Fatalismo político

Los electores estadounidenses rechazan las elecciones primarias sin chiste, la lenta marcha hacia lo inevitable. Ellos quisieran ver otras caras, más frescas y atractivas.

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Aunque faltan meses para que terminen los procesos de selección de candidatos presidenciales en Estados Unidos, Joe Biden y Donald Trump ya se quedaron sin rivales. No parece que pueda surgir algo que impida que ellos repitan en noviembre el duelo que protagonizaron hace cuatro años.

Esto a pesar de que los electores rechazan estas elecciones primarias sin chiste, esta lenta marcha hacia lo inevitable. Ellos quisieran ver otras caras, más frescas y atractivas. Piensan que no merecen verse forzados a elegir entre un candidato al que se le va la onda y da bandazos en sus políticas y otro que no sabe vivir dentro de la ley y tiene arrebatos autoritarios.

Sin embargo, la forma en que se fabrican las candidaturas en la Unión Americana, que muchos en el extranjero admiran como ejemplarmente democrática, se ha venido complicando y depende poco de la participación popular.

Antes de 1972 los delegados llegaban a las convenciones nacionales de los partidos sin el compromiso de apoyar a un candidato determinado. Era de la presentación que cada aspirante hacía, y de la deliberación de los convocados, de donde salían las candidaturas. Las convenciones se prolongaban hasta que alguno de sus correligionarios obtenía una mayoría clara. En la convención demócrata de 1924 lo lograron después de 103 votaciones.

Como la selección de delegados y candidatos eran procesos separados, un candidato podía ganar la elección primaria y no tener ni un solo delegado en ese estado. De hecho, sólo había primarias en 13 estados. Los demás se elegían en pequeñas reuniones (caucus) en distritos y condados. Como no eran cubiertas por la prensa nacional, era muy difícil calcular cuántos simpatizaban por cada precandidato.

Ese formato cambió luego de lo sucedido en 1968. El presidente Lyndon B. Johnson decidió en marzo ya no buscar la reelección. A pesar de que había ganado la primaria de New Hampshire, todo indicaba que Eugene McCarthy iba a conseguir la nominación porque proponía el retiro inmediato de las fuerzas militares estadounidenses de Vietnam. Como Johnson quería evitar una salida brusca de la guerra, prefirió continuar en el gobierno y cederle sus delegados al vicepresidente Hubert H. Humphrey (que acabó siendo el candidato, pero perdió frente a Richard Nixon).

En junio asesinaron a Robert F. Kennedy, que iba atrás de Humphrey y también estaba por finalizar drásticamente la guerra.

El caso es que todos llegaron muy enojados a la convención demócrata. Afuera, miles de manifestantes pacifistas se enfrentaron violentamente a la policía, que hizo cientos de arrestos. (La película El juicio de los siete de Chicago narra el proceso legal de un grupo de opositores a la guerra, acusados de cruzar fronteras estatales para causar disturbios).

Adentro, los delegados debatieron airadamente los términos de la plataforma y las propuestas de los precandidatos. Nadie quedó contento y le echaron la culpa al método de designación de delegados. Se hizo una comisión para modificarlo.

Desde entonces, los estados deben realizar todos sus caucus el mismo día (antes los realizaban en periodos de hasta tres semanas) y los delegados deben comprometerse con alguno de los precandidatos, de forma que cuando inicia la convención ya se conoce la fuerza relativa de los aspirantes. En realidad, la mayoría de las convenciones es ya sólo una ceremonia de coronación.

En teoría eso quitó fuerza a los jefes políticos regionales y dio poder a los votantes de cada partido. En la práctica eso es dudoso porque esos mismos jefes participan en las convenciones como ‘superdelegados’ y tienen gran influencia sobre los demás. Además, el financiamiento de campañas, casi sin regulación, permite que fuerzas externas a los partidos tengan una intervención determinante. Por eso, aunque haya muchos nombres en las boletas, las primarias son poco competitivas y no atraen mucha participación.

¿Y entonces?

Dado que desde septiembre Donald Trump va adelante de Joe Biden en las encuestas de intención de voto, muchos demócratas se preguntan si hay alguna posibilidad de que el presidente se retire de la contienda y le deje el paso libre a otro precandidato.

En realidad, no. Ya se vio que no hay nadie que le compita y Kamala Harris, la opción natural para sustituirlo, tiene cifras de aprobación más bajas que las del presidente.

Es más, si Biden se enfermara gravemente y tuvieran que encontrar otro candidato, tristemente no tienen quien pueda mantener la unidad del partido y pelear la Presidencia.

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