Intimidación y violencia: el nuevo léxico del poder

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“No hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras.”

Juan Luis Vives

Extraño la suavidad. El ejercicio de la cortesía, el tono suave y las palabras amables. También los diálogos armónicos e inspiradores. Y lo peor es que como vamos, seguiré añorándolos.

A estas alturas de la historia y después de ser testigos de los estragos de los discursos de odio, ya no nos podemos dar el lujo de olvidar que la discriminación es una forma de desprecio por la vida humana.

Ojo: las palabras conducen a la acción. El lenguaje importa, y mucho; tanto, que los estudiosos del poder y su ejercicio lo sitúan como un elemento decisivo en el ascenso de un líder, pero también y mucho más importante, en la forma que éste es recordado.

A pesar de que muchos son víctimas del rechazo por parte de sus antagonistas, la historia de la civilización reúne a oradores muy dignos de pervivir en la memoria: de la antigüedad clásica menciono a Cicerón, que defendió la República y no dudó en denunciar las flaquezas de los dictadores, tanto, acabó perseguido y masacrado. Algo parecido, —en el siglo XIX—, le sucedió a Abraham Lincoln, que cayó asesinado después de abolir la esclavitud en los Estados Unidos y en 1967, al defensor de los derechos civiles Martin Luther King, que murió a causa de un disparo en la garganta en un balcón del Motel Lorraine de Memphis, Tennessee.

No todos los grandes tienen finales trágicos: “Sangre, sudor y lágrimas” es el título del discurso que Winston Churchill pronunció ante la Cámara de los Comunes en Parlamento del Reino Unido el 13 de mayo de 1940. Con éste, el entonces primer ministro alentó al pueblo inglés a mantenerse en pie y resistir los ataques alemanes, en un acto de valentía y patriotismo que dio un giro definitivo a la historia de la Gran Bretaña. Otro caso digno de mencionar es el de Nelson Mandela, quien purgó más de 27 años en prisión por el sólo hecho de enfrentar la segregación que vivían los suyos. Lo que lo distingue, es que el estadista luchó por la reconciliación entre las partes en tensión, para que la nueva República de Sudáfrica se constituyera sobre las bases del perdón que ofrecían las víctimas, pero también gracias complicado trabajo de auto crítica y conciencia al que se sometían quienes habían segregado.

Hoy vivimos en un contexto diferente y lo más triste es que lejos del ímpetu de Mandela y de Churchill e incluso de la no-violencia que proponía Mahatma Gandhi, el espíritu de nuestra época favorece y pareciera premiar con votos a los políticos que ocupan las generalizaciones para concretar la división y los enfrentamientos, como si con esto beneficiaran a sus países. ¡Qué movimiento tan equivocado!

Con un supuesto manto de “libertad, igualdad y fraternidad” que nada tiene que ver con el despertar de la Revolución Francesa, aunque sí empieza a acercarse al terror que la siguió, cada vez hay más gobiernos autoritarios en el mundo.

Y así, con el violentísimo Pancho Villa como telón de fondo, somos testigos de descalificaciones y el odio que surge desde el poder, ahora sustentado en la discriminación que denigra a las personas por su tono de piel y problematiza los orígenes de quienes le amenazan, llegando, casi casi, a plantear la posibilidad de una “pureza de sangre” en pleno siglo XXI.

¿Será éste el mejor camino para lograr la paz que tanto anhelamos?

Lo dudo, pues lo único que necesitamos ahora es un proyecto que nos una. Urge rectificar.

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