López Obrador, el demócrata

Para que la democracia funcione, tiene que haber demócratas. López Obrador no lo es, nunca lo ha sido y es muy difícil pensar que lo será en 2024.

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López Obrador compitió en 1988 por la gubernatura de Tabasco, perdió la elección, no aceptó su derrota. Volvió a contender en 1994 por la gubernatura, volvió a perder, volvió a rechazar su derrota. Comenzó a construir entonces su papel de víctima.

A pesar de que no cumplía con la residencia de cinco años requerida para ser jefe de Gobierno del DF, el PRD presionó al Tribunal Electoral, le permitieron competir (PRI y PAN decidieron no impugnar la resolución para no fortalecer su victimismo) y ganó la elección en 2000.

Perdió en 2006 su primera elección presidencial por el mínimo margen. Como estrategia, decidió reclamar fraude. No presentó evidencia suficiente que demostrara que se hubieran alterado los votos o que se hubieran contado de manera errónea. Existe evidencia documental de que los votos se contaron bien, incluyendo el PREP, los conteos rápidos, los cómputos oficiales y el recuento parcial ordenado por el Tribunal Electoral. Se volvió a declarar víctima, bloqueó durante semanas Reforma, sus seguidores amenazaron y agredieron a los ministros del Tribunal.

Luego de las elecciones de 2006 se autoproclamó “presidente legítimo”. Inició una campaña para deslegitimar al IFE, lo que no impidió que la coalición que lo había postulado asumiera todos los cargos que había ganado. Su “presidencia legítima” terminó en ridículo.

En 2012 volvió a contender por la Presidencia. Perdió de nuevo. Volvió a reclamar que le hicieron fraude. Muy pocos le siguieron el juego en esta ocasión. Hay evidencias de que desde entonces utilizó a su familia para recaudar dinero sucio (de gobiernos afines, del crimen organizado) para financiar sus campañas.

Luego de sus derrotas electorales en 2006 y 2012, López Obrador comenzó una campaña para enlodar al IFE, sin importarle que de esa manera restaba legitimidad a la democracia mexicana. A pesar de sus reiterados ataques al Instituto Electoral, sostuvo a su familia con los recursos que le proporcionaba ese instituto (otra parte provino del dinero negro); pese a que descalificaba al árbitro, sus candidatos continuaron ganando elecciones con el IFE/INE “fraudulento”.

Hasta aquí la estrategia de López Obrador respecto al árbitro electoral siguió una constante: avalar sus acciones mediante la participación en los comicios, participar en los mismos utilizando los recursos del Estado, y luego de la derrota: reclamar fraude, denunciar al organismo, socavar su legitimidad.

En 2018, López Obrador conquistó la Presidencia mediante un pacto con el gobierno de Peña Nieto: a cambio de impunidad, éste se encargaría de perseguir judicialmente a su mayor oponente, además de promover el voto priista en los estados gobernados por el tricolor. ¿Alguna denuncia por corrupción en este sexenio contra Peña Nieto, Videgaray o en contra de los corruptos que según López Obrador habían iniciado la construcción del aeropuerto de Texcoco? Ninguna. Nunca sabremos cuál habría sido el resultado de las elecciones de 2018 si López Obrador y Peña Nieto no hubieran acordado ese pacto de impunidad. Su gobierno está construido sobre esta base antidemocrática.

Cuando López Obrador ganó la elección, esa misma tarde se comunicó con Lorenzo Córdova y le dijo, tuteándolo: “Lorenzo, te has ganado un lugar en la historia” (Letras Libres, mayo 2023). Dos semanas después, el INE impuso una multa a Morena por haberse apropiado de los fondos del fideicomiso para los damnificados del sismo. Desde ese momento la actitud de López Obrador hacia el INE cambió radicalmente. Acusó al INE de operar una “vil venganza”. López Obrador reclama una fidelidad lacayuna. Para gozar de su benevolencia (esto es, para que el presidente se haga de la vista gorda ante las irregularidades que sean) tiene uno que supeditarse a su voluntad y no atreverse a contrariar sus designios.

En las elecciones de 2021 participaron los partidos de oposición, el partido del gobierno y el crimen organizado. Hubo casi 90 muertos en esas campañas. López Obrador violó cuantas veces quiso la veda electoral. En sus conferencias matutinas no dejó de inmiscuirse ni un solo día en las elecciones.

Para hacer evidente la sumisión del Instituto, López Obrador intentó bajar los sueldos de sus dirigentes. No pudo. Año con año recortó draconianamente el presupuesto del INE, sin importarle afectar las elecciones en curso. Amenazó, calumnió, se burló e insultó a los dirigentes del INE. Intentó hacer maniobras para apoderarse de su consejo directivo. Finalmente, a la salida de Lorenzo Córdova, logró imponer a Guadalupe Taddei, de evidentes vínculos con el morenismo.

Durante tres semanas se dedicó a difamar a Xóchitl Gálvez, en quien vio una rival demoledora para Claudia Sheinbaum, su delfín. Más tarde, impulsó con Movimiento Ciudadano la candidatura de Samuel García, para dividir los votos de la clase media.

Para que la democracia funcione, tiene que haber demócratas. López Obrador no lo es, nunca lo ha sido y es muy difícil pensar que lo será en 2024.

Fuente: elfinanciero

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