El boom de la desigualdad

El auge inmobiliario en Mérida gesta un nido de explotación de trabajadoras del hogar La gentrificación en Mérida ha remodelado la ciudad y sus dinámicas sociales, pero sigue conservando las prácticas de explotación contra las trabajadoras del hogar.

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Flor Canul llegó corriendo a casa y apuró emocionada a su hermanita: “báñate, vamos salir a pagar el fiado de mamá”. Tenía 17 años y había cobrado su primer salario. Más de tres décadas después sigue laborando en casas particulares, pero fue hasta hace poco que comenzó a nombrarse trabajadora. Trabajadora del hogar.

Nació en Ekmul, un pueblo del municipio de Tiskokob, a menos de una hora de Mérida. Después de unos años en la primaria, “ya no pude seguir estudiando, pero me hubiera gustado. Mi hermanito, sí, él terminó su prepa”. Ella fue llevada a la capital para laborar en la casa de una familia.

Mérida es famosa por los caserones palaciegos edificados en distintos periodos de dominación política, económica y social: el colonialismo, la dictadura porfiriana y ahora, la gentrificación.

Flor tenía 17 años y había cobrado su primer salario. Foto: Blanca Juárez, SinEmbargo.

El Paseo de Montejo, una ruta “imperdible” en las reseñas turísticas, se abre camino al pie de quintas y mansiones que “recuerdan el desarrollo económico de la industria del henequén” a principios del siglo XIX. Industria que se sostuvo por la explotación laboral de personas mayas, yaquis y hasta coreanas.

Dicha avenida lleva el nombre de Francisco de Montejo, militar e invasor español, quien fundó Mérida. Su esposa, Beatriz Herrera, repartió entre sus amistades “muchos indios libres como naborías”, según ha documentado la historiadora Isabel Fernández Tejedo.

Las naborías eran grupos de personas originarias de ese territorio y de personas esclavizadas trasladadas desde África quienes, parcialmente, había recuperado su libertad.

Las mujeres trabajaban como cocineras, nodrizas, molenderas y en tareas de limpieza general. En 1580, las familias españolas en Mérida tenían a 251 personas registradas como parte de su personal de servicio. Para 1603 eran más de 600, de acuerdo con Isabel Fernández en el reporte “De la esclavitud al servicio personal”.

Actualmente, en Mérida laboran más de 23 mil 800 trabajadoras del hogar, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Muchas siguen limpiando los mosaicos en los viejos caserones del centro de Mérida, otras lavan las losetas del nuevos proyectos inmobiliarios.

“Así como muchas mujeres han sido traidas desde sus comunidades mayas a Mérida de generación en generación, así también las familias empleadoras replican esta práctica de contar con ese personal generación tras generación”, dice Raquel Aguilera, fundadora de la organización Jade Propuestas Sociales y Alternativas al Desarrollo.

La riqueza se hereda, la idea incuestionable de tener a alguien a su servicio, también.

Babi, la madre

—Si el tiempo retrocediera, volvería a hacer todo sólo por ti.

Es decir: el trabajo duro, la incomodidad de estar en una casa ajena, el sentimiento de subordinación constante, el miedo a fallar y recibir una reprimenda, los tratos indignos, la adolescencia y la juventud invertidas en la familia nacida de otra mujer, pero criada por ella.

—Babi, para mí eres mi segunda madre.

“Así me dice: Babi. A él yo lo crecí, su mamá me lo dejó desde que era un nene y su papá no tenía problema con eso”, se refiere al segundo hijo del matrimonio para el cual trabajó por 30 años.

“Me lo llevaba al pueblo en mis descansos y él andaba feliz jugando con mis sobrinas”, recuerda Flor Canul. “Se la pasaba siempre conmigo. Fue siempre obediente, no batallé para cuidarlo”.

—Babi, cuando yo tenga mi casa te vas a ir a vivir conmigo, para que cuando estés viejita vivas tranquila.

“Así me dijo, me hizo llorar ese día” y llora ahora al contarlo. “Entonces, yo le digo: Si el tiempo retrocediera, volvería a hacer todo sólo por ti. Para mí eres el hijo que nunca tuve y ya no podré tener”.

MÁS CASAS, MÁS POR LIMPIAR

Flor Canul empezó a trabajar de manera remunerada por necesidad, dice. “Falleció mi papá y ya ve que la educación de los antiguos era que las mujeres no podían salir a trabajar”. A menos que el empleo fuera en otra casa.

“Mi mamá era de las personas crecidas así. Yo pienso que por la educación que tuvo no nos hubiera sacado adelante, por eso sentía que yo lo tenía que hacer y no me arrepiento”.

En la década de los año 80, Mérida vivía un boom inmobiliario. Las políticas neoliberales en pleno auge permitieron que en la capital de Yucatán dominara “la especulación comercial, financiera e inmobiliaria”, según el artículo Dinámica regional de Yucatán 1980-2001, de las investigadoras Ana García de Fuentes y Josefina Morales.

“Me trajo mi abuelito. Él trabajaba en Mérida cuidando construcciones. Entraba en la tarde y salía hasta el siguiente día”. En esas casas recién acabadas necesitaban mujeres que las limpiaran.

El primer domingo de descanso, con el salario primera semana de trabajo regresó a casa y pagó las deudas que su mamá había adquirido en la tiendita de la comunidad. Ganaba 80 pesos semanales.

Flor Canul empezó a trabajar de manera remunerada por necesidad. Foto: Blanca Juárez, SinEmbargo.

Estuvo en ese domicilio por ocho meses. “Después me cambié a otra donde me pagaban 100 pesos a la semana. Primero hacía la limpieza y de tiempo me preguntaron si sabía cocinar. Yo sabía mucho, pero empecé a hacerlo. Luego empecé a lavar y planchar y ya me pagaban un poquito más”.

Al principio esa otra familia se conformaba por “los señores y su hija de un año y medio. A los cinco años nació el otro niño”. Su niño, de quien se encargó casi completamente. El clan ha crecido, hay una nieta de 12 años, de quien Flor también ha cuidado.

Tres generaciones cuidadas por Flor, hasta que en 2022 se fue de esa casa.

“Me gusta mucho mi trabajo. Cuando empecé, me daba mucho miedo hacerlo mal. La primera vez que la señora me mandó al banco yo temblaba, pero hice la diligencia”.

Un día Flor Canul vio en Facebook una publicación de Jades. “Iban a dar un taller en línea para trabajadoras del hogar, o sea para las que hacen lo que yo”.

La fecha del taller llegó, “me metí a mi cuarto, me puse mis audífonos para que no escucharan de qué se trataba y entonces supe que yo soy una trabajadora, que tengo derechos. Ahora, cuando platico con otras compañeras les digo que hay una organización que nos ayuda”.

EL DESARROLLO NO ES PARA TODOS

En la pandemia de Covid-19 de las primeras personas que perdieron sus empleos fueron las trabajadoras del hogar. En México, una tercera parte fue despedida o la mandaron a esperar noticias en su casa, la mayoría sin liquidación o salario.

Otras quedaron aisladas de sus familias en los domicilios donde trabajaban. De las más de 2.4 millones que laboraban en enero de 2020, poco más de 1.9 millones seguían trabajando en el trimestre de ese, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE).

“Nos tocó vivir con ellas duelos muy difíciles. Son duelos porque estuvieron con esas familias por 20, 30 años, algunas hasta 40, y como dicen acá, las quitaron”, cuenta Raquel Aguilera, directora de Jades Social.

“Obviamente, no les pagaban el finiquito que corresponde por décadas de trabajo o ni siquiera les pagaban”. Muchas, dice la activista, por el cariño que le tomaron a la familia empleadora “prefirieron no reclamar lo que les correspondía”.

Jades lleva tiempo informando a las trabajadoras del hogar en Yucatán sobre sus derechos laborales y realizando investigaciones para la creación y el cambio de políticas públicas.

“Se encontraban en los camiones, en las paradas, porque muchas salen de la misma comunidad, y se saludaban. Pero no se reconocían como un sector. Al hablarles de sus derechos laborales y propiciar las reuniones comenzaron a decir: ‘Mira, somos muchas’”, recuerda Raquel Aguilera.

De las más de 23 mil 800 trabajadoras del hogar, apenas en Mérida, apenas el 6 por ciento ha sido afiliada al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una obligación legal de quienes las contratan.

“Busco persona Responsable y honesta para labores de limpieza de casa en zona” residencial. “IMPORTANTE que NO tenga problemas para transportarse y llegar”, dice un anuncio en un grupo de Facebook para contratar a trabajadoras del hogar.

La ubicación que proporciona es en Dzityá, una comisaría de Mérida. El trabajo es para un casa dentro de un complejo inmobiliario, amurallado, donde las calles aledañas no están pavimentadas, pues hasta hace unos años no estaban destinados a viviendas. Pero la gentrificación avanza.

Mural en la Comisaría Ejidal Sipach de la artista Draya Madrú. Foto: Especial.

Otro anuncio en Mérida dice: “Se solicita señora para trabajo en casa, sueldo 2 mil 500 semanales, actividades a realizar, preparar desayuno y comida, lavar ropa y aseo de casa”. Todo eso, “para 6 personas” y “es por el Country Club”, detalla más adelante.

“En los últimos cinco años se han autorizado 74 nuevos desarrollos inmobiliarios, que representan 22 mil 818 viviendas nuevas para un potencial de más de 80 mil habitantes”, señala el informe Panorama de la vivienda en Mérida 2023, del Instituto Municipal de Planeación.

El 81 por ciento de esos desarrollos, reconoce, “corresponde al modelo de urbanización cerrada, o de acceso limitado”. El instituto estima además que el 30 por ciento se están construyendo en áreas rurales, pero que dejarán de serlo.

LA HISTORIA CÍCLICA

“Tuve diferencias con la señora y decidí quitarme. No fue fácil”. Cada vez que la empleadora la tomaba contra ella, Flor Canul estaba segura que hasta ahí iba a soportar. Pero no era así.

“Lo postergué muchos años porque yo pensaba ¿qué van a hacer? La niña está pequeña aún, yo la llevaba a la escuela y la buscaba a la hora de la salida. Yo jugaba con ella. Yo los crecí. Pasé más tiempo con ellos que con mi propia familia”.

La temporada de la pandemia fue especialmente difícil. No podía visitar a su familia y hasta las salidas para hacer diligencias de sus empleadores fueron limitadas.

Raquel Aguilera, fundadora de la organización Jade Propuestas Sociales y Alternativas al Desarrollo. Foto: Blanca Juárez, SinEmbargo.

Cuando se decidió a renunciar el apoyo de su hijo, el que no parió pero como así hubiera sido, fue fundamental. Pronto consiguió trabajo en otra casa, la empleadora está embarazada así que también la requirió de tiempo completo. Parece que criará a otra persona, la crecerá como a una flor, como ya lo ha hecho antes.

Su nuevo centro laboral se ubica en una de las nuevas colonias de Mérida. Está en un condominio donde no se puede acceder en transporte público y hay que caminar un buen tramo por calles sin pavimentar.

Alrededor se están construyendo otras viviendas donde probablemente requerirán los servicios de otras trabajadoras del hogar. Es posible que también contraten vigilantes, tal como lo hicieron con el abuelo de Flor. La historia parece repetirse.

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