Radiografía del Mal 2

“Parece urgente preguntarnos desde esta perspectiva ¿quienes son los malos hoy?”

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Existe la idea de que quien hace un mal ES malo, subrayo el ser para señalar que en esta idea queda implicado que el mal es algo con consistencia, un sustrato que existe en las personas a quienes se denomina “malas”. La idea de que el artífice del mal contiene “algo” maligno se presenta de dos maneras en nuestra sociedad: la más antigua es la religiosa, según la cual: quien obra mal está endemoniado, poseído por algún demonio, y en su versión más moderna y secularizada se manifiesta en conceptos como sociópata o psicópata o, de una forma más generalizada, en la vaga noción de enfermo mental. Así, quien hace un mal enorme está retacado de demonios o enfermísimo.

No dudo de que en muchos casos, sobre todo si se piensa en asesinos seriales, la idea de que hay un factor de anormalidad sea cierta; sin embargo, cuando se trata de asesinos cuyas víctimas se cuentan no por docenas, sino por decenas de millares o incluso por millones parece que puede tratarse de personas “normales” o, si se prefiere, no especialmente enfermas: personas como cualquiera de nosotros. Esto es lo que mostró la filósofa Hannah Arendt cuando —en su libro Eichmann en Jerusalén, una introducción a la banalidad del mal— estudió el caso de uno de los más grandes asesinos del holocausto judío: Adolf Eichmann.

El supuesto de que Eichmann, dado los millones de muertes de las que era responsable, fuese un sujeto maldito y enfermísimo chocó con la evidencia de que se trataba de una persona común y corriente que explicaba su conducta como alguien que “había recibido ordenes”, que se sentía bien con su conciencia y que, en el fondo, todo lo había realizado para no perder su trabajo, pues, “si no lo hubiera hecho él lo habría hecho otro”. Lo que permitió a Arendt constatar que uno de los más grandes asesinos de la historia no era más un simple burócrata preocupado por cuestiones banales como cumplir con su trabajo para no perderlo y prosperar en él. El estudio filosófico del caso Eichmann le sirvió a Arendt para descubrir uno de los más graves conceptos de nuestro tiempo: “la banalidad del mal”, pues revela quizás el peor de los aspectos, el más oscuro de la condición humana: el hecho de que cualquiera puede ser un genocida si abdica de su capacidad de reflexionar sobre sus actos por acatar las órdenes de alguien a quien atribuye autoridad.

La obediencia no es ciega sino que nos ciega, nos impide ver nuestra responsabilidad o retroceder asqueados ante la crueldad de nuestros propios actos. La maldad mayor como fruto de la irreflexión.

El cambio de paradigma para entender el mal introducido por Hannah Arendt fue comprobado experimentalmente mediante un experimento realizado por Stanley Milgram en la Universidad de Yale: un experimento que se ha repetido muchas veces y siempre con los mismos alarmantes resultados. Lo cuento resumido: la pretendida hipótesis del experimento es comprobar si el castigo (con descargas eléctricas) resulta útil para estimular el aprendizaje y la memoria; participan en él tres personas: una vestida con una bata blanca que parece un científico; otra, un voluntario, que tendrá el papel de profesor (es quien suelta las descargas eléctricas) y la tercera persona, un actor que hace las veces de estudiante. El profesor dice varias palabras y el estudiante debe repetirlas. El estudiante está en otra habitación separado del profesor por una ventana de vidrio. Se explica al profesor cómo funciona la máquina que da las descargas y a él se le aplica una para que constate que sí funciona, también se le dice cuál es la magnitud de voltaje que resulta peligroso. Se sujeta al estudiante y se le conecta con la máquina de los toques. Comienza el experimento. A cada error una descarga. El de la bata blanca da la orden de que se aumente cada vez más la descarga. El profesor no sabe que el estudiante es realmente un actor, sino que cree que el dolor, los gritos y súplicas del estudiante son auténticos. Los errores se van dando y a cada respuesta las descargas aumentan, el profesor mira al de la bata blanca y éste solo dice: “Continúe”, el estudiante se retuerce, grita, súplica. El profesor sigue obedeciendo. El 65% de los profesores llegan hasta el voltaje máximo.

La banalidad del mal es un concepto que vino a revolucionar las ideas del mal que habían aportado a la historia San Agustín y Santo Tomás; es un concepto que nos permite descubrir el verdadero mal en nuestro tiempo. Parece urgente preguntarnos desde esta perspectiva ¿quienes son los malos hoy?

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