Se pudrió Guerrero

El trágico secuestro y asesinato de Camila, de solo 8 años, retrata un estado en descomposición y desgobierno

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El secuestro y asesinato de Camila, una niña de solo 8 años, horroriza. ¿Quién podría no sensibilizarse ante lo inhumano? Si su muerte no sacude algo, ¿qué podrá hacerlo?

Una niña salió a jugar a casa de sus vecinos. No volvió. Sus propios vecinos la secuestraron, pidieron miles de pesos como rescate para dejarla ir, y finalmente la mataron. Ocurrió en Taxco, en pleno jueves santo. Ese municipio, de más de 105 mil habitantes que no tiene ni 100 policías.

“Nadie quiere ser policía en Taxco”, declaró a finales del año pasado el alcalde, Mario Figueroa. Y sí. Ahí no hay ley: los niños son asesinados, los transportistas viven amenazados, los comerciantes extorsionados por criminales y los policías tienen miedo.

Aquel día, la familia de Camila llamó a la policía. Tardaron demasiado en llegar. Cientos de personas tomaron la “justicia” por propia mano. Irrumpieron en el domicilio de los presuntos secuestradores y asesinos, y los lincharon. La policía observó la dantesca escena. También millones de personas, porque todo quedó grabado. El horror.

El jefe de la policía de Taxco responsabilizó a la madre por la muerte de su hija, “por no vigilarla”.

De la gobernadora nada se supo, sino hasta 24 horas después, cuando la tragedia ya era noticia internacional. Un día después de los hechos, Evelyn Salgado “condenó enérgicamente los hechos” y prometió lo que ha prometido decenas de veces: investigar y castigar a los responsables. Ya pocos le creen.

Guerrero vive el desgobierno. Los guerrerenses están a su suerte. Abandonados por los gobiernos. En ese territorio, la autoridad no existe. Tampoco la ley. La entidad en un peligroso coctel; un polvorín.

La crisis de ingobernabilidad está a la vista de quien quiera verla. Hay frentes abiertos por todos lados.

Los transportistas de Acapulco, por ejemplo, víctimas de extorsiones, robos y asesinatos a manos del crimen organizado, son golpeados, humillados y vejados. Los comerciantes en Chilpancingo, también; víctimas de secuestro y extorsión; rehenes de criminales que les cobran derecho de piso. Lo mismo en Iguala, Taxco y ni se diga en la tierra caliente o la región de la montaña.

Hace rato que el gobierno dejó de serlo.

Guerrero está todavía muy lejos de levantarse tras el golpe del huracán Otis, que desnudó la trágica incapacidad de las autoridades que no estuvieron ni han estado a la altura, y la realidad se ensaña con la entidad.

Lo que trasciende de ese territorio es el caos, la violencia y el desgobierno.

Son demasiadas las crisis que confluyen. Guerrero arde y su gobernadora luce rebasada. “No está sola, cuenta con nosotros”, le dijo el presidente López Obrador hace unos días. Qué bueno que el presidente apapache a Salgado, pero qué hay de los guerrerenses que ya no sienten lo duro sino lo tupido. ¿Ellos con quién cuentan?

La gobernabilidad en Guerrero se pudrió. Reconocerlo es el primer paso para cambiar esa realidad que carcome a sus habitantes.

POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN

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