Los intereses

Aunque creamos que el presupuesto público es amplio y aumenta cada año, la realidad es que la mayoría de esos recursos ya están comprometidos.

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Las preocupaciones en los negocios pueden dividirse en dos momentos: cuando se espera el cobro de las facturas y cuando se acerca el día de pago de la nómina. En medio de ellos, ocurre todo lo demás dentro de una empresa. Por eso la persecución de las utilidades es tan importante como lo es la búsqueda de los ahorros. El principio en la iniciativa privada, y también en las finanzas personales, es nunca gastar más de lo que se gana; por lo que, a menos de que sea muy necesario, se recurre al endeudamiento, porque el mejor crédito siempre será el efectivo.

Sin embargo, la sofisticación de las finanzas en una corporación y la teoría económica que se enseña en diferentes centros de estudios, reconocidos por su formación de especialistas, recomiendan un nivel sano de deuda para impulsar proyectos, actualizaciones e incluso giros drásticos en las políticas de renovación de una empresa consolidada.

Algo parecido ocurre con las naciones. Aunque creamos que el presupuesto público, ese que nos pertenece a todos y que se nutre de impuestos y pago de derechos, es amplio y aumenta cada año, la realidad es que la mayoría de esos recursos ya están comprometidos y es poco el monto que queda para emplearlo en otras áreas que estén enfocadas en nuevas obras, sistemas tecnológicos o ampliación de la infraestructura del país.

Para obtener los ingresos que faltan, siempre se puede pedir prestado. Solo que ese dinero ayuda temporalmente y, tarde o temprano, tiene que pagarse. Las experiencias de los últimos cuatro sexenios (y de los tres anteriores también) fueron catastróficas para México por el enorme endeudamiento que seguimos pagando.

En esta administración, se siguió un camino distinto. Es cuestión de revisar el Presupuesto y compararlo con las proyecciones de los analistas, pero cada año se ha vaticinado un recorte en la inversión pública por la falta de ingresos suficientes para cubrir las necesidades del Presupuesto y en ninguno, a excepción del 2020 que inició la pandemia, eso ocurrió de manera drástica. Tampoco se acudió a la contratación de préstamos internacionales o a un incremento real de los impuestos, de tarifas o del costo de insumos y servicios en los que el gobierno puede intervenir en el precio como, por ejemplo, los combustibles o la energía eléctrica. El comportamiento de la recaudación terminará con incrementos constantes a lo largo del sexenio, que han sido aplicados en los rubros de todos conocidos: programas sociales, grandes obras y mayor participación en el sector energético.

Es comprensible que segmentos de la iniciativa privada no estuvieran de acuerdo, pero el rebote económico tiene hoy en mejores números a la planta productiva que antes de la emergencia sanitaria y el supuesto déficit público que deberá ser cubierto por medio de deuda está dentro de las recomendaciones de esos mismos análisis que se usan para criticar esta decisión. La diferencia es que esto se da en el último Presupuesto de este sexenio y eso ya entra en terrenos que no son financieros, sino políticos.

Lo que sucede en el país es otra cosa, no porque haya cambios radicales en la conducción económica; todo lo contrario, es por un manejo prudente y ortodoxo de las finanzas públicas, con una mezcla inédita de inyección de recursos a la población que ha recuperado un maltrecho mercado interno, la confianza en la inversión y la consecuente creación de empleos.

Cuando una empresa logra encabezar un mercado, lo hace a través de nuevos productos, servicios innovadores o abre categorías que hasta entonces no existían, pero eso no quiere decir que tiene asegurado el éxito en su industria, porque tendrá que enfrentar competencia y el desarrollo de otras opciones que se presentarán como más atractivas, varias de ellas a un menor costo.

El comportamiento de los gobiernos es diferente, porque cuenta con otro tipo de herramientas para impulsar no una, sino a todas las ramas industriales que componen su sector privado e incluso participar en segmentos que son estratégicos y fortalecen la soberanía nacional.

Esta administración hizo uso de todos los instrumentos a su alcance y empujó la economía a través del consumo vía recursos directos a la población, a la par de que aumentó su participación en sectores que llevaban mucho tiempo especulando y no invirtiendo; de la misma forma apartó a los intermediarios, apoyó a los segmentos menos favorecidos, y ajustó el cinturón de su gasto corriente. Una fórmula que, guste o no, funcionó.

Así que la discusión sobre el déficit no está en el escritorio de las compañías, de los organismos internacionales o de las corredurías. México ha sido un país frugal en lo que corresponde a su gasto y a su endeudamiento. No fueron, ni son, los tiempos de antes. Eso será una buena herencia para muchas generaciones hacia delante, a diferencia de las nuestras que vivimos una época de deudas constantes; cuyo beneficio, tristemente, no gozamos y su costo se fue en pagar los graves intereses financieros y sociales que tanto daño le hicieron a nuestra nación.

El autor es comisionado del Servicio de Protección Federal.

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