¿Qué cambiar?: el capitalismo depredador

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La migración es uno de los temas centrales entre Estados Unidos y México. No es extraño que altos funcionarios se hayan vuelto a reunir ahora en Washington entre el 18-19 de enero. La información reseñada por la prensa sobre propuestas y acuerdos son muy generales y no es posible darse una idea clara de lo que allí se tramó. Se señala que “hay que atacar las causas profundas de la migración”, por supuesto esa es exactamente la forma de atender este fenómeno si se quiere revertir la tendencia migratoria. Pero sólo se menciona un programa de desarrollo en el que “se invertirán 180 millones de dólares para apoyar a Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia, Ecuador, Venezuela, Cuba y Haití”. Si bien se trata de un programa significativo, Sembrando Vida, debe ir acompañado de otros programas sociales que incidan en sectores como la educación, la salud, etcétera. Se señalan acuerdos productivos, cooperación regional, visión de largo plazo, pero se vuelve a enfatizar sobre alcanzar “una migración segura, ordenada humana y palanca del desarrollo”, propuesta que, sin cambios profundos del modelo, no puede sustentarse.

Ir a las causas de la migración remite a la forma en que el capitalismo vinculó desde su inicio a dos regiones: un centro, desarrollado, ahora norte global, y la otra periférica, subdesarrollada, ahora sur global. En el sistema capitalista la migración es funcional para los países desarrollados porque pueden disponer de excedentes laborales que son necesarios a sus mercados laborales y, en la mayoría de los casos, bajo condiciones de extrema vulnerabilidad, con su efecto sobre el costo laboral unitario. Por tanto, no sólo son muy favorables para la ganancia capitalista, sino para la permanencia del sistema al satisfacer demandas laborales que internamente escasean. Por otro lado, parece claro que la mayoría de los migrantes forzados provienen del sur global, es decir, de países subdesarrollados, periféricos cuya relación con el norte global es asimétrica, y subordinada. Se ven sometidos a imposiciones de corte claramente colonial que se convierte en un obstáculo para emprender proyectos endógenos de desarrollo al responder prioritariamente a las exigencias de ese norte global.

En este marco se producen las grandes migraciones actuales, trágicos movimientos que serán bloqueados en su paso por alcanzar países europeos o la potencia mundial, y los que llegan a México, no sólo latinoamericanos, sino africanos y asiáticos, la mayoría con esa pretensión.

Parecería plantearse un escenario en el que el capitalismo es el único sistema posible para alcanzar una vida mejor, y el modelo por excelencia es Estados Unidos. Este posible refuerzo del “ideal capitalista” estaría articulado con modelos que se presentan como salida de la crisis en la actualidad y que, como han señalado otros autores, son a su vez generadores de nuevas crisis. Tal como enarbolan las ideologías de derecha y ultraderecha, cuyas proclamas centrales pasan por denostar al “socialismo, comunismo, feminismo, al Estado” y por supuesto a los migrantes, reivindicando al capitalismo más depredador. Sin embargo, otros proyectos apuntan hacia formas de estado de bienestar cuyos ejes giran en torno a los derechos humanos, al cambio climático, al feminismo, a recuperar la soberanía sobre sus recursos estratégicos, reforzando el papel del Estado como garante de lo público sobre lo privado en beneficio de la población. Si bien no corresponde ni al socialismo o al comunismo, como si piensan personajes como Milei, apuntaría a la responsabilidad del Estado de proteger a sus poblaciones otorgando condiciones de vida y desarrollo que son justamente las que podrían hacer frente a las causas de la migración y así revertir la tendencia hacia “el derecho a no migrar”.

Algunos países latinoamericanos están en busca de nuevos modelos de desarrollo.

La verdad, no la tienen nada fácil; simplemente hay que tomar nota de lo sucedido con Bernardo Arévalo en Guatemala; la persecución de Rafael Correa y Evo Morales; el encarcelamiento de Pedro Castillo en Perú; los permanentes embates de los poderes fácticos contra Gustavo Petro, en Colombia; el intento de golpe de Estado contra Lula da Silva en Brasil en su toma de posesión, y por supuesto, las sanciones totalmente ilegales y unilaterales de Estados Unidos contra Cuba y Venezuela.

El camino para revertir las causas de la migración es largo, pero no imposible.

Así lo hicieron en su momento países como Corea del Sur, España, Suecia, entre otros. Afrontar los cambios necesarios requiere alianzas con otros países con los mismos objetivos transformadores, pero sobre todo tener claridad que serán los movimientos sociales organizados los que con su fortaleza permitan avanzar. Un ejemplo extraordinario de ello lo dieron en Guatemala al enfrentar a esas élites corruptas que querían impedir la toma de poder del candidato legalmente elegido Bernardo Arévalo. Se mantuvieron día y noche en las calles, sin moverse, con enorme convicción, perseverancia y fortaleza, apoyando al candidato ganador. Así lograron detener las artimañas de esas élites deshonestas e inmorales que pretendían nada menos que cancelarles un futuro que, si bien se presenta difícil, es como nunca promisorio.

Francis Fukuyama, con el supuesto “fin de la historia”, se equivoca; sí hay cabida para nuevas opciones.

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