Refugios climáticos: ¿qué ocurre cuando el problema es el frío?

Por mucho que el cambio climático traiga temperaturas extremas, las infraestructuras especiales para el invierno no está en los planes de adaptación

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Tanto en Toronto como en Montreal —de inviernos muy fríos— existen dos urbes paralelas. Por un lado, está la ciudad que se ve sobre la superficie, el entramado de calles tradicional. Por otro, se encuentra su versión subterránea, un ecosistema paralelo en el subsuelo que permite no salir al mundo exterior. Son una suerte de calles espejo —los servicios y las tiendas que están sobre superficie también lo están bajo tierra— y un refugio ante las inclemencias del tiempo. Como prometen en la web turística de Montreal, «es un salvavidas cuando quieres pasear, comprar y comer lejos del sol abrasador y de la nieve helada».

La amenaza del frío no es exactamente nueva. Pasar frío es algo que ha sucedido invierno tras invierno durante siglos. Sin embargo, los efectos del cambio climático potencian los episodios climáticos extremos, también en los inviernos. La gran nevada que sacudió Reino Unido hace unos días, la tormenta Filomena que paralizó la Península Ibérica hace un par de años o este primer fin de semana navideño de nieves históricas en Canadá y Estados Unidos son ejemplos.

Los efectos del frío sobre la salud son notables, tanto de forma generalizada —reduce la eficiencia del sistema inmune, por ejemplo— como durante las olas de frío. Una investigación realizada por expertos del Instituto de Salud Carlos III abordaba hace un par de años qué consecuencias estaban teniendo ya las temperaturas extremas en la salud de los españoles. En la comparativa acumulada de las últimas décadas, se observaba que la mortalidad vinculada al frío había subido, especialmente en la población más sensible a esas temperaturas (los mayores de 65 años). En parte, teorizaban, esto se explicaba porque se estaba trabajando para reducir el impacto del calor y se había aumentado la resiliencia de la población a las temperaturas más elevadas, algo que no estaba pasando con el frío.

A esto hay que sumar el efecto que pueden tener los episodios de lluvias elevadas o de viento, otras de las razones por las que las alertas naranjas y amarillas se suceden durante el invierno. De hecho, la principal causa de muerte vinculada a los desastres ambientales en España en estas últimas décadas han sido las inundaciones .

Aun así, modelos como los de Toronto o Montreal no son habituales. Las ciudades del resto del mundo no están tomando notas sobre cómo crear un entramado de servicios bajo tierra para proteger a sus habitantes de las temperaturas gélidas. Mucho menos probable parece que se creen infraestructuras parecidas en España. Incluso en aquellas localidades que encabezan los rankings de temperatura y se coronan como las más frías, como es el caso de Burgos, la vida continúa, sin muchos cambios, durante el invierno.

Refugios, solo para el verano
Los refugios climáticos son espacios pensados para ofrecer un respiro a la población ante las temperaturas extremas . Sin embargo, cuando se piensa en esos picos de temperatura y se diseñan esas estrategias de refugios, se tiene en cuenta el calor y no el frío. Las ciudades están trabajando para preparar sus edificios y sus calles para las olas de calor, refrescando la sensación térmica en esos entornos y creando lugares a los que la población pueda acudir para tener un respiro. En España, solo dos ciudades cuentan con planes definidos de refugios climáticos, Bilbao y Barcelona, y en ambos casos están operativos durante los meses de verano.

No obstante, la lógica podría llevar a pensar que si el cambio climático está empujando el termómetro hasta los extremos también debería pensarse qué ocurrirá con esa población cuando los picos bajen a mínimos. ¿Se necesitan refugios climáticos para sobrevivir al frío del invierno? De entrada, la pregunta resulta confusa a los expertos en refugios climáticos. No es algo que realmente exista y, a pesar de los efectos del frío en la salud y de ese temor a las temperaturas extremas, tampoco es algo que crean necesario.

«No estoy seguro de que ampliar la cobertura de los refugios climáticos a la dimensión del invierno sea una aproximación útil», apunta brevemente Miguel Núñez, investigador en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. Si la estrategia de refugios climáticos se está centrando en las altas temperaturas, «se debe al contexto en el que nos encontramos, donde el cambio climático está acentuando la frecuencia e intensidad de las olas de calor». Los refugios climáticos son «un espacio seguro» para la población vulnerable mientras «nos adaptamos a este incremento de las temperaturas».

También Isabel Ruiz Mallén, profesora de psicología y ciencias de la Educación e investigadora del grupo TURBA de la UOC, apunta en esa dirección. «El problema del cambio climático es un calentamiento global del planeta», recuerda y —en el contexto mediterráneo en el que se encuentra España— esto supone tanto que lo extremo llegue vía calor como que los períodos de calor sean más largos y en meses en los que la población estaba acostumbrada a tener un descanso. Como recuerda Ruiz Mallén, la pasada primavera los escolares se enfrentaron a «temperaturas de agosto» en colegios pensados para estar cerrados durante esos meses. Las escuelas sí están preparadas para el invierno y el frío.

Reducir la pobreza energética, como protección
Y, frente a lo que está ocurriendo ahora mismo en Norteamérica, el arranque navideño ejemplifica lo que dicen estos expertos: puede que Galicia haya empezado las fiestas en alerta por lluvias y viento, pero en el resto de España se registraron temperaturas mucho más cálidas de lo esperado. Se podría decir que el tiempo ha sido, más bien, anómalamente agradable.

Aun así, tampoco hay que olvidar por completo los efectos que el frío tiene en la salud de las personas. Para paliarlo, reducir el riesgo de la población vulnerable con ayudas especializadas sería clave, pero, como señala Núñez, esto implicaría más bien mejorar servicios sociales y «no como estrategia de mejora de la adaptación de la población frente al cambio climático». No se trata tanto de crear refugios climáticos para el invierno como de reducir la exposición o la pobreza energética de una parte de la población.

Con todo, algunos de los mecanismos que se usan para adaptarse a los veranos calurosos salen también a cuenta para los riesgos invernales. Mejorar el aislamiento térmico no solo reduce la asfixia veraniega, también el frío. Ruiz Mallén coordina el proyecto CoolSchools, que adapta las escuelas al cambio climático y esas elevadas temperaturas del verano. Una de las mejoras que realizan es pasar de patios de hormigón a los de tierra, integrando la naturaleza en el recreo escolar . Este tipo de superficies refrescan, pero también responden mucho mejor a la hora de, por ejemplo, gestionar un pico de lluvia.

Fuente: ABC

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