Nos enfadamos en el trabajo, nos montamos un diálogo interno… y explotamos en casa

Gonzalo J. Sánchez, experto en inteligencia emocional, explica varias pautas para que los problemas laborales no intercedan en las relaciones familiares

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En mayor o menor medida, todo el mundo ha tenido un mal día en el trabajo, al margen de que durante estas fechas todavía muchos empleados están haciendo esfuerzos por superar la manida depresión postvacacional. Una bronca con el jefe, un compañero que decepciona por no cumplir los plazos para la entrega de un informe, un ascenso de un colega que no se lo merece, un tirón de orejas en una reunión…

El problema es que este tipo de conflictos traspasan con gran frecuencia el umbral de la oficina y se introducen de lleno en los hogares afectando de manera muy negativa a las relaciones con los convivientes. Es decir, que hay demasiadas papeletas a que al llegar a casa con un problema laboral se discuta por cualquier situación con la pareja o los hijos sin que ellos tengan culpa alguna de nada.about:blank

¿Cómo lograr que estos conflictos de trabajo no generen portazos en la familia? Gonzalo J. Sánchez Rubio, experto e inteligencia emocional y director de Emotium, explica que es lógico que una discusión laboral provoque malhumor y que notemos cómo nuestro cuerpo reacciona en pocos segundos cerrando los puños, apretando la mandíbula, acelerando nuestro corazón… Se trata de cambios internos muy rápidos que hay que saber frenar mediante la respiración y relajación y, fundamentalmente, buscando soluciones al origen del problema.

Sin embargo, no todo el mundo es capaz. «El enfado suele ser muy seductor, en el sentido de que a quien está enfadado le gusta tener siempre la razón y poco a poco, en un diálogo interno, uno mismo se da argumentos para ello: «vamos, es que es inconcebible lo que ha dicho», «es totalmente injusto que el puesto se lo den a él», «con lo bien que me he portado siempre con la empresa»… Es decir, al echar más leña al fuego se llega a un punto que llamamos secuestro emocional en el que no se es capaz de ver otras perspectivas y el disgusto se alarga y puede ir creciendo según vamos en el atasco o en el autobús camino a casa. Al entrar en un coto privado, en una zona de confort, la mala leche explota porque dejamos de reprimir las emociones, lo que incide directamente en las personas con las que convivimos».

Con el objetivo de «no pagar con la familia nuestras disputas de la oficina«, J. Sánchez Rubio propone seguir varias pautas:

Tomar conciencia de cómo se llega a casa

«Aunque parezca algo insignificante, es importante que reflexionemos unos minutos antes de entrar por la puerta de casa sobre cómo me siento: ¿malhumorado?, ¿frustrado?, ¿decepcionado? ¿Irritado? Es esencial poner nombre a las emociones porque de esta manera somos más conscientes de nuestra situación y de cómo podemos reaccionar. Es la técnica que denominamos termómetro emocional o emocionotermómetro —explica— . Es decir, del mismo modo que si te pones el termómetro y tienes elevada temperatura te destapas, aquí sabes también a lo que te expones en consecuencia».

Utilizar carteles o post-it

Una buena técnica es colocar varios carteles a la entrada o sobre la puerta de la nevera e indicar de este modo si ese día estamos tristes, enfadados, alegres… Es una forma muy sencilla de aportar información útil a toda la familia para saber de qué temas se puede hablar en ese momento o si es mejor esperar para no caldear el ambiente. «Es como el testigo del coche cuando avisa de que la gasolina está a punto de gastarse y debemos reaccionar».

Crear un espacio para expresarnos

Crear un espacio para expresarnos con la familia y contarles aquello que nos ha enfadado (o alegrado) en el día. «Este tipo de conversaciones, que pueden durar 10 minutos, deben servir solo para escuchar, sin opinar ni aconsejar al respecto para no dar lugar a posibles disputas. Lo importante es que cada uno libere lo que siente y se sienta escuchado y valorado emocionalmente. Si se opina y se dice algo del tipo «pues no es para tanto», puede crear un problema. La escucha activa, sin más, es importante. Es como cuando uno va al médico y le cuenta todo lo que le pasa, solo por decírselo ya se siente mejor», explica el director de Emotium.

Realizar actividades atractivas

Cuando el problema ronda en la cabeza como en una centrifugadora, este experto invita a hacer cosas que le gusten a uno y le relajen: escuchar música, salir a pasear, quedar con amigos, hacer ejercicio… porque de esta manera se liberan endorfinas y uno se siente mejor y libera estrés».

Desdramatizar

«Vivimos con demasiado drama, le damos mucha importancia a situaciones que no lo merecen sin darnos cuenta de que, siendo el trabajo muy importante, lo verdaderamente esencial de la vida está fuera de la oficina y es la familia. Hace falta poner un poco de humor a la vida porque hay situaciones por las que no merece estar enfadados ni que nos amarguen la existencia».

Fuente: ABC

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