», denuncia, y reclama la necesidad de una educación afectivosexual para que el porno deje de ser el referente de los menores.sss

Aun así, valora Lydia Cacho, tras sus conversaciones ha podido ver cómo las adolescentes españolas creen que en el feminismo, en los avances en la igualdad. Eso sí, están cansadas de la crispación política y no confían en que las autoridades trabajen para lograr nuevos avances. Su mayor miedo, explica la autora, es sufrir violencia sexual, pero a la vez viven en una «contradicción constante», pues están cansadas de que la imagen que se transmita de las mujeres sea de víctimas. «Son conscientes de que hay víctimas, pero también están muy hartas de que todo lo que significa feminismo se relacione con violencia. Sienten que el feminismo es mucho más que eso».

Fuente: ABC

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