Según esta experta vivimos en un estado constante de alerta por todo lo que nos rodea, lo que nos hace ser más impulsivos, irritables, ansiosos y «pensar se vuelve más difícil»
Marian Rojas Estapé: «Lo que puedes hacer si tu pareja te saca de quicio y tienes ganas de contestarle mal»
La XII edición del Congreso Internacional de Innovación Aplicada (IMAT 2025), organizada por ESIC University, se ha centrado en un asunto de plena actualidad: la inteligencia artificial y el pensamiento analítico en el ámbito educativo. Entre sus ponentes destacó la ponencia de la psiquiatra Marian Rojas Estapé, quien compartió una reflexión profunda sobre la condición humana, el sentido de la vida y el contexto actual de estrés y ansiedad que afecta a la sociedad.
Al comienzo de su intervención, reconoció que para ella es esencial que las personas que forman a nuestros hijos tengan una perspectiva amplia de cómo se aprende hoy, cómo están los cerebros de los jóvenes, de los maestros, de los padres, «porque todos estamos condicionados por el entorno en el que vivimos».
Desde su punto de vista, uno de los errores más comunes es creer que estamos diseñados para ser felices. «El ser humano no está diseñado para ser feliz, sino para sobrevivir. Estamos bioquímicamente preparados para captar amenazas: al león, el ladrón, una tormenta… porque nuestra fisiología está orientada a la supervivencia».
La felicidad, según Rojas Estapé, no es un estado permanente ni un objetivo simple. «Nos dicen constantemente que si haces tal curso o consumes tal producto, serás feliz. Pero la felicidad es un equilibrio entre lo que deseo que me pase y lo que realmente sucede. Es conectar con el presente de la mejor manera posible, lo que sólo se logra si has cerrado heridas del pasado y miras al futuro con ilusión».
Puntualiza que cuando ese equilibrio se rompe, aparecen los grandes males de nuestro tiempo: la depresión y la ansiedad. «Si vivo anclado en el pasado, caigo en la depresión. Si tengo miedo constante al futuro, aparece la ansiedad. La felicidad es poder vivir el presente, disfrutar de lo bueno y gestionar lo malo».
La psiquiatra advirtió que se ha dado cuenta de que muchas personas no saben disfrutar de los buenos momentos. Y puso un ejemplo. «Tuve un paciente que ganó el premio gordo de la Lotería de la Navidad y vino a consulta angustiado. Me dijo que quería prepararse para todo lo malo que iba a pasar ese año, y es que estaba convencido de que no podía tener tanta suerte sin consecuencias negativas. Como ya le había tocado el gordo, no podía seguir teniendo suerte y vivía en alerta constante, incapaz de disfrutar».
Explicó esta psiquiatra que la verdadera clave está en encontrarle un sentido a la vida. «Mucha gente no sabe por qué se levanta cada mañana. Entra en un modo automático, sin conectar con lo que hace. Pero nuestro corazón, nuestra mente y espíritu no toleran el vacío. Cuando no hay sentido, lo sustituimos por sensaciones: redes sociales, compras, sexo, apuestas… No todo es malo, pero cuando usamos eso para llenar el vacío, nos destruye».
Añadió que encontrar sentido implica detenerse, reflexionar y profundizar, algo que, según Rojas Estapé, hoy resulta muy difícil. «La zona del cerebro que nos permite reflexionar está bloqueada. Vivimos en un contexto donde ha irrumpido la inteligencia artificial, pero con cerebros y emociones que no están preparados para gestionar todo esto».
En su diagnóstico del siglo XXI, destacó tres grandes trastornos psicológicos, siendo el primero la intoxicación de cortisol, la hormona del estrés. «El cortisol se activa cuando percibimos peligro para la supervivencia. Es una hormona esencial para la supervivencia, es a la vez un aliado evolutivo y un enemigo silencioso en la vida moderna. Se activa en situaciones de peligro real —un accidente, una agresión, una enfermedad…—, pero también ante amenazas emocionales o sociales que el cuerpo interpreta como riesgo vital. Y esa activación constante nos está enfermando«.
Puntualizó que en los orígenes de la humanidad el cortisol fue clave: permitió a nuestros antepasados reaccionar ante amenazas físicas, facilitando la huida o el enfrentamiento. Sin embargo, mencionó que hoy ya no solo se activa ante un ladrón o una bomba. También aparece ante una conversación difícil con la pareja -ante un simple «tenemos que hablar»-, una crítica del jefe, la incertidumbre económica o el miedo a la soledad. En todos estos casos, el cuerpo reacciona como si estuviera en riesgo de muerte. El problema añadido es que el sistema de alerta —el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal— no distingue entre una amenaza física real o una imaginaria. «¿Y si me deja? ¿Y si no me ascienden? ¿Y si no soy suficiente?». Explicó que este tipo de preguntas activan el mismo mecanismo de defensa que un accidente de tráfico, por lo que vivimos en una sociedad crónicamente estresada, intoxicada de cortisol, con el sistema de alarma permanentemente encendido.
Según matizó, «el impacto del estrés sostenido va más allá del cuerpo. El exceso de cortisol bloquea la corteza prefrontal, la región cerebral encargada de la atención, el autocontrol, la empatía y la toma de decisiones. En palabras simples: pensar se vuelve más difícil. Nos volvemos más impulsivos, irritables y ansiosos. Con menos paciencia y más miedo. Ese miedo puede adoptar muchas formas: ansiedad generalizada, ataques de pánico, necesidad de vías de escape como las autolesiones, el consumo de drogas o el aislamiento. Y se vuelve aún más peligroso cuando se combina con un pasado traumático, especialmente si la infancia no brindó una base emocional segura. En esos casos, el sistema de alerta queda alterado desde la niñez: se enciende y apaga sin control, como una instalación eléctrica dañada».
El problema para Rojas Estapé es que el estrés crónico no sólo nos desgasta emocionalmente, también deteriora nuestra salud digestiva, inmunológica y neurológica. «Aumenta las intolerancias, las migrañas, los dolores musculares… Por eso, cada vez más especialistas defienden la integración de la psiconeuroinmunoendocrinología, una disciplina que une mente y cuerpo para entender cómo el estrés y las emociones afectan todos nuestros sistemas».
Añadió que la otra gran protagonista de esta crisis es la dopamina, neurotransmisor de la recompensa y el placer. Tradicionalmente se activaba con la comida o el sexo, pero ahora también con las redes sociales. «Instagram, por ejemplo, fue concebida en una asignatura de la Universidad de Stanford cuyo objetivo era manipular el sistema de recompensa a través de la tecnología. Hoy, millones de personas viven atrapadas en esa espiral de estimulación constante, que exige más y más dopamina, sin espacio para la serenidad ni la calma interior que aporta la serotonina. Resultado: vivimos con hambre emocional permanente. Más hiperconectados, pero menos presentes. Más estimulados, pero más vacíos. Como sociedad, enfrentamos una epidemia silenciosa. No es sólo una cuestión de salud mental. Es una crisis de sentido, de vínculos, de humanidad».
No tardó en explicar la solución de los expertos: «volver a lo básico, reconocer nuestras emociones, cultivar vínculos auténticos, aprender a contarnos nuestra historia con amabilidad y construir entornos más seguros —en casa, en la escuela, en el trabajo— que desactiven la alerta y activen la vida».
Explicó, además, que el consumo excesivo de pantallas genera una sobrecarga de dopamina. «El cerebro, en un intento de protegerse, reduce la cantidad de receptores dopaminérgicos, lo que obliga a aumentar el estímulo para obtener el mismo placer. Este proceso, llamado tolerancia, es común en todas las adicciones, desde las drogas hasta el contenido digital. Finalmente, cuando el sistema dopaminérgico se desequilibra, el cerebro activa mecanismos de dolor emocional y físico, haciendo que el consumo ya no sea por placer, sino para evitar el malestar. Esto explica fenómenos actuales como la irritabilidad social, la hipersensibilidad o el aburrimiento constante, que reflejan una sociedad atrapada en un ciclo de sobreestimulación y carencia de autorregulación emocional».
Lamentó en su intervención que en una sociedad adicta a la gratificación inmediata, conceptos como el amor y el trabajo se ven distorsionados por la inmediatez digital. « Ni el amor ni el desarrollo profesional responden a estímulos instantáneos: ambos requieren esfuerzo, compromiso, sacrificio y voluntad. Las relaciones amorosas, en particular, se ven afectadas por dinámicas superficiales impulsadas por aplicaciones como Tinder, donde los vínculos inician con un match y terminan con un ghosting. Del mismo modo, el trabajo —especialmente en la docencia— exige constancia y entrega, donde la recompensa no es inmediata, pero sí profundamente significativa. En contraste, la cultura de la dopamina favorece lo fácil, lo placentero y lo rápido, generando intolerancia al dolor y debilitando la corteza prefrontal, el área del cerebro responsable de la reflexión, el juicio y la toma de decisiones».
Su mensaje fue claro: «sin esfuerzo, sin tolerancia al malestar y sin reflexión, el amor y el trabajo pierden profundidad, y la sociedad, atrapada en el placer inmediato, pone en riesgo su salud mental y emocional. Vivimos en una sociedad adicta a lo irrelevante, lo dopaminérgico y lo superficial, lo que impide conectar con lo esencial de la vida y genera una creciente polarización social y política».
En este contexto, Marian Rojas Estapé recalcó la importancia de formar jóvenes con cortezas prefrontales sanas, capaces de contemplar, reflexionar, y gestionar sus emociones. También propuso recuperar espacios de pausa, silencio y divagación creativa —necesarios para el pensamiento profundo— y subrayó el papel del amor y la oxitocina como antídoto frente al estrés y el miedo.
Finalmente, apeló al rol transformador de los educadores, cuya confianza y presencia emocional puede influir decisivamente en la autoestima y desarrollo interior de los estudiantes. También hizo un llamamiento para observar la realidad con ojos renovados y actitud contemplativa para recuperar el asombro, la gratitud y el sentido profundo de la existencia. «Basta mirar con interés para que lo cotidiano se vuelva interesante», aseguró.